Isabel San Sebastián: «Sánchez nos ha alineado con los enemigos de la democracia internacional»
Con su novela La Temeraria vemos los paralelismos entre la Reconquista y hoy
"El PSOE no es un partido, es una secta dirigida por un caudillo"
"Creo que Isabel Díaz Ayuso va a ser la primera presidenta de España"
Isabel San Sebastián, periodista de mirada aguda y escritora de narrativa sólida y cautivadora, no se detiene ante las respuestas fáciles. Nunca lo ha hecho. Como autora, acumula quince libros (cuatro ensayos y once novelas). Con ellos y con su pensamiento, nos invita a darle vueltas a los cimientos de nuestra sociedad y a los valores que nos definen.
Hija de diplomático, tuvo infancia nómada y sus grandes amigos –los que la acompañaron sin fisuras en todos esos años de niñez– fueron los libros. Desde entonces, ha sido lectora ávida, especialmente de Albert Camus y de ensayos. Primero fueron ensayos comunistas, leídos con el fervor de quien busca entender un mundo que aún no ha descubierto sus engaños. Luego llegaron los textos históricos. Ahora, los dedicados a la Reconquista, una época que Isabel disecciona con la precisión de quien sabe que la historia no es pasado, sino espejo.
En el trabajo ha destacado por su mirada lúcida y su palabra crítica, combativa, fiel a su pensamiento, libre, sin condiciones, bandos ni programas. No ha habido amenaza ni ostracismo capaz de hacerla retroceder. Muy disciplinada (dice que quizá demasiado), siempre ha antepuesto el deber al placer y confiesa que, a estas alturas de su vida, se arrepiente un poco. Pero esa rectitud la define tanto como su feroz independencia.
Puede que por verla en tertulias (ya casi combates), usted piense que le gusta practicar el arte de discutir, pero le adelanto que no. De hecho, lo detesta. Y por ello, y porque le apasiona la literatura, está pensando su retirada de los medios para dedicarse a escribir novelas, que es lo que la hace feliz. No sorprende, porque en la literatura Isabel ha encontrado lo que busca desde siempre: un espacio libre de ataduras, donde no hay banderas ni consignas, donde lo importante no es ganar, sino contar historias. Historias que, como ella misma, no temen mirar de frente a la verdad, aunque duela, porque, en el fondo, siempre ha sido eso: una buscadora de verdades. Y pocas búsquedas hay más literarias que esa.
Confiesa que ser libre tiene su precio y recuerda a Indro Montanelli (el periodista al que más ha admirado) diciéndole que la libertad se paga con un precio alto. «Me han echado de muchos sitios por no seguir las consignas». Como ejemplo: el caso de Antena 3. «Cuando molestas al poder, el poder intenta segarte la hierba debajo de los pies y quitarte el pan». Pero con serenidad, con la misma que lo cuenta, explica que «siempre ha habido consecuencias para la gente que ha sido libre; lo que no ha habido es mucha gente libre –profesionales independientes que no se rigieran mas que por su criterio y que en caso de necesidad se enfrentaran a su grupo mediático, me he encontrado muy poco–. Ahora hay mucha consigna. Contertulio que no dice lo que piensa, sino que sigue un argumentario». Huyendo de esta montaña borrascosa, se refugia en los libros, su espacio de libertad.
Evoca Isabel San Sebastián con esta fuerza luchadora en defensa de lo que considera justo, a la protagonista de su última novela: la Temeraria, doña Urraca, reina de León y emperatriz de España. Con ella, mujer extraordinaria, también tiránica, símbolo de resistencia y ambición en un mundo de traiciones, conspiraciones y poder masculino, invita a reflexionar sobre el poder, la lealtad, los sentimientos y el papel de las mujeres a lo largo de los siglos. La conversación no sólo nos lleva a explorar a Urraca como figura histórica, sino que también nos lanza preguntas incómodas sobre la política actual. ¿Hemos aprendido algo sobre ética y lealtad, o seguimos replicando (o incluso superando) las estrategias e intereses personales que marcaron las intrigas medievales? ¿Somos una sociedad que, como diría Cicerón, parece haber olvidado que «la salud del pueblo debería ser la ley suprema»? En lugar de evolucionar, da la impresión de que simplemente hemos perfeccionado el arte de la traición. Cosas del arte… O de la ruindad. Al menos, es lo que hacen sospechar los pactos actuales, las alianzas inverosímiles y la polarización exacerbada, reflejo de aquellas luchas por el poder en las que la lealtad era una moneda de cambio y el pragmatismo una forma de sobrevivir.
La Reconquista fue, en esencia, una época de divisiones y alianzas fugaces. Los reinos cristianos no sólo luchaban contra Al-Ándalus, sino también entre sí, en una pugna interminable por territorios y supremacía. Urraca, soberana de León, tuvo que enfrentarse a sus enemigos externos y a las conspiraciones de su propio esposo y los nobles de su corte. Releyendo aquellos trajines, servidora se pregunta si eran tan diferentes de los de nuestra política actual, con alianzas entre partidos antagónicos, como el pacto de Pedro Sánchez con Puigdemont que nos recuerdan que el poder sigue siendo un fin en sí mismo, dispuesto a sacrificar la coherencia ética por la gobernabilidad. Pero… ¿a qué coste? ¿Es esto pragmatismo político o una rendición de principios? Isabel lo tiene claro: estos pactos no son sólo una estrategia política, sino una traición a los principios fundamentales de nuestra democracia. «El Gobierno es un ejército en formación de combate cuyo caudillo, que es Pedro Sánchez, levanta el dedo y todos van a una. El PSOE no es un partido, es una secta», afirma.
La comparación con la Reconquista es inevitable. Entonces, como ahora, los líderes parecían más preocupados por consolidar su posición que por construir un legado duradero. Hoy, sin embargo, las cesiones no parecen buscar el bien común, sino perpetuar una narrativa que normaliza lo anormal. Uno de los puntos más críticos es el deterioro de las instituciones y la amnesia colectiva que parece dominar el discurso público. La propuesta de amnistía a los líderes del procés catalán es un ejemplo flagrante de cómo el pragmatismo político puede desdibujar los límites de la ética y la memoria histórica. La amnistía se convierte en un eco de las alianzas medievales –pragmáticas, sí, pero desprovistas de una visión a largo plazo–. Así como los reinos cristianos pactaban con emires musulmanes para atacar a sus propios vecinos, hoy los partidos parecen dispuestos a firmar cualquier acuerdo que les garantice estabilidad, aunque sea efímera.
La memoria también está en juego cuando hablamos de las víctimas del terrorismo que hoy deben guardar silencio para no incomodar a ciertos sectores. Este contraste entre la glorificación del sacrificio en la Reconquista y la invisibilización de quienes sufrieron el terror de ETA es un reflejo de cómo hemos perdido la capacidad de honrar nuestra historia.
Este declive lo ve con mucha pena y preocupación. Sostiene que hay mucho sectarismo. «La nuestra es una sociedad muy poco democrática en el sentido estricto». Se echan de menos ideas, disertación, valor y determinación. Y en este panorama de políticos que parecen más preocupados por ganar la batalla narrativa y mediática que por liderar un debate serio sobre los valores que sustentan nuestra democracia, y una sociedad mansa que tolera contradicciones, mentiras, líos, pactos, impuestos y un sinfín de daños a la salud de nuestro Estado, toca responsabilizarse del voto.
«Crispación alentada»
También debemos reflexionar sobre si la crispación social es un síntoma de nuestra incapacidad para encontrar puntos de encuentro o una herramienta deliberada de los políticos para dividirnos. Para Isabel San Sebastián, este fenómeno no es casual, sino intencionado: «La crispación está alentada por los políticos porque les conviene, pero también es un síntoma de que esta sociedad está perdiendo sus referentes». Y aquí estamos todos –los hunos y los hotros, y los de arriba y los de abajo, y los de en medio–, viendo pactos, escuchando debates que antes hubieran sido impensables, normalizando lo anormal.
Dice Isabel que «Pedro Sánchez es un ser carente de escrúpulos cuyo único norte es el poder por el poder. Es absolutamente amoral». La política, dice, se ha transformado en una secta donde las consignas sustituyen al pensamiento crítico, y los medios, antaño guardianes de la verdad, han caído en el servilismo: «El País es un periódico que da vergüenza ajena. Está justificando lo injustificable».
Los reyes de la Reconquista, pese a sus fallas y alianzas fugaces, lideraban con un sentido del deber que trascendía su propia ambición. Alfonso X, el Sabio, por ejemplo, no sólo consolidó su poder, sino que también dejó un legado cultural que todavía define nuestra identidad. En cambio, nuestra política está marcada por pactos que desafían la coherencia ética. Lo que sí que es igual es que hoy, como en tiempos de Urraca, el mundo está en plena transformación, y dependerá de nuestra capacidad para encontrar un equilibrio entre progreso y memoria, si salimos fortalecidos o fragmentados. Para lo primero: esencial que nos preguntemos, como sociedad, si queremos ser testigos pasivos de la erosión de nuestros valores o actores activos en su reconstrucción. Porque, como diría Urraca, «el poder no se concede, se conquista». Ahora se necesita un pueblo y unos políticos dispuestos a conquistarlo con ética y compromiso.
Terminamos con la Isabel escritora; con su narración condicionada por el rigor histórico, pero también de personajes secundarios que cobran vida; con sus lecturas, sus autores y lo que le gustaría ser cuando sea mayor.
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