Show de Hamilton, virtuoso Sainz y ridículo de McLaren-Honda
Caminaba con el gesto del que no se conforma con nada, del que es conocedor de dónde está, de qué ha hecho y de qué puede hacer. Era Viggo Mortensen en Océanos de Fuego: sabe qué es el mejor jinete de la parrilla pero trabaja en el circo de McLaren-Honda. Fernando Alonso que, minutos antes de la carrera, ya hablaba de intentar otro milagro. La ambición eterna de un campeón.
Pero la Fórmula 1 es un deporte de parpadeos, de instantes, donde dos curvas bastan para destrozarlo todo. La salida engullió a Raikkonen: toque con Bottas y por delante, a Verstappen. Rompió la suspensión… y las lágrimas de un niño ataviado de rojo, desconsolado. Abandonos. A Hamilton se le volvió a colar Vettel; a Fernando Alonso, Massa: a la grava, cuando intentaba ganar posiciones. Undécimo.
Carlos Sainz adelantó tres posiciones en salida: un inicio fulgurante, buscando el difusor de Magnussen, octavo. La reivindicación tras un sábado frío: el sol castigaba y el traje de domingo le ardía más que nunca. Fernando llevaba las llaves para abrir la discoteca de boxes: él fue el primero, buscando el undercut con los Haas y su homónimo español.
Los excesos de calor se trasladaron al pit-lane: Carlos Sainz y Magnussen se enzarzaban, bailaban reggeaton, pero no el lento. Paraban juntos, salían juntos, y casi se tocaban juntos. El 55 se iba por la tierra, y el que lloraba era Kevin por radio. Entre tanto, Vettel paraba, y Hamilton no. Estrategias opuestas: Ferrari la básica; Mercedes, quizá, la suicida.
El tercer elemento en tal jugada se llamaba Valtteri Bottas, perdido en la nada. Entretuvo a Vettel tres vueltas, que no lograba pasarle. Hasta que Sebastian se inventó un hueco donde no lo había: por la hierba en la entrada a meta. Aplausos en la sala de prensa para un movimiento de maestro. En la grada el niño ya no lloraba: saltaba de alegría. Aunque Hamilton estaba ya ahí…
En otra batalla, en la nada, la realidad se imponía a la ficción. Como Michael Jordan con el béisbol: un bate no es lo mismo una de basket. A Fernando le puede salir bien un bateo, una vuelta, pero no le pidas ritmo, ni aguantar en la recta a, sí, un Sauber. Ericsson le adelantaba como el que se enciende un cigarro. Honda se agarra a las manos de Alonso como un niño a su madre, pero si no les suelta, nunca aprenderán a caminar. Penúltimo, intrascendente, imposible.
Hamilton pasa a Vettel
El desfile era somnoliento: una pasarela de monoplazas dando giros en Barcelona. El bostezo parecía una opción… hasta que Vandoorne golpeó a Massa, en un movimiento suicida. VSC, todos a boxes, y cambio de carrera. Hamilton paró antes, Vettel lo hizo después, y ahí comenzaron los fuegos artificiales. Toque entre ambos al final de la recta, y Sebastian por delante. Bottas se quedaba parado… y la persecución continuaba.
«Let me alone now», gritaba Sainz a Matassa, en su pelea por el octavo. A lo Kimi. Wehrlein, con el Sauber, le hacía de tope, aunque tenía una sanción de cinco segundos. El séptimo era virtual… y casi seguro. Y Lewis Hamilton, que marchaba enajenado hacia Vettel, sacó el martillo y golpeó al Ferrari con la fuerza de Thor: le enseñó que también él sabe adelantar. Por fuera, en la 1, y liderato. En pista. Un sorpasso real. Nunca cabrees al inglés, Seb.
El resto de la carrera se convirtió en una bebida gaseosa sin tapón, un café sin azúcar, un salmorejo sin jamón. Fernando Alonso intentando capturar a los Williams por ser 13º. Sí, luchando por lo que ama: la Fórmula 1. Podría dejarse llevar y montarse en el avión camino a Estados Unidos. Pero esta es su grandeza: no se rinde, sólo empuja y empuja, aunque sea con los dientes. Su momento está cerca, la IndyCar ya está ahí.
Y Lewis Hamilton cruzó la línea de meta entre pequeños vítores, aplausos tímidos, y la, eso sí, locura en su equipo. Un show del inglés cuando pintaban bastos con Vettel. Un adelantamiento que vale por 25 puntos. Una maniobra que le acerca al Ferrari en el Mundial. Ricciardo se coló en su foto, en un Red Bull al que falta un motor para llegar ahí. Sainz entró séptimo: salía 12º. Exhibición silenciosa de Matador Jr. El estoque, realmente, estaba afilado.
Fernando Alonso capturó una bandera española cuando la atención, esta vez sí, se centraba en el vencedor: Lewis Hamilton. Un gesto, una manera de agradecer a la afición su esfuerzo, su empuje. Un cariño que ahora mismo no puede devolver en la pista, pero promete hacerlo pronto. Si le dejan. Ahora, caminito a Estados Unidos donde, quizá, su sueños se hagan realidad.
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