Escolta, Piqué, digui trenta-tres
Hoy no es un buen día para ser Gerard Piqué. El central-portavoz-líder supremo-presidente-emperador del Barcelona tiene que digerir otra Liga del Real Madrid, que le provoca la misma acidez que un bocadillo de tuercas. Como le diría el otorrino antes de auscultarle: «Escolta, Gerard, digui trenta-tres».
El bueno de Piqué ha hecho todo lo que ha podido, dentro y fuera del césped, para que el Barça ganara la Liga. Y ha perdido. Ni sus campañas contra los árbitros, ni sus invectivas contra el Real Madrid, ni sus constantes salidas de pata de banco, ni sus provocaciones han surtido efecto más allá de sus yihadistas y de los voceros de la propaganda azulgrana.
Piqué es un ídolo en Barcelona, un apóstol del catalanismo, un referente, un líder, pero fuera de Cataluña le odian en todas partes. Desde Soria hasta Huelva, desde Coruña a Almería y desde Santurce a Bilbao, le pitan en todas partes. Por algo será. Será porque la gente está hasta las narices de sus niñerías y será, también porque, por mucho que le pese a Piqué, España es del Real Madrid.
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