Parece de cuento: el pueblo medieval de España rodeado de cascadas


En el corazón de Cantabria, hay lugares que parecen resistirse al paso del tiempo. Uno de esos sitios es Lamiña, un pequeño pueblo medieval que alberga siglos de historia, naturaleza indómita y una autenticidad que rara vez se encuentra hoy en día. Situado a poco más de 360 metros de altitud, esta localidad se asienta como un balcón natural sobre el valle del río Saja, en pleno municipio de Ruente, en la comarca de Cabuérniga.
Lamiña es mucho más que una simple parada en el camino. Es un destino que representa el alma rural de Cantabria. Quienes lo visitan rara vez lo olvidan. Tal vez por eso, aun siendo un rincón modesto en tamaño, con apenas un centenar de habitantes, su grandeza se mide en emociones y recuerdos. Y aunque las cascadas sean el reclamo más evidente, lo que verdaderamente se lleva uno de este lugar es la sensación de haber descubierto un secreto que resiste al paso del tiempo.
El pueblo medieval más bonito de Cantabria
Aunque a día de hoy pueda parecer simplemente una aldea apartada, Lamiña ya se encontraba en los mapas del Reino de León hacia el año 978. Lo que impulsó su presencia en los registros históricos fue la existencia de un monasterio dedicado a San Fructuoso, construido durante la repoblación visigoda en la Alta Edad Media. Aquel cenobio fue, durante siglos, punto de referencia espiritual y social en la región, hasta que con el tiempo dio paso a una nueva edificación: la Ermita de San Fructuoso.
La actual ermita, construida entre los siglos XVI y XVII, se levantó sobre los cimientos del monasterio y parte de su necrópolis. Aunque su interior no suele estar abierto al público, en fechas señaladas (especialmente el 9 de septiembre, día de su festividad) es posible acceder y contemplar algunos de los tesoros más antiguos del arte prerrománico asturiano, como un sarcófago del siglo IX y dos columnas originales del cenobio medieval. Pocos lugares en Cantabria conservan tan fielmente elementos tan antiguos y con tanto valor simbólico.
El carácter de Lamiña no se explica únicamente por su legado religioso. Sus calles, casas y paisaje urbano conservan una esencia rural y campesina que ha logrado mantenerse al margen del desarrollo desmedido. Al quedar fuera del trazado principal del Camino Foramontano (la ruta histórica de los primeros repobladores cristianos del norte), el pueblo se mantuvo relativamente aislado y con ello logró conservar su trazado tradicional.
Las casas, muchas de ellas de piedra y con tejados a dos aguas, muestran una arquitectura adaptada al entorno. Algunas están rematadas con aleros amplios que protegen de las frecuentes lluvias, otras tienen pequeños huertos o cuadras aún activas. Las casonas familiares, con siglos de antigüedad, salpican el paisaje junto a praderas y corrales, dando una imagen de postal.
Las cascadas escondidas en el bosque
A escasa distancia del pequeño pueblo medieval, inmersas en un bosque húmedo de robles, hayas y alisos, se encuentran las conocidas Cascadas de Lamiña, también llamadas Cascadas de Úrsula. Se trata de un conjunto de saltos de agua que se forman por la unión de los arroyos Moscadoiro y Barcenillas.
Para llegar hasta ellas, se puede seguir una ruta de senderismo que parte desde el propio pueblo de Lamiña o, alternativamente, desde Barcenillas, una localidad cercana situada un poco más al norte. Ambas rutas confluyen en un cruce, a mitad de camino, desde donde el sendero se unifica y conduce directamente hasta las cascadas. Desde Lamiña, el primer tramo atraviesa pastizales y bosques, pasando por la ermita, mientras que desde Barcenillas el recorrido va más pegado al cauce del arroyo, cruzando bosques de ribera y prados.
Con una longitud aproximada de siete kilómetros ida y vuelta, esta ruta es de dificultad baja, lo que la convierte en una excelente opción para familias. El camino está bien señalizado y ofrece varios puntos de descanso en los que se puede disfrutar del entorno sin prisas. Uno de los tramos más bonitos es el que se interna en el bosque tras cruzar un paso canadiense. A partir de ahí, el sendero se hace más estrecho, abrazado por vegetación exuberante y siempre siguiendo el curso del arroyo. No faltan quienes aseguran haber visto hadas o escuchado voces entre los árboles cerca de las cascadas.
Gastronomía tradicional cántabra
En Lamiña, la gastronomía refleja la esencia rural y montañesa de Cantabria, con platos que destacan por su sencillez y sabor auténtico. Entre los productos más típicos de la zona se encuentran los quesos, especialmente los elaborados de forma artesanal, que se disfrutan junto a panes caseros.
Los guisos tradicionales como el cocido montañés, que combina alubias, berza y carnes curadas, son populares en los hogares locales. Además, los productos derivados del ganado, como los embutidos de cerdo, son frecuentes en las mesas de los habitantes. Los sobaos pasiegos, un dulce típico de la región, también se pueden encontrar en Lamiña, elaborados con ingredientes locales.