Así ha sido el último viaje de Urdangarin a Ginebra con OKDIARIO como testigo
Un hombre alto asoma la cabeza canosa en el asiento 3C del vuelo EZY1516 de la compañía Easyjet que, poco más tarde de las 15.35 y con un ligero retraso de quince minutos, alzaba el vuelo en el aeropuerto de Son Sant Joan, en Palma de Mallorca. Se le ve un hombre frágil, con las gafas puestas desde el túnel de embarque y todo el rato con el móvil en las manos. Abre el WhatsApp, lo vuelve a cerrar; lee los titulares de un par de periódicos, vuelve al WhatsApp, escribe un mensaje y mira el tiempo que hace en Ginebra. Hasta que decide dormirse. Solo el sollozo de un bebé recién nacido sentado en el asiento 3E junto a su madre, al otro lado del pasillo, hace despertar a este hombre con posado serio y ánimo de derrota que, unas horas antes, acaparaba los flashes y los objetivos de todas las cámaras en la Audiencia de Palma.
A Iñaki Urdangarin, ahora, ya nadie le hace la reverencia. Aunque había hecho el check-in online, llega a la puerta de embarque minutos antes de que cierre. Es casi el último, puesto que ocupa este periodista que sigue sus pasos. El hombre de camiseta azul y maleta deportiva que hace rato anda por los alrededores de la puerta de embarque avisa al personal de la aerolínea que ya llega el pasajero al que protege. Lo hace a paso rápido, como quién huye del vecino pesado que siempre te da la tabarra.
Se le ve un hombre frágil, con las gafas puestas desde el túnel de embarque y todo el rato con el móvil en las manos
Le acompañan tres hombres, dos de los cuales se identifican como policías y le escoltan hasta la puerta del mismo avión y un empleado de AENA del aeropuerto de Mallorca, que les acorta el paso por zonas en obras. Al llegar al control, a diferencia del resto de pasajeros, la empleada le pide el pasaporte a Urdangarin. Se lo saca de la americana y lo muestra, mientras con el móvil valida el billete. Le dejan pasar. Minutos más tarde, cuando ya se dirige hasta el túnel de embarque, la empleada critica que “le debería dar vergüenza que le tengan que acompañar policías”; “¿le vamos a pegar?”, se pregunta. Reconoce que no es habitual pedir el pasaporte a quienes viajan a Suiza, pero en su caso “tenía órdenes del comandante de pedirle si lo llevaba”, reconoce.
Sobrevolando los Alpes franceses Iñaki Urdangarin vuelve a abrir los ojos. Mira ligeramente a su izquierda, por donde se vislumbran de lejos y entre los dos compañeros de asiento -que no parecían muy entusiasmados al ver quien se les sentaba al lado- las montañas nevadas en las que ha gozado la práctica del esquí en los últimos años. Ahora, según qué prisión elija, sólo verá la nieve en la distancia.
En la cárcel, el único deporte que podrá hacer es correr por el patio, levantar pesas en el gimnasio y hacer unos largos en la piscina si el centro elegido dispone. Los esquís quedarán guardados en el trastero y, Baqueira Beret, la pista predilecta por la familia real y cuya publicidad luce en el maletín de ropa que lleva colgado, formará parte sólo del recuerdo de aquellos años donde el Instituto Noós era una fábrica de billetes que le permitía llevar un nivel de vida con todos los lujos.
A la llegada al aeropuerto de Ginebra, minutos antes de lo previsto, Urdangarin ha sido el primero en salir. Ha desaparecido rápidamente y a la salida, le esperaban dos vehículos con chofer y escoltas. Dos horas después, por eso, ni Iñaki ni su esposa, Cristina de Borbón, han llegado al domicilio familiar. Solo la hija pequeña del matrimonio ha salido con una carpeta en la mano y la mochila, acompañada por el escolta y a bordo de un coche de escoltas de la Guardia Civil
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