En estas lamentables condiciones viven los policías desplazados a Cataluña hace ya casi un mes

Policías
En estas lamentables condiciones viven los policías desplazados a Cataluña hace ya casi un mes
Carlos Cuesta

Camarotes minúsculos, estancias compartidas, mala comida, desorden en los habitáculos, malos servicios comunes, periodos eternos sin ver a sus familias, así es el día a día de los policías nacionales desplazados a Cataluña al que ha tenido acceso OKDIARIO. Todo ello, en un contexto en el que nada saben sobre la fecha de su posible vuelta al hogar. Todo ello mientras ven cómo el mando superior de los Mossos, Josep Lluis Trapero, vuelve convertido en supuesto héroe del separatismo: el mismo mando cuya inacción ha provocado que todo este colectivo de policías nacionales, más otro de guardias civiles, tengan que acudir en masa desde sus ciudades hasta Cataluña para cumplir con las funciones asignadas a la policía regional.

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En estas lamentables condiciones viven los policías desplazados a Cataluña hace ya casi un mes

Porque los aplausos de sus 300 agentes más fieles se los llevaba hoy el mayor de los Mossos tras no haber sido encarcelado pese a la omisión clamorosa de su deber de garantía del cumplimiento de la ley a lo largo del golpe separatista. Tras haber vuelto, él sí, a su despacho y a su casa. Pero los que no se llevan aplausos ni vuelven a sus casas, con sus familias, son los agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil desplazados a Cataluña para garantizar una mínima existencia del estado de derecho, precisamente por el incumplimiento generalizado del cuerpo de policía autonómica.

Llevan algunos de ellos tres semanas. Y no sólo no vuelven a sus casas sino que pasan los días en un ambiente hostil, sin ganas de poder ser identificados por las calles, sin compañía de sus seres queridos y en unas condiciones indignas del trabajo que realizan.

Las imágenes que hoy muestra OKDIARIO reflejan el ambiente de convivencia en unos barcos, en especial el famoso Piolín, donde las estancias son compartidas, donde la intimidad es prácticamente imposible de garantizar, donde servicios básicos como el de lavandería acaban convertidos en un verdadero caos y donde el desorden se va adueñando de camarotes y habitáculos comunes hasta convertir la cohabitación de estos 3.000 agentes en un auténtico suplicio.

Los policías y guardias civiles han asumido el sacrificio de apartarse de sus hogares por la evidente necesidad nacional de defender la ley y el orden en Cataluña. Pero no entienden por qué continúan a estas alturas sin volver a sus destinos habituales y casas cuando 17.000 mossos están en este territorio español, son suficientes para desarrollar esta misión, cobran entre 300 y 600 euros más al mes que los agentes desplazados, disfrutan de sus permisos, descansos y vacaciones como si nada, y, además, su jefe acaba de pasearse dos veces por la Audiencia Nacional sin recibir más medida cautelar que la retirada del pasaporte cuando era juzgado, precisamente, por la omisión de su deber.

Es más. Estos agentes son casualmente los mismos sobre los que recaen acusaciones -nacionales e internacionales- infundadas de represión y palizas supuestamente desarrolladas el día del referéndum ilegal del 1-O. El mismo día en el que los mossos les dejaron vendidos sin más protección que los agentes desplazados.

Y, por cierto, los mismos, para los que Puigdemont acaba de diseñar una comisión de investigación perfectamente controlada y para los que los partidos separatista con el apoyo del PSC han pedido una «investigación judicial».

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