Luis Valls-Taberner, un banquero inclasificable
Desapego y libertad, de esta forma se titula el libro que Luis Valls-Taberner Muls le dedica a su tío, del mismo nombre, y a su padre Javier, que durante años copresidieron el Banco Popular. «A mayor desapego de las cosas mayor libertad tienes para analizarlas» era una de las frases favoritas del que fuera copresidente Luis Valls-Taberner. Numerario del Opus Dei y que vivía en una casa de la Obra cediendo íntegramente su sueldo a los más necesitados. De hecho, era su vida tan modesta que pedía permiso al administrador del centro cada vez que necesitaba comprarse un par de zapatos.
Luis no tuvo hijos y todos los que le trataron hablan de él como un humanista, valiente y visionario con inquietudes de periodista y mentalidad de editor. De hecho, uno de sus muchos hitos por este santo oficio fue ayudar financieramente en la procelosa vida del Diario Madrid, que cerró el régimen franquista por sus ideas subversivas. También son míticos los encuentros en el Edificio Beatriz, en la calle Ortega y Gasset de la capital, en el que se organizaban y se siguen haciendo almuerzos informativos en los que miembros de la sociedad civil, las finanzas y la prensa debaten y abordan todas aquellas cuestiones que les preocupan e interesan.
«La excelencia no sólo es compatible con los errores sino que puede edificarse sobre ellos»
Dicen de Valls-Taberner que era tan bueno que quiso que en su edificio, formalmente la sede del Banco Popular aunque no se vea ningún logo exterior que así lo identifique, se establecieran otros bancos internacionales (Bank of America, JP Morgan, Morgan Stanley) para que aprendieran de él como hacer banca cívica. Se recuerda en el libro que fue un banquero católico, el primero en reclamar a sus consejeros que no cobrasen por acudir a los consejos de las participadas sino que dedicaran ese dinero a contribuir en fines sociales. Algo verdaderamente revolucionario para la época. Una, en la que todo lo que pasaba en el sector financiero español se dilucidaba entre los 7 grandes; los presidentes de los entonces mayores bancos españoles. De hecho, en esta obra se dice que si esos valores cristianos se hubieran trasladado en el tiempo no hubiéramos vivido los casos de corrupción en bancos y cajas. Ganaba 85 millones de pesetas, el sueldo más bajo de largo de toda la banca española.
Se destacaba que en su época, la de esplendor de Mario Conde y en la que las sedes de los bancos pujaban por ser más altas, él se centraba en que su banco fuera el más rentable, en la gestión del dinero de los demás (que era su obsesión) y en frases como: «La excelencia no sólo es compatible con los errores sino que puede edificarse sobre ellos».
«Ni el éxito ni la confianza se pueden improvisar», recuerda su sobrino una de las frases que Valls siempre decía. Desde la emoción, aquél que comparte su nombre, ha tratado de realizar un relato cabal de un hombre enigmático que todo lo interesante lo apuntaba en papeles que se guardaba en la chaqueta. De hecho, solía acudir a los encuentros del PCE en la Casa de Campo pues le gustaba escuchar en primera persona de lo que allí se hablaba y debatía. Para los periodistas económicos de su época era una fuente inagotable de conocimiento a través de sus apuntes que compartía con ellos para dar una visión certera de lo que estaba pasando en España.
Un cristiano que hacía ética con el ejemplo, dicen otros de él, que hubiera evitado la crisis bancaria pues su trato con Dios iluminaba su trabajo. Un hombre que ponía en solfa la afirmación de Mark Twain sobre los banqueros; «aquél que te ofrece un paraguas cuando sale el sol y te lo quita cuando llueve».
Parte de su legado pervive en el actual Banco Popular que ha apoyado la obra de su sobrino Luis Valls-Taberner, financiero y experto en el mercado inmobiliario, que comparte con su tío su inquietud de humanista y periodista.
Para concluir les aportaré un último dato. Cuando falleció el copresidente del Banco Popular prohibió que se pusieran esquelas, ni que se hicieran fastos de ningún tipo. Su intención era entregarse a la muerte como un mero siervo de Dios para que le acogiera en su seno.
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