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Ni verdura ni fruta: esto es lo que son las fresas en realidad, según los expertos

  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

Durante generaciones, hemos disfrutado de las fresas como una de las frutas más apreciadas del mundo. Su apariencia brillante, su sabor ligeramente ácido y su fragancia inconfundible la convierten en protagonista de postres, ensaladas y mermeladas. Sin embargo, la ciencia, y más concretamente la botánica, nos ofrece una perspectiva completamente distinta. Según esta disciplina, las fresas realmente no son una fruta.

Su carne jugosa y suculenta no se forma del ovario de la flor (como sucede con la mayoría de las frutas), sino del receptáculo floral, una estructura que normalmente sostiene la flor pero que, en este caso, se vuelve carnosa. Las verdaderas frutas de la fresa son esas pequeñas motas que vemos en su superficie: los llamados aquenios. En otras palabras, cuando comemos una fresa, lo que realmente estamos disfrutando no es el fruto en sí, sino una parte del tallo modificada.

Las fresas no son una fruta

Desde el punto de vista de la botánica, una fruta nace del ovario de una flor tras la fecundación. Las fresas, por su parte, se desarrollan a partir del receptáculo floral, lo que las convierte en un falso fruto o fruto accesorio. Mientras que otros alimentos que también consideramos frutas (como el plátano, la manzana o la naranja) cumplen los criterios biológicos establecidos, las fresas se desvían de esa norma. Las pequeñas semillas en su exterior, los famosos puntitos amarillos que muchos ignoramos, son en realidad los verdaderos frutos: cada uno de ellos contiene una sola semilla en su interior.

Una sola fresa puede albergar entre 150 y 200 aquenios en su superficie, lo que significa que, sin saberlo, cada vez que damos un mordisco, estamos comiendo literalmente cientos de minúsculos frutos. Esta particularidad coloca a la fresa en una categoría bastante especial dentro del reino vegetal, haciéndola única entre los alimentos que solemos llamar frutas.

Raíces europeas y evolución americana

El origen de las fresas silvestres se remonta a tiempos muy antiguos en Europa. Variedades pequeñas, intensamente aromáticas y algo menos dulces que las actuales crecían de forma natural en zonas montañosas como los Alpes. Los romanos ya conocían esta planta y la utilizaban tanto con fines gastronómicos como medicinales. Sin embargo, el cultivo sistemático no empezó hasta la Edad Media, particularmente en Francia, donde en el siglo XV comenzaron los primeros intentos de domesticar estas deliciosas bayas.

El gran salto evolutivo de la fresa llegó en el siglo XVIII, cuando la colonización de América trajo consigo nuevas especies. Una de ellas, la Fragaria chiloensis, procedente de Chile, resultó ser clave. Esta especie se cruzó con una fresa norteamericana, la Fragaria virginiana, dando lugar a la variedad híbrida que hoy domina el mercado mundial: el fresón o Fragaria × ananassa.

Las fresas florecen al final del invierno y durante la primavera, siendo su mejor época entre marzo y julio. A diferencia de otras frutas que se pueden conservar bien durante largos periodos, las fresas son delicadas y perecederas. Se estropean con rapidez si no se guardan en la nevera y se deben consumir poco después de la cosecha para disfrutar de todo su sabor y textura.

Una joya nutricional

Desde el punto de vista nutricional, las fresas son un regalo saludable. A pesar de su sabor dulce, tienen muy pocas calorías: una porción de 100 gramos aporta apenas 32 kilocalorías, en su mayoría procedentes de azúcares naturales como la fructosa. Son, además, ricas en agua (alrededor del 90%), lo que las convierte en una muy buena opción para mantenerse hidratado durante los meses más cálidos.

Pero su verdadera riqueza está en los micronutrientes. Las fresas contienen una gran cantidad de vitamina C, incluso superior a la de las naranjas. Una ración estándar puede cubrir más del 100% de las necesidades diarias de éste potente antioxidante, esencial para el sistema inmunológico y la producción de colágeno. También aportan fibra, ácido fólico, potasio y manganeso, lo que las convierte en un alimento completo y muy beneficioso.

A esto se suma el ácido elágico, un polifenol con propiedades  antiinflamatorias y antimicrobianas. Además, contienen flavonoides, taninos y otros fitoquímicos que ayudan a mantener una buena salud metabólica. Gracias a esta combinación de compuestos bioactivos, las fresas se consideran aliadas contra el envejecimiento celular, el colesterol alto y los procesos inflamatorios crónicos.

A pesar de su clasificación botánica, sería un error dejar de considerar a las fresas como una de las mejores opciones dentro de una alimentación equilibrada. Su bajo contenido calórico, su alto contenido en vitaminas y antioxidantes y su sabor inigualable las convierten en una opción perfecta tanto para niños como para adultos. Son ideales como snack, como postre natural o como complemento en platos tanto dulces como salados.

La próxima vez que disfrutes de una fresa, ya sea sola o acompañada de nata, recuerda que estás comiendo algo más que un simple fruto. Estás probando una historia de evolución, cultura, sabor y ciencia en cada bocado.