El Barcelona vence en San Mamés pero el gol de Aduriz da esperanzas al Athletic
De salida presionaba el Barcelona y el Athletic, también. Chiflaba San Mamés a Iniesta cada vez que tocaba la pelota, porque un vasco nunca olvida una afrenta. También a Neymar por idénticas razones. Sufrían los azulgranas en el vértigo y ante el bombardeo de balones en busca de la cabeza de Aduriz y las llegadas de segunda línea de Williams y Susaeta.
Un par de córners obtuvo de botín el Athetic a su insistencia y a su dominio. Resistía el Barça, incómodos los de Luis Enrique como si estrenaran jerseys de lana sin nada debajo. El partido era como el epitafio de John Wayne: feo, fuerte y formal. Sin Messi el Barça perdía intimidación y sin Luis Suárez, mordiente, claro.
Un tiro de Neymar que tocó en Williams se envenenó y obligó a Herrerín a sacar una mano voladora. Era el primer aviso de que el Barça se había presentado a jugar en San Mames. Y a la segunda llegó el gol. Arda sirvió de cebo para atraer a tres leones, los esquivó con un movimiento de cadera en plan Shakira y se la puso a Rakitic. El croata corrió por la derecha y se la puso a Munir, que llegaba desde segunda línea para marcar a un toque.
El tanto frenó la voracidad de los leones en la presión y calmó al Barça, que empezó a crecer en torno a la pelota. La Catedral enmudecía como si estuvieran en misa de doce. No tardó mucho en caer el segundo. Tocaban tranquilamente los de Luis Enrique en el triángulo Neymar-Iniesta-Sergi Roberto. Un pase de éste último se lo comió Etxeita y habilitó el desmarque de ruptura del brasileño. Neymar destrozó la cintura de Laporte y marcó con la clase de los genios.
Partido y eliminatoria resuelta para el Barcelona
Tenía pinta de que el partido –y puede que la eliminatoria– se había acabado. Esta vez miles de rojiblancos se iban a quedar con las ganas de pitar al rey en la final de Copa. El Barcelona, crecido por el marcador, empezó a jugar más cómodo que Pablo Escobar en el campo de su cárcel en Medellín que, por cierto, también se bautizó como La Catedral.
Neymar se adornaba con florituras y taconazos para la desesperación del público de San Mamés, que siempre se toma esas cosillas muy a pecho. El Athletic intentaba algo de ponerle algo de vergüeza del mismo Bilbao, pero no le alcanzaba. En esas se llegó al descanso, con el Barça bailando sobre el césped y los rojiblancos entregando las armas.
En el segundo tiempo el Athletic volvió a apretar, pero el partido se quedó sin áreas. Metió Valverde a Muniain y Sabin en busca de hacer al menos un gol que le pusiera cierta incertidumbre al partido, pero como si nada. Neymar empezó a hacer algún desplante que no gustó a los leones, que le metieron algún bocao que otro.
Pasaron los minutos y crecía la impotencia del Athletic, incapaz de poner en apuros a Ter Stegen. Los jugadores rojiblancos llegaban siempre tarde al rondo del Barcelona y sólo podían interrumpir el juego con faltas constantes. Al final, los azulgrana se llevaron una victoria merecida, solventada sobre la calidad de un equipo sobrado de talento, confianza y con algunos futbolistas que no acaparan premios, como Busquets o Mascherano, pero que conocen el oficio como nadie.
Y como 90 minutos en San Mamés también son molto longos, casi sobre la bocina el Athletic encontró el gol de la esperanza. Fue en un error primero de Mascherano y luego de Alves –el brasileño empieza a chirriar en este Barça–, que penalizó a la perfección Aduriz en la primera ocasión que tenía. Pudieron incluso empatar después los leones en el 90, pero una mano antológica de Ter Stegen evitó el 2-2.
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