Cultura
EL FOCO DE MARÍA ZABAY

Carmen Posadas: «Todo lo que soy en esta vida se lo debo a mis defectos»

La escritora ha destacado que “con buenos sentimientos no se hace buena literatura”

Posadas ha dicho que "en los años 80 había un estereotipo de cómo tenía que ser una escritora y no me tomaban en serio"

Eliminando cualquier superstición, Carmen Posadas nació un martes 13, en Montevideo, Uruguay, allí creció esta gran escritora, entre libros, diario en mano, confesando temores y complejos —preludio de la que sería su vocación—, con un padre que estudiaba ruso para leer a Tolstói y una madre de ideas claras y premoniciones a la que cuenta que jamás se le resistió un objetivo ni le falló una visión.

A los doce años su padre fue trasladado como embajador a España y con él la familia. Madrid le pareció ciudad gris, de lutos, con su aliento de posguerra, supersticiones y el enorme peso de la religión. Sedimentos.

En la capital se crió hasta que llegaron a Moscú, sus anécdotas de espías y una boda católica en una iglesia ortodoxa. La primera boda ecuménica del mundo. La causante: su cautivadora y persuasiva madre.

De pequeña quería morir a los 30, cenit vital, convencida de que nada interesante podía ocurrir después; ahora ha ido retrasando su limes, aunque confiesa que no tiene ningún interés en ser una «viejecita adorable».

Ella, como Marcel Proust con su magdalena, tiene su dulce evocador de momentos y emociones, viaje a Combray, con té o sin él, «cuando quiero volver a mi infancia me hago un suflé de dulce de leche»; regresa entonces a su Uruguay y a aquel Madrid de los 60 —quizá también las vicisitudes de la vida se le antojan indiferentes, sus desastres inofensivos y su brevedad ilusoria—.

Escribiendo es disciplinada porque dice ser un caos ambulante. Con su primera novela, Cinco Moscas Azules, ofreció un análisis y crítica a una determinada clase social y su frivolidad, tema al que le ha dedicado más libros. Dos años más tarde, en 1998, llegó Pequeñas Infamias, sátira de una sociedad con la que aborda las causalidades de la vida que, a veces, llevan a descubrir sombras y otras a deambular entre máscaras que, aun sin ser desveladas, marcarán vidas.

Antes estuvieron los cuentos infantiles, confiesa con la humildad de una grande que empezó a escribir para niños porque, al no haber ido a la universidad, no se atrevía para adultos y pensó que los pequeños —esos lectores impasibles que únicamente atienden al ariete de sus deseos— eran un público más fácil. Hoy acumula 17 novelas, otros tantos libros infantiles, dos biografías, varios guiones de cine y televisión, y también, colaboraciones en prensa escrita.

Su mejor plan es leer a la sombra de un cocotero o en el sofá y escribir. Lo hace por pasión, sin tendencias ni corrientes. Lo suyo no es sumarse a olas ni mareas; lejos de ellas, escribe, por impulso, sobre aquello que la llama y reconoce que todas las novelas tienen algo del autor, también venganzas literarias. «Yo me he ahorrado mucho dinero en psicoanálisis contándolo en novelas». Cuando alguien le cae mal, lo convierte en personaje y, posiblemente, lo mata.

Intenta sacar un libro cada dos años —el primero de documentación y el segundo de escritura—. Ha publicado ensayos, biografías y novelas históricas y de ficción. Y con ese peso y ese poso, reivindica la importancia de la frivolidad y del humor en la literatura; aunque, a veces, como le ocurrió con El Manual del perfecto arribista, recién casada con Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, le costó mucho quitarse los prejuicios de encima. Estigmas. Es el impuesto de las envidias, frustraciones y resentimientos, como el de cierto columnista y escritor que intentó cuestionar su trabajo ruinmente sin poder evitar que se trasluciera el despecho. ¿Qué peor que un rechazado? Tal vez la envidia, urdimbre vitriólica; guillotinas, ambas dos, cáusticas, lacerantes, con sus dimes y diretes. Son las espinas de ser guapa, elegante, culta y, además, alcanzar el éxito en este mundo de vidas opacas, celos y recelos.

Mirando a la literatura de hoy, sus temas y protagonistas son un reflejo del mundo en el que vivimos con sus buenismos y populismos —tan coincidentes—, como el Nobel André Gilé afirma que «con buenos sentimientos no se hace buena literatura» y explica que «en este momento, si tú quieres escribir un libro que le guste a la gente, pones un perrito apaleado o una mujer maltratada y tiene un plus». Le parece lamentable. Para ella la diferencia está y debe estar en que haya o no haya talento, independientemente del tema. Recuerda El jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo en aquel París del siglo XV, un campanero esperpéntico de fuerza hercúlea y corazón tierno, cuya grandeza nunca estuvo en la feúra de Quasimodo y la lástima que provocaba, sino en la inmensa pluma de su autor.

Si tuviera que salvar un libro de todos los de la biblioteca universal, sin dudarlo, sería la Biblia, no por motivos religiosos (que también), sino porque tiene todo: ciencia ficción, poesía, novela negra, crónica… Si le permitieran rescatar alguno más, en esa minúscula maleta añadiría Por el camino de Swann de Marcel Proust en esa búsqueda del tiempo perdido, algo de Edith Warton, Cumbres borrascosas de Emily Brontë y cualquiera de Santa Teresa.

«Todo lo que soy en esta vida se lo debo a mis defectos», reconoce con una sonrisa la prestigiosa escritora. Sus inicios llegaron tarde —al menos más de lo que se acostumbra— porque, como dice ella, todo lo hizo al revés. Primero se casó, tuvo dos hijas y, después, trabajó. Eso sí, cuando lo hizo fue de un salto, con literatura y rompiendo los estereotipos de lo que se suponía que en aquellos años ochenta tenía que ser una escritora —falda larga, boina y pelo blanco—; ella, esbelta, fina, clase andante, usaba minifalda. “Comprenderás que no me tomaban en serio”, concluye. Aquellos prejuicios la llevaron a vestirse lo más discreta posible y tener dos armarios muy diferentes; el de cócteles y eventos, y el de la escritora —recuerdo que le divierte porque, como ella misma cuenta, no es una persona monolítica—.

Nos deja con la intriga de su próxima novela, un homenaje a las obras policíacas de principios del siglo XX con la historia de un supuesto superviviente del Titanic que será investigado por Emilia Pardo Bazán para descubrir si quien dice haber sobrevivido fue realmente uno de los siete que salvaron su vida aquella noche del 14 de abril de 1912 en el océano Ártico. Todo un suspense que nos contará en octubre.