Así debería ser la revolución fiscal en España
«El dinero público no es de nadie», aseveró hace 20 años la vicepresidenta del Gobierno de Zapatero y hoy presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo. Una frase torpe e impropia de una jurista y profesora universitaria de su talla. Sin embargo, esa cita ridícula que entonces se convirtió en una parodia era premonitoria de la situación actual. ¿Quién no ha pensado alguna vez que paga demasiados impuestos? ¿Quién no ha renunciado a ciertos privilegios durante los últimos tres años porque ahora a nuestro bolsillo le duele hasta la cesta de la compra? ¿Por qué no estamos convencidos de que ese dinero de todos está bien utilizado?
Cuando el ciudadano comienza a sentir en sus propias carnes la confiscatoriedad del sistema tributario, algo falla. Pensábamos que pagar impuestos estaba bien. Hasta Lola Flores se lo explicó a nuestros abuelos a través de la pequeña pantalla después de haber defraudado (se dice) 200 millones de las entonces pesetas. Ahora no nos lo explican, directamente nos lo exigen, a través de modernos sistemas telemáticos de declaración. Y da igual que tengamos 30 que 80 años, allá tú si sufres la brecha digital y no sabes picar bien los datos en tu declaración de la Renta virtual.
Pero yo me resisto a pensar que esto de pagar impuestos ha pasado de ser la resignación de unos pocos por el bien mayor, al malvado Big Brother orwelliano a la caza de la clase media española.
Quiero creer que una revolución fiscal es posible. Quiero creer que se puede volver al origen a cambio de acabar con el gasto público superfluo. ¿Por qué debemos mantener un Ministerio como el de Igualdad que nos cuesta 573 millones de euros y no sirve para nada?, ¿por qué donar 30 millones cada año a Marruecos desde que gobierna Sánchez? ¿Por qué los sindicatos deben vivir de la subvención pública cuando sigue cayendo la productividad de nuestros trabajadores a la par que se maquillan de forma deliberada los datos del paro?
Ejemplos de buena política fiscal
La izquierda miró ojiplática a Ayuso y Monasterio cuando hace un par de años propusieron bajar el tipo del tramo autonómico del IRPF o mejorar la bonificación de las donaciones y herencias entre hermanos y entre tíos y sobrinos (porque cada vez tenemos menos hijos y es justo que ese familiar no directo reciba el mismo trato fiscal que un hijo). Pues bien, a ejercicio cerrado, los datos de recaudación de la Comunidad de Madrid han dado la razón a la derecha madrileña. Hay quien dirá que Madrid goza del efecto de capitalidad por el que puede permitirse una política de baja presión fiscal.
Viajemos entonces a una región vecina, Castilla y León. Allí, las medidas adoptadas entre el PP y Vox han reventado todas las estadísticas. Con reducciones del tipo también en su tarifa autonómica del IRPF o con una apuesta incondicional por el medio rural -aumentando la deducción por nacimiento o adopción, o bonificando las transmisiones y tasas al adquirir explotaciones agrarias, al arrendar fincas rústicas, o de la caza y la pesca, entre otras muchas-, los castellanos y leoneses se han visto aliviados de la presión fiscal y no han perdido sus niveles de recaudación. Para quien dude, que eche una ojeada al proyecto de sus presupuestos para este 2024.
Para que nos entendamos: tributar menos y recaudar más es posible. Si no apostamos ahora por una auténtica revolución fiscal, la generación Z llevará su residencia fiscal fuera de nuestras fronteras y la mayor fuente de ingresos de nuestro Estado provendrá de las pocas empresas a las que les resulte rentable quedarse. O de los turistas y jubilados alemanes, británicos y rusos que hoy se divierten en Marbella o Benidorm.
Así que sí, el dinero público es de todos y tanto cuesta ahora recaudarlo como debería costar gastarlo, con austeridad.
Cuando nos demos cuenta de que bajar los impuestos es sinónimo de aumentar la recaudación, cuando nos percatemos de que el dinero mueve más dinero en el bolsillo de los españoles que en las arcas del Estado, cuando estemos dispuestos a cortar el grifo de las subvenciones en favor de ayudas a empresas privadas para generar trabajos de calidad y no un empleo público que hinche de forma artificial los índices de riqueza nacional, entonces, estaremos preparados para la revolución fiscal.
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