Cultura

Vega estrena ‘La reina Pez: 10 años remando’, un «feliz» documental que celebra una década con su banda

“Yo soy una solista de cara al público, pero estoy muy orgullosa de saber que esto, en realidad, es una banda”. Letra arriba letra abajo, ésta es una de las últimas frases que pronuncia Vega en su documental ‘La Reina Pez: 10 años remando’. El periodista falló en su deber, pues no llevó libreta ni boli al pase de la cinta en la sala Berlanga de Madrid, y recuerda mejor los ojos sonrientes de la chica Mercedes al expresar su feliz orgullo que las palabras exactas de la artista Vega. Qué más da, en todo caso.

Porque lo que pretendía el plumilla no era acudir a un preestreno para después redactar una crítica, ni siquiera una reseña. Sino empaparse de sensaciones, que es lo que —estudiada hasta la saciedad la condición de la cantautora protagonista del asunto— más importa. Si esto fuera una reseña o una crítica no tendría cabida contar que la protagonista agarró del brazo a quienes se encontraban rondando la puerta para invitarlos a cerveza antes del pase. Y que después, con una verborrea incansable y esos ojos enormes que se gasta más abiertos que nunca, preguntaba inquieta miles de detalles, a ver si los periodistas, acodados en la barra de nuevo, habían captado lo que ella deseaba transmitir.

Los 55 minutos que dura aproximadamente la película que ha realizado Ezequiel González a lo que juegan es a recorrer los cortes del último disco de la artista en el Hansa Tonstudio de Berlín. Se aprovecha el hilo conductor del trabajo de Sebastián Krys —productor—, la exasperante presencia perfeccionista de la compositora —y coproductora— y el hábil guion para visitar a cada uno de los actores del producto musical: ‘La Reina Pez’ se publicó el pasado 13 de abril, con 12 cortes y un salto directo al escalón más alto del podio de los más vendidos —o lo que sea que se contabiliza ahora en las listas oficiales—.

Así, pasan por la cámara los miembros de la banda César Uña (batería), Arturo Ruiz (bajo), Laura Gómez (coros), Kike Fuentes (co-compositor y guitarras), y el propio Ezequiel González, además de Nanni Johanssen (ingeniera de sonido), Roger Manning Jr. (teclados), Bon Bernstein (pedal steel), Leah Zeger (violín) y Sean Billings (trompetas).

Entre birra y birra, la cantautora iba demostrando su habilidad para convertir una conversación casual en una especie de briefing para que al escribidor no se le olvidaran lo que para ella son los puntos clave de lo que acababa de verse proyectado dentro del ciclo documental musical de la Berlanga. Una de las cosas que contó la artista Vega sobre los entresijos de la cinta es que era ella quien preguntaba a sus músicos y colaboradores desde detrás de la cámara cuando éstos hablaban en tercera persona de la protagonista. Pero uno de los detalles en los que ‘actriz’ que la encarnaba, Mercedes, no hizo especial hincapié —quizá por modestia— es su condición de protagonista absoluta no sólo del metraje —claro—, sino de cómo su rostro funciona de recurso visual del realizador para hilvanar un filme con ciertas hechuras de videoclip.

Vega, bromeando con su banda en una de las escenas de ‘La reina Pez: 10 años remando’.

Claro, que ese detalle está escondido a conciencia, porque sería una ordinariez que se notaran las técnicas narrativas: el propio Ezequiel lo dice: “Mi trabajo es un arte al servicio de otro arte, tengo muy claro que las imágenes sólo visten la canción”.

Como en un juego de muñecas rusas, el director deja unas cuantas estructuras explícitas, otras las sugiere y hay algunas que utiliza como pura semántica de su discurso. Así, hay dos escenarios, Berlín esencialmente y Los Ángeles, y todo gira en torno a ocho breves entrevistas a la banda hiladas con la relación de cada uno de ellos con la protagonista y las intervenciones de Krys y Vega en las sesiones de grabación para perfeccionar un sonido.

Pero el realizador se ha divertido con otro aspecto que le da sentido al documental al servicio del disco y de la propia carrera profesional de la cantautora, y es en la cuidadísima elección del corte del álbum que sirve de banda sonora y leit motiv a cada entrevista. En este punto —que Ezequiel González hace por esconder un poquito—, el espectador debe pararse a paladear con deleite el finísimo trabajo de sonido, en el que las capas aparecen todas a la vez, pero despegadas, con una nitidez distinta a la del disco. Alejadas de ese todo narrativo que en algún momento se ve que andan buscando para el CD Vega y su productor de cabecera —»no le añadas más, hazlo así, puntual, porque luego añadiremos más sonidos y quedaría muy sucia una de las partes más importantes de la canción»—, y como separadas unas de otras para que en la peli uno pueda entender qué está pasando en el estudio. Pararse a ver el documental consciente de esto da una dimensión añadida al espectador avisado.

Vega, en una esquina del Hansa Tonstudio de Berlín, tarareando su música en las sesiones de ‘La reina Pez’.

Y sí, hay una tercera matrioska que funciona como el pespunte oculto en una buena obra de alta costura: toda la película está sujeta por (seguramente) falsos robados de la artista. En una esquina del estudio; con la vista perdida mientras deambula; sentada en un sofá, con gafas y las rodillas pegadas a la barbilla; o fijando todos sus sentidos en un punto fuera del foco; en calma o crispada pero siempre de lejos, como si el objetivo hubiera barrido la estancia y, de repente, hubiera captado un detalle: es Vega, siempre es Vega, tarareando sus canciones, siguiendo la pista de voz mientras suena otra por los bafles de estudio, absorta como una fan.

Después de asistir al preestreno de la cinta, tras haber visto cómo comparten e invitan a cervezas su equipo y ella, una vez que uno reflexiona en lo bien contado que está eso de una mujer pequeña y guapa dirige a un grupo de hombres expertos en sus campos —eso es lo normal, aunque sea raro, y lo anormal es lo otro aunque sea lo habitual—, hay un verso del disco que abrocha perfectamente lo que significa esta cinta documental para Mercedes, la chica que da vida a Vega: ése que dice que “fui tan feliz que me di envidia”.