Así emboscaron 200 personas a la Policía en La Línea para evitar la detención de narcos: «¡Vamos a mataros!»
OKDIARIO ha tenido acceso en exclusiva al atestado que relata cómo cuatro agentes vieron su vida en peligro a manos de cientos de vecinos de la barriada de la Línea de la Concepción
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El alijo de droga, las narcolanchas o el trapicheo con latas de combustible es moneda de cambio habitual en el barrio de La Atunara (La Línea de la Concepción, Cádiz), residencia de narcos y de todas las personas que se nutren de los pingües beneficios de la droga. También allí viven personas que nada tienen que ver con ese mundo, sin embargo, en los últimos tiempos la situación ha empeorado y mucho. Este periódico ha tenido acceso al documento policial que acredita que cuatro agentes de Policía Nacional y Guardia Civil tuvieron que salir el pasado viernes a tiros del linchamiento al que varios vecinos les estaban sometiendo por haber detenido a varias personas a las que habían cazado in fraganti alijando droga. En apenas unas horas La Atunara se convirtió en un infierno para cuatro policías.
A eso de las siete de la tarde del pasado viernes 22, una pareja de la Guardia Civil patrullaba en las inmediaciones de la playa de los Toneleros, en el barrio de La Atunara, en la Línea de la Concepción, zona habitual de trasiego de embarcaciones de narcos, los agentes se percataron de que cerca de la orilla había varias personas repartidas entre dos embarcaciones. Una de ellas se describe en el propio atestado policial al que ha tenido acceso OKDIARIO como “una narcolancha de grandes dimensiones”, y la otra una embarcación semirrígida. La escena es descrita por los agentes como un repostaje previo a una travesía para traer droga a la Península desde Marruecos.
Los agentes, sabedores de lo que pasa tras una operación de repostaje de esas características, vieron cómo la narcolancha se alejaba mar adentro mientras la otra embarcación se dirigía a otra de las playas de La Línea. Los guardias establecieron un dispositivo de vigilancia a la espera de la reaparición de alguna de las embarcaciones sospechosas. Casi dos horas más tarde una llamada por la emisora advierte a los agentes de que se está produciendo un alijo de droga en la misma playa donde había repostado la narcolancha. Cuando la patrulla llegó a la playa unas 30 personas emprendieron la huida para no ser detenidos.
A partir de ese momento comenzó algo más que habitual en las playas de la zona del campo de Gibraltar. La persecución de los agentes pasaba de inmediato de la arena de la playa al asfalto y el pavimento de las aceras, donde los guardias civiles que habías descubierto el alijo se separaron por primera vez para cazar a alguno de los sospechosos. Detiene a uno de ellos, un tal Manuel, quien corría con un pequeño motor fueraborda a la espalda y una lata de combustible. El otro agente acudía a apoyar a un policía nacional que estaba en una situación especialmente comprometida.
«¡Vamos a matarlo que está solo!»
Minutos antes este policía nacional patrullaba con otro compañero cuando por una de las calles cercanas a La Atunara vio salir a decenas de personas corriendo en dirección contraria a la playa donde fueron interceptados los narcos. Eran precisamente los huidos de la playa. Estos agentes trataron de perseguirlos con su coche, pero cuentan en el atestado como un turismo les cortó el paso “de forma deliberada”, lo que les obligó a seguir la persecución a pie. Uno de los policías vio al guardia civil perseguir al tipo que corría con el fueraborda a su espalda, así que se unió a la persecución hasta que lograron darle alcance, reducirlo y esposarlo. Cuando la situación parecía controlada el guardia civil dejó solo al agente de policía nacional para que custodiara al detenido mientras él apoyaba al resto de agentes. Ninguno de los dos fue capaz de prever lo que estaba a punto de suceder.
Mientras el policía nacional custodiaba al detenido comenzó a formarse a su alrededor un grupo que crecía por momentos. “De improviso una muchedumbre de unas 120 personas alteradas y violentas, en actitud agresiva, profiriendo gritos y amenazas, rodean al agente, quien se ve obligado a retroceder con el detenido y pedir apoyo urgente”. El policía empezó a escuchar cada vez más cerca lo que le gritaban algunas personas. Se dio cuenta de que habían ido llamando una a una a las puertas del vecindario para que otros vecinos se sumaran a la intimidante escena. “¡Este hijo de puta quiere jodernos! ¡Vamos a matarlo que está solo! ¡Vamos a matarlo, que es un mierda!”, le gritaban algunas mujeres de entre la muchedumbre.
Pero en cuestión de segundos los gritos vinieron acompañados de empujones y patadas mientras un hombre le gritaba a escasa distancia de la cara “¡te voy a matar cabrón de mierda, suéltalo ya!”. Como pudieron, un par de agentes consiguieron llegar a la posición del policía rodeado y finalmente todos los refuerzos se centraron el apoyar a los agentes que estaban siendo insultados y golpeados. Fue tal la violencia con la que se emplearon los vecinos de La Atunara contra los agentes que llegaron a arrebatarles temporalmente a uno de los narcos detenidos.
La situación era extremadamente peligrosa, así que el operativo policial optó por el uso de salvas, detonaciones de armas de fuego sin munición, y el uso de material antidisturbios, lo que sirvió para disolver la muchedumbre, recuperar al detenido, y practicar nuevas detenciones contra los instigadores de la emboscada.
Los agentes acabaron presentando a cinco personas detenidas cerca de la medianoche en comisaría para luego ser atendidos de sus heridas. La hostilidad contra las Fuerzas del Orden en una zona sumida en la depresión laboral y económica era habitual hasta ahora. Que los vecinos salgan de sus casas al grito de “¡vamos a matar a los policías!” es algo que exige una profunda reflexión sobre las consecuencias de ser policía o guardia civil en el Campo de Gibraltar.
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