¿Por qué nos gusta ver programas de telebasura?
Nadie lo reconoce pero prácticamente todo el mundo ha visto en alguna ocasión un programa telebasura. Una mayoría silenciosa que tiene sus motivos para inclinarse hacia este tipo de formatos y que nada tiene que ver con la inteligencia del sujeto. Sino más bien con estímulos psicológicos a los que es verdaderamente complicado resistirse. Te contamos por qué ocurre esto.
Telebasura y el ansia por “conocer”
Todo empezó hace más de 20 años con Tómbola y Ximo Rovira. Desde entonces, algunas cadenas han despuntado especialmente por saturar sus parrillas con programas considerados como telebasura, que hoy en día suponen un show en sí mismos. Pero su éxito no sería nada si no fuera por las altas audiencias… Y el primer culpable es la necesidad del humano de entender el universo en el que vive. O lo que es lo mismo, deseo de conocer (en este caso, cotillear).
Aún hay más razones que explican el triunfo de la telebasura. Como ocurre en cualquier trama episódica, el emisor siempre nos deja con ganas de más. Un “efecto gancho” que emplea historias sin acabar para captar nuestra atención. ¿Quién no se ha quedado con las ganas de escuchar unas declaraciones que nunca terminan de explotar la historia al completo?
Nos gustan los dramas
También entra el juego el factor personal. Asociamos la televisión con los altos vuelos, el lujo y la superioridad, por lo que creemos que es imposible que lleguemos jamás a vivir las experiencias de estos personajes. Y por ello preferimos escucharlas desde nuestro sofá y alucinar con historias que, quizá y solo quizá, ni siquiera sean reales. Además, nuestro cerebro busca desconectar y relajarse al poner la televisión. Queremos el mínimo esfuerzo.
Y por último, ¿a quién no le gusta el drama? Normalmente los sucesos narrados en los programas telebasura son negativos, la debilidad del ser humano según un estudio de la revista Science. Al margen de que sea más o menos agradable ver cómo alguien llora, la idea de que algo malo le ha ocurrido genera expectación. Y, aunque se dice que “de la pena no se come”, está comprobado que del morbo sí.
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