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Hamilton golpea primero, Sainz brilla, Alonso y McLaren, en Q2


El cielo de Melbourne vestía un traje asimétrico, como el de un cómico barato, entre los claros y unas nubes que prometían un inicio de discoteca: juntos, nerviosos y revueltos. Una tortilla que convertía Albert Park en un top chef improvisado entre Ferrari y Mercedes: unos que fardan, otros que se esconden. Una pelea para la que no tiene acreditación, otra vez, Fernando Alonso.

Honda refrendó el desastre de los test dejando a Vandoorne en Q1… y a Fernando Alonso en Q2 (13º). Resultados nefastos para la escudería de asociación innombrable en su interior, que siempre habla mucho, y hace poco. Una rutina multianual que se traviste por momentos en un vulgar clásico. La tecla se ha escondido para los pianistas de Woking, que esperan un acorde mágico desde Sakura. La inspiración no llega, sí la exhalación desesperada.

Por el camino se desperdigaron Palmer, Stroll, Vandoorne, Magnussen y Giovinazzi. Los primeros miembros del club 1, ese local de alterne gratis al que sólo van los de bolsillo apretado. La amenaza de lluvia se disuadia timorata entre las sonrisas de los dioses: Mercedes, Ferrari y Red Bull. El lobby que controla el gremio a base de máquinas perfectas.

La referencia rojigualda era un monoplaza a un toro pegado: Carlos Sainz (8º) colaba su STR10 en la inmortalidad de la Q3. Territorio vetado, con alguna vacante, para los que no forman el trípode mortífero. Lewis Hamilton salía de su escondite y Ricciardo provocaba una bandera roja a ocho minutos del final. No cambio mucho la foto: Hamilton, Vettel y Bottas. Mercedes está muy viva.

Así las cosas, y entonando el no estamos tan mal de Laporta, Alonso y su MCL32 buscarán un enésimo milagro en un simbiosis desproporcionada: aquí sólo alimentan las manos. Una leyenda herida por su espada, aniquilado por un destino macabro que parece una fábrica de preparar desdichas. Tocará en domingo mirar a los puntos, aunque eso ahora ya, poco importa. La suerte, mala, ya está echada.