Juan Eslava Galán: «Roma daba pan y circo, lo mismo que tenemos ahora, Seguridad Social y televisión»
"El lujo y la voluntad de poco esfuerzo del declive de Roma coinciden mucho con nuestra civilización actual"
Juan Eslava Galán, maestro de las letras que parece tener un pacto con la musa y el minutero, es doctor en Letras, historiador, novelista y narrador con un estilo que no admite imitadores. Su voz derrocha literatura. Y divulgación histórica. Escribe con brújula -planteando la trama, los personajes y los capítulos-, pero, puesto en la tarea, transgrede sus propias normas cada vez que lo necesita. Si un personaje iba a ser secundario y de pronto crece, él lo coge de la mano y sigue con él, incluso cambiando la esencia de la novela. De sus personajes, el de sus ojos es El Chato puertas, reciclado en gran parte de sus obras.
Disciplinado hasta el tuétano, este creador madruga como quien busca tesoros: a las cinco de la mañana, mientras el mundo bosteza, él ya está en pie, tecleando con cadencia de relojero. De joven era aficionado a las tertulias literarias, ahora está más en conversación con los difuntos; leer del pasado que ver la vida cómo se plantea. He ahí su fertilidad literaria. En su santuario, el escritorio, frente al ordenador, construye mundos y relatos que tienen el poder de hipnotizar a quien los lee.
Ya en 1987, cuando fue galardonado con el premio Planeta, Eslava Galán demostró que lo suyo era destino. En busca del unicornio nos regalaba una aventura en la que, en pleno siglo XV, el caballero Juan de Olid emprendía un viaje secreto por África para capturar nada menos que un unicornio. Y lo que podría haber sido un simple cuento de fantasía, en manos de Eslava Galán se convirtió en un tapiz de historia, leyenda y humanidad, tejido con la precisión de un orfebre y el pulso de un narrador nato. Es, él, pluma que hace de las grandes epopeyas de la humanidad, relatos accesibles, chispeantes y profundamente humanos. Su última obra, Historia de Roma contada para escépticos, es otro ejemplo de esta maestría: un festín narrativo en el que los emperadores, las mujeres, los gladiadores, las intrigas senatoriales y los elefantes de Aníbal desfilan con la soltura de personajes de tragicomedia. Grandiosidad y miseria. Orto y ocaso.
Eslava Galán nos traslada a una Roma independiente de la idealización de los clásicos del cine y de la solemnidad de los manuales escolares. Por libre, como verso suelto, y con el rigor de un historiador y la prosa de un narrador, nos sumerge en un imperio vibrante repleto de claroscuros: en la Roma que conquista el mundo «casi por accidente» y que también se ahoga en sus propios excesos; en la Roma de las grandes instituciones, pero también de la corrupción rampante; en la Roma que eleva el Derecho a una cima inigualable, al tiempo que se sostiene sobre el esqueleto de millones de esclavos; en la Roma, primero, trabajadora y austera, regida por el mos maiorum; después, vividora y viciosa que se desintegra. Es una perspectiva que parece guiñar al Gibbon de La historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, pero con un toque hispánico. «Se desenfocó todo y el Imperio se hizo ingobernable», afirma. Y ahondando más, reflexiona sobre lo que aquel declive de Roma le recuerda a nuestro hoy: «El lujo y la voluntad de poco esfuerzo del final de Roma coincide mucho con nuestra civilización actual y su hedonismo». «Roma daba pan y circo, lo mismo que tenemos ahora: Seguridad Social y televisión». Destaca una gran lección que deberíamos aprender de Roma: tiene que haber un cierto equilibrio entre derechos y deberes -como ocurrió en los orígenes del Imperio romano-; Occidente sólo reclama deberes. Todo apunta al fin.
Engancha su mezcla de rigor y humor. Tan suya. Desde el Senado hasta los prostíbulos, cada rincón del Imperio es explorado con una mirada que no teme desnudar la hipocresía del pasado ni trazar paralelismos con el presente. Populismo, corrupción, tensión entre la inclusión y el rechazo a los migrantes, la ciudadanía romana a los hombres libres de todo el Imperio concedida por Caracalla, la pérdida –por no decir vapuleo– de las costumbres de los mayores. Nada nuevo.
Leyendo esta Historia de Roma para escépticos puede imaginarse usted al erudito Cicerón y su moral quebradiza, a la digna Lucrecia, a un Augusto buscando desesperado esposo para su casquivana hija Julia o a Craso, con el rostro de Laurence Olivier, llenándose la boca con la palabra «Roma» en Espartaco, mientras el autor nos desvela cómo esa misma Roma que embelesa también se sustentaba en «tráfico de influencias», festines y «chanchullos». No hay reparo en mostrar los entresijos sucios junto a los logros que, pese a todo, han marcado nuestra civilización.
Eslava Galán no se detiene ahí; también aborda el irónico destino de la humanidad, capaz de crear maravillas como las leyes romanas o los acueductos, mientras desmenuza esos mismos logros con el corrosivo instinto de la autodestrucción. Cada gran civilización parece condenada a jugar a ser arquitecta y pirómana de su propio esplendor, y Roma, esa aldeíta que ocupó el mundo, no fue la excepción. Uno podría imaginar que cada anfiteatro, cada columna de mármol, llevaba en su base la grieta inevitable del colapso. Como diría Gibbon, «de la semilla a la leña ya troceada, lista para el fuego».
«Hasta el siglo XIX occidente dominaba el mundo, a lo largo del siglo XX Europa se ha suicidado en dos guerras mundiales, y ahora está en plena decadencia mientras que hay potencias que resurgen con mucho más poder, como India, China y Brasil». Además, reflexiona, antes obteníamos nuestras riquezas y materias primas saqueando al resto del mundo, ahora el mayor depósito de materias primas está en África y parece que China se está haciendo con ella.
«Roma somos nosotros», dice Eslava Galán, y no es difícil creerlo. Desde el Derecho hasta la lengua, pasando por las lecciones –más ignoradas que aprendidas– sobre los peligros del poder, los vicios que erosionan el buen convivir, el legado romano sigue vivo. Todo lo que somos, lo que aspiramos a ser, parece tener raíces en esa madre-metrópolis que unió el caos bajo un solo imperio. Roma, más que una ciudad, es un espejo en el que seguimos buscando nuestro reflejo. Si le lee, encontrará las grietas de su caída lenta; sus cimientos socavados por la avaricia y el exceso. Sólo falta que nos apliquemos.
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