César Galicia, pintor: «Si se descubre la arquitectura del objeto no hay nada difícil de pintar»
César Galicia es un grande en el hiperrealismo. Sorprendió en España desde sus inicios y muy poco después, en 1984, se fue a Nueva York fichado por una de las galerías de arte más reputadas. Allí pasó casi veinte años.
Quizá lo viera usted hace poco en el museo Thyssen, donde estuvo expuesto tres meses, confundiendo a la gente con un cajero automático y una puerta que parecían reales. Dio así sentido al nombre de la exposición: El Trampantojo.
Él ya nació artista. Lo era desde niño. Se dio cuenta de que era distinto fijándose en detalles como la temperatura de color. Se presentó a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando cuando entrar era una oposición con muestra de talento. Aplicó con casi mil candidatos y entró junto con otros noventa talentosos.
Él va paseando y va viendo. No quiere perfección, espera a encontrarse con las cosas. Dice que no hay temas más difíciles que otros; sí desafíos en el momento de ejecución como pintar el aire o los rojos y sus sombras. Para él la clave está en estudiar cómo sombrearlos. Y esto lo aplica a cualquier otra complejidad. «No hay nada difícil de pintar. Hay que estudiarlo, conocer las dificultades, darse cuenta de la arquitectura del objeto. Una vez se tiene esa arquitectura, ya puede pintar». Ya sabe cómo hacerlo.
Empezó a pintar con pinceles de abanico y de pata de cabra, poco a poco aparecieron los aerógrafos con agujas cada vez más finas. Todos los días trabaja frente al cuadro. Algún día, en algún momento, sale a mirar porque asegura que la parte más importante de un artista es su mirada. Él pinta por capas. Primero prepara el soporte y después va fabricando por capas el cuadro; pero desde la segunda o tercera sesión únicamente varía la realidad. A veces, muy pocas, siente que tiene que respirar, salirse del plano del cuadro, y enseguida se da cuenta de si está o puede mejorarlo. Debajo de sus cuadros: pura arquitectura.
Dice que el mercado ha cambiado muchísimo y que las subastas son el termómetro de cómo está el arte. Considera que las ferias de arte han hecho mucho bien, pero también daño a la creación porque hay artistas que siguen tendencias y no su propio yo. Asegura que la misma naturaleza propone al artista lo que puede hacer y, a través de eso, llegan a su obra.
Ve un momento en torno a los años veinte, treinta y cuarenta en el que queda todo mucho más claro; una época en la que grandes como Warhol, Basquiat y Clemente se juntaban para crear.
Ha ido utilizando herramientas que le permiten ir más lejos para conseguir la realidad. Entre ellas, se abre a la Inteligencia Artificial (IA). De ella dice que es un arma de doble filo y pide que se legisle para que sólo se pueda utilizar la obra de un artista con el consentimiento de él.
Nos despedimos descubriendo que lleva dos años y medio pintando un paisaje de Madrid. Todavía le quedan otros dos años y medio. Habrá que esperar…
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