«Este es mi hijo Marco, algún día jugará en el Real Madrid»
Puerto Portals, un día cualquiera de agosto de 2006. Florentino Pérez ha echado pie a tierra desde su yate, el Pitina II, y está desayunando en una cafetería del puerto. Disfruta de su primer verano en seis años sin tener que estar colgado del móvil peleándose con representantes, entrenadores, galácticos caprichosos y periodistas cansinos.
Hace apenas seis meses que ha renunciado al sillón de la casa blanca –dimitió en febrero de ese año– y está algo desencantado tras contemplar con cierto estupor cómo los aspirantes a la presidencia del Real Madrid se han acuchillado entre ellos en unas elecciones llenas de puñaladas traperas, pucherazos electorales y mentiras en los fichajes. Florentino desayuna mientras por su cabeza ronda aquella frase de «no se os puede dejar solos».
Entonces un señor que lleva de la mano a un niño de unos diez años se le acerca. «Perdone, señor Pérez, este es mi hijo Marco y algún día jugará en el Real Madrid». La frase suena a amor de padre, pero encierra una profecía. Florentino sonríe y se fija en la mirada viva del chaval de ojos oscuros. Es flaquito, moreno y tiene cara de pillo. Lo que Florentino no sabe es que ese niño de diez años, el hijo de Gilberto, ya sabe hacer la ruleta de Zidane. Ese niño es Marco Asensio.
Con diez años acaba de fichar por el Mallorca después de que Clemente Marín, un ojeador de cantera del club bermellón, le descubriera jugando en el Playas Calvià. «Marco ya metía entonces goles de saque córner y hacía la ruleta de Zidane. No he visto a un niño de esa edad que hiciese las cosas que hacía él y he visto unos cuantos. Era el clásico futbolista callejero, de barriada», dice con orgullo su descubridor.
La ruleta de Zidane
Cuando Marco Asensio llegó al Mallorca tenía diez años y era alevín, pero el equipo balear no tenía esa categoría, así que fue inscrito en el infantil B junto a niños dos años mayores. Daba igual. «Con 9 años jugaba con chavales de 15 y no le quitaban la pelota”, cuenta Marín.
Asensio regateó todos los obstáculos en su meteórica ascensión hacia el cielo del fútbol. Incluso escaló la montaña más alta que le puso la vida en el camino: la pérdida de su madre en 2011 víctima de un cáncer. Marco tenía 15 años. Maduró deprisa viviendo junto a su padre Gilberto y a su hermano Igor. La familia fue un todos para uno.
Desde entonces Marco Asensio dedica todos sus goles a su madre, de origen holandés, que le observa orgullosa desde el cielo. Marco tiene la doble nacionalidad –su segundo apellido es Willemsen– e incluso Holanda le tentó para vestir la oranje, pero Marco eligió La Roja. Como eligió también al Real Madrid antes que al Barcelona.
Marco siempre fue de los primeros en llegar Son Bibiloni, la ciudad deportiva del Mallorca, incluso cuando subió al primer equipo, porque su padre tenía que trabajar en un supermercado y le dejaba siempre a primera hora. Y fue así hasta que con 18 años y un sueldo de mileurista en el Mallorca –1.500 euros al mes–, Asensio se compró su primer coche: un wolkswagen Polo. Poco tiempo después, el vaticinio de su padre a Florentino Pérez se haría realidad y su hijo Marco ficharía por el Real Madrid.
Ahora, diez años después de aquel encuentro casual en Puerto Portals, y de aquella profecía de su padre a Florentino, Marco Asensio está en el sitio que siempre soñó. Y no piensa despertar porque su fútbol de fantasía puede ser un cuento de hadas en el Bernabéu con final feliz.
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