Un Tour de los de antes
Después de una semana de exhibiciones, de demostraciones cuasi omnipotentes, el escenario de gestas que han originado héroes y mitos despertaba de su quietud y observancia milenaria ante la llegada de la turbamulta. Los colosos del Telegraphe y Galibier han visto desfallecimientos y resurrecciones, hazañas y hundimientos, glorias y fracasos. Son testigos de la historia de un deporte que no deja de inspirar a la épica.
El diseño de la jornada era el molde perfecto para que sucediera todo lo que aconteció, con la única incertidumbre del resultado final. Una etapa corta que invitaba a ser atrevido, si la seguridad y la autoestima andaban desbocadas, sin control. Los Alpes, con sus cimas memorables, sonreían ante tanta juventud petulante. en un caluroso día.
El Jumbo Visma venía aguardando pacientemente su momento. Con sus gladiadores más ambiciosos, alineada en espiral la escuadra que combina en su uniformidad el amarillo ―energía― y el negro ―atención― , se transformaba en un dragón de tres cabezas, con Van Aert, Roglic y Vingegaard. Estaba escrito. También comentado en el video «Todos contra Pogacar» que inauguró el serial de este Tour en El Rutómetro. Lo que no se consiguió en Arenberg, podía suceder en el Galibier.
Pogacar y su Emirates cayeron en la trampa. El dúo más dinámico arrancó la función. Van Aert y Van der Poel junto a otros veinte valientes lideraron la fuga más tempranera. Último intento del nieto prodigio de encontrar su figura perdida, entre sombras, desde el inicio de este Tour. La fuga temeraria no podía durar mucho, pero ejercería su función. Poco a poco fueron descolgándose corredores como uvas del racimo, siempre con el príncipe de la regularidad de rastreador. Van Aert era la punta de lanza del ataque.
Las herraduras del Montvernier no tuvieron más historia que comprobar que el UAE de Pogacar se intuía la jugada maestra del Jumbo. Colocó a sus pocos hombres en cabeza y, equivocadamente, la distancia pasó de descontrolada a autorizada. Van der Poel ponía pie en tierra en el Telegraphe, antes de que el Jumbo empezará a moverse. Roglic atacó bajando. Pogacar, en apariencia intratable amortiguaba los golpes y pasaba al ataque a falta de más de sesenta kilómetros.
Aparecen por todos lados damnificados de tanta agresión. El ritmo es vertiginoso. Lo que se presencia en el Galibier rememora un ciclismo casi olvidado. Los potenciómetros se colapsan. No entienden el descontrol. Nadie da crédito a lo que está sucediendo. Pogacar es invencible, en apariencia. Detrás de su rueda hay un ciclista discreto que no gesticula, que apenas habla y que se parece a Kevin McCallister. Aguanta la rueda que engulle todo lo que hay por delante. Pogacar se recrea ante la cámara. Todavía sonríe.
El Col de Granon despidió para siempre a Bernat Hinault del preciado maillot jeaune. El macizo alpino y un insurrecto Greg Lemond finiquitaban el ciclo del bretón adicto al triunfo. Un precedente que no intimidó suficientemente a Pogacar ni a sus directores, ufanos del poderío del esloveno. No ponderaron ni el calor, ni la condición vulnerable de todo ser humano incluso del más fuerte. El discreto ciclista danés no se inmutaba ante los alardes de un líder pletórico. A rueda del amarillo, todo el desgaste para el más osado. Grave error de cálculo.
Roglic daba por finalizada su misión. El dragón del Jumbo se quedaba con una única cabeza. Todo estaba sucediendo según lo previsto. Pogacar empieza a dar síntomas de sufrimiento. El calor pasa a ser insoportable. Un síntoma inequívoco; Pogacar se abre el maillot y se defiende a pecho descubierto. Solo le queda un asintomático Rafa Majka.
Llegaba la hora elegida para lanzar la mordida definitiva y letal; en el peor momento de su rival, en el mejor momento para Vingegaard. El demarraje es feroz. Quintana revive tiempos mejores, como Geraint Thomas. El danés sufre de éxito. Pogacar lo hace de humanidad. Ha caído el rey que grita venganza entre sollozos de agonía.
El Granon nos deja un nuevo líder. Jonas Vingegaard y su equipo recuperan la iniciativa con la ventaja de que Pogacar anda mermado de efectivos y ha sufrido su primer gran e imprevisto fiasco. Las famosas curvas del Alpe d’Huez nos brindarán nuevas emociones, en un Tour de Francia de los de antaño. El nuevo líder no pecará de osado. Será fiel a su discreción y a su guardia pretoriana, defensores del maillot amarillo con los errores de su rival en la memoria más reciente.
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