España
Manuel Rey, ex alto cargo del CESID

Obituario: El coronel sí tiene quien le escriba

«Hay muchos menos James Bond de lo que se cree… ni agentes que saltan en paracaídas y cenan esa misma noche con una esplendorosa espía. Se tratan más bien de beneméritas personas muy especializadas en tal o cual rincón del planeta y que descifran masas de informaciones…». Así de explícito se manifestaba sobre los agentes que estaban bajo sus órdenes el conde de Marenches, el que fuera jefe de los servicios franceses durante los mandatos presidenciales de Pompidou y Giscard d’Estaing.

Manuel Rey, el ex coronel del CESID que se convirtió en uno de los hombres de confianza del teniente general Alonso Manglano durante más de una década, compartió las palabras del maestro de espía francés, porque su obra Secretos de Estado era uno de sus libros de cabecera. Sobre todo, porque el perfil del coronel del Ejército del Aire se ajustaba al perfil delineado por Marenches.

Manuel Rey, nacido en Jerez pero gallego de adopción -solía pasar los veranos en Cedeira, donde nació su padre- antes de espía fue piloto en el Ejército del Aire. En los años setenta tuvo el honor de convertirse en uno de los primeros aviadores en pilotar los modernos Phantom que España había conseguido de sus aliados norteamericanos. Para ello viajó a Estados Unidos donde vivió una temporada en una base de Carolina del Sur para completar las pruebas del nuevo aparato militar.

El teniente Rey era feliz surcando los cielos, pero la diabetes que le detectaron muy joven le apartó de la gran ilusión de su vida, la misma dolencia que ahora ha acabado con su vida. Tras su periplo estadounidense por culpa de la enfermedad, tuvo que reciclarse como militar realizando un curso de criptología y otro de alemán en el Alto Estado Mayor. Aquello le sirvió para que el CESID se fijara en él y lo captara como agente analista, pero pronto comenzó a patear las calles de medio mundo para obtener información y a manipular fuentes en el extranjero.

Rey reunía dos de los conceptos básicos para ser un buen espía: era inteligente y dominaba la inteligencia, algo que en aquellos le faltaba al CESID, el servicio secreto que había sido creado en 1977 por Adolfo Suárez y que, tras el intento del Golpe de Estado del 23-F, pasaba por un intenso reciclaje de la mano del entonces teniente coronel Alonso Manglano.

Y el oficial Rey pasó a convertirse en uno de los colaboradores más estrechos del jefe de espionaje dentro de su Gabinete. Pero ese destino especial predestinó lo que sería su futuro profesional dentro del CESID. Su jefe le encargó un informe reservado sobre el comportamiento de la entonces jefa del servicio secreto en Nicaragua, que, al parecer según las denuncias recibidas, era ajeno a la ética y la deontología de La Casa. La investigada era hija de quien había sido secretario general del CESID durante el 23-F, el general Javier Calderón.

Aquel trabajo le salió caro a Rey. Tras la llegada de José María Aznar a la Moncloa y los grandes escándalos del servicio secreto (GAL, mendigos, escuchas, fondos reservados, Bárbara Rey y Sextante…), denunciados por el periodista que suscribe estas líneas, el Gobierno nombró a Calderón director del CESID, que más tarde se convertiría en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

Y fue, en ese momento, cuando el teniente general Calderón aprovechó la oportunidad para quitarse de en medio a la gente que le resultaba incómoda. Además, se vengó personalmente de Manuel Rey por la investigación a su hija y de otros servidores del CESID como Juan Rando y Diego Camacho. Los tres fueron expulsados del Centro junto a otros 25 funcionarios aprovechando los cambios, según explicó el ministro de Defensa en el Congreso, «por razones estrictamente profesionales». Algo «estrictamente» falso. Rey salió por investigar la conducta poco apropiada de su hija y Rando y Camacho por denunciar el comportamiento sospechoso de Calderón a favor de los golpistas durante el 23-F.

Lo peor de todo fue que el aparato de propaganda del CESID se preocupó en lanzar una dura campaña contra los expulsados, señalándolos como los culpables de sus desgracias internas. Los periodistas altavoces del Centro los señalaban como los eslabones corruptos del espionaje español.

Lo verdaderamente maloliente fue que, mientras eran expulsados del edificio del espionaje en la Carretera de La Coruña unos funcionarios con honor y amantes de su Patria, permanecían en sus despachos los verdaderos responsables de las cloacas del CESID. Allí seguían anclados los culpables de las operaciones más deplorables y abyectas del espionaje español. Y me reservo los nombres porque algunos ya han fallecido y no se pueden defender.

El propio Rey, que hasta entonces nunca había pronunciado una palabra malsonante contra el CESID -ni sus hijos conocían su condición de espía- lo explicaba en una entrevista concedida a un diario gallego en 2011: «Al llegar Calderón, con la victoria del PP en el 96, hicieron una criba y dijeron que habían echado a los corruptos. Pedí un desmentido y no gustó. Me arrestaron, pero Defensa certificó el mismo día que mi baja no tenía que ver con nada indecoroso».

Un funcionario entregado a sus misiones

Cuánta razón tenía. Había sido un funcionario entregado a sus misiones que resolvía con discreción y entrega. Y fueron los verdaderos corruptos del CESID quienes se escudaron en un grupo de fieles funcionarios para ocultar las tropelías que se habían cometido en los servicios españoles en casos tan importantes para la historia de España como el atentado de Carrero, el golpe del 23-F, el 11-M o los asuntos sucios de Juan Carlos I.

Su valor innato, su integridad moral, su amor a su Casa y su búsqueda por descubrir la verdad propició que Manuel Rey, en septiembre de 2010, aceptara mi invitación para presentar, junto al director de cine Enrique Urbizu, mi primer thriller El Informe Jano, una obra de ficción editaba por Plaza y Janés que narraba de manera novelada acciones reales cometidas por espías del CESID durante la etapa más negra de los servicios secretos españoles. El sí de Rey era valiente porque el argumento de la obra arrancaba con el secuestro y muerte de un mendigo que los espías utilizaron como cobaya para experimentar un anestésico que pensaban utilizar contra Josu Ternera en la guerra sucia contra ETA. Aquel incidente, incluso, era conocido en el CESID como: «Operación Mengele».

Manuel Rey tuvo la valentía de dar la cara por los cientos de espías que reprobaban los métodos que se habían utilizado en el CESID durante los años de la «guerra sucia» contra ETA o durante las jornadas de infarto del 23-F.

La última intervención pública de Manuel Rey, antes de su muerte, fue su participación en la serie dirigida por Santiago Acosta y producida por HBO Salvar al Rey. Su brillante intervención en el documental es uno de los mejores legados que puede dejar a sus hijos y nietos. El ex agente del CESID se mostraba como lo que siempre había sido: una persona sincera, intachable, sesuda, demócrata, tolerante, profesional, documentada -gran lector y comprador de libros-, discreta y, sobre todo, amigos de sus amigos y amante de su familia y de su país.

En el caso de Rey, el coronel sí tiene quien le escriba. Estas líneas, que nacen desde la tristeza por su muerte, deben servir para recuperar y reivindicar el legado de un hombre de honor y un gran patriota. El Estado le falló, como siempre sucede, dirigido por algunas sombras canallas del poder, pero él nunca lo traicionó. Siempre fue un leal escudero. Y, curiosamente, se lleva a la tumba algunos secretos de Estado por su condición de hombre de Estado.