Zidane invocó al Real Madrid de Mou en la primera mitad: orden, presión y contraataque
Se coqueteó seriamente con el pasteleo en las horas previas, con jugar a la nada y especular a un resultado adverso. Suspender el examen para asistir a una potencial recuperación de menor dificultad. Una decisión compleja, imposible, cuando uno se coloca la elástica blanca, escucha retumbar la obra maestra de Haendel sobre un Bernabéu de ocasión y a la izquierda de su pecho se encuentra un escudo con once Copas de Europa.
Zidane, conocedor de tales magnitudes, no se dejó engañar por lo, aparentemente, superfluo del resultado. Los once elegidos escucharon el silbido inicial del arbitro y, como si fuese puro mentalismo, activó una faceta olvidada en el juego blanco. Los vicios más queridos de Mou en el Bernabéu resucitaron durante 45 minutos. Presión asfixiante, intensidad máxima, orden germánico en la zaga.
Una Santísima Trinidad en el trienio del portugués que Zizou quiso emular poniéndole su particular sabor. La nostalgia se apoderó de un Bernabéu que, por momentos, veía en Lucas Vázquez al Di María mas revoltoso; o en James al Özil de turno. Casemiro y Modric transfiguraron en un dúo autoritario, bailando a un mismo compás, como una selección de natación sincronizada o Gene Kelly con Debbie Reynolds en Singing in the rain.
La telaraña esbozada por Zidane atrapó a un Dortmund que reducía su peligro al desacierto blanco en la salida de balón. Varane se desató en su versión más histriónica: destacaba de forma exagerada, como un Mercedes en la F1. Ronaldo y Benzema se entregaban a la causa en una intensidad desenfrenada: rara vez el Dortmund salía airoso desde atrás con el esférico. Un ejército meticuloso, clínico en sus movimientos, voraz en su destino.
Y cuando se acabó la gasolina, a pesar del repostaje en boxes personificado en Toni Kroos, se dejó caer por Concha Espina esa tercera pata del trípode: ya saben, trino y uno. El contraataque. Una materia elevada a arte en manos de la pizarra de José Mourinho. El Borussia Dortmund desconectó el enchufe energético de su opositor, que no cayó en la trampa de acudir arriba como zombies: esperó, aguantó y lanzó la contra encontrado resquicios de nitroglicerina en su depósito.
Una oda al fútbol que moría en la orilla, fruto de un chispazo mágico entre Aubameyang y Reus. El Real Madrid despreció fortuitamente sus contraataques que sino se estrellaban en Weinderfeller, encontraban un defensa centímetros antes de cruzar la línea de gol. La épica se había quedado en Barcelona: el milagro, esta vez, no accedió a los tornos del Bernabéu. Una segunda plaza dulce, que ‘reduce’ el peligro del azar a la Juventus. Y es que, si Zidane articula una primera parte semejante, no hay que temer ni al demiurgo de turno en Mónaco.
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