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Crítica

Vivir en vivo la transformación integral del Ballet Nacional de Marsella

De las seis coreografías presentadas en Palma cabe destacar especialmente 'Les Indomptés' (los indómitos)

Hemos asistido a una transformación integral de este Ballet, tomando como principal referencia el teatro político, travestido en danza

Sorprendente esta tercera visita a Mallorca del Ballet Nacional de Marsella. Y cuando digo, sorprendente, lo digo en su completa dimensión. La visita a la isla el 6 (Auditori Sa Màniga) y 8 de abril (Teatre Principal de Palma) no tiene absolutamente nada que ver con las dos anteriores a finales de los 90 en el Auditórium de Palma. Lo que se dice, nada que ver. Vamos por partes.

Las dos visitas iniciales, ambas en el marco de la desaparecida Temporada de Ballet de Mallorca, nos conectaban de lleno con la naturaleza misma del Ballet Nacional de Marsella fundado en 1972 por Roland Petit. De hecho, la primera visita formaba parte en realidad de la despedida de Petit al frente de la compañía que él había creado un cuarto de siglo antes y lo hizo con su última coreografía: El lago de los cisnes y sus maleficios. Maravillosa la actuación de la bailarina española María Giménez –de la escuela Ullate- convertida aquellos días en la musa predominante de Roland Petit.

Casi de inmediato regresó el Ballet Nacional de Marsella y en esta ocasión con la estrella del Ballet de la Ópera de París, Marie-Claude Pietragalla, ya confirmada como directora artística de la compañía desde el año 1998. Fue mágico verla a sus 35 años en el papel principal de Romeo y Julieta. Una actuación inolvidable por la densa fragilidad mostrada en el primer acto.

Los cambios, de momento imperceptibles, comenzaron en 2004, al llegar a la dirección artística del Ballet de Marsella Frédéric Flamand. La ruptura se producirá con la llegada a la dirección en 2014 de Emio Gregory y Peter Scholten, que ya venían desarrollando en su taller de danza en Bruselas el nuevo código, la nueva impronta para el desarrollo de futuras coreografías que partiendo del vocabulario clásico y la llamada danza postmoderna, su búsqueda se centraba en una nueva fórmula de ballet contemporáneo

Estos precedentes es importante reseñarlos para entender esta nueva visita  absolutamente rompedora y que no se correspondía, en apariencia, con el lleno absoluto registrado en el Teatre Principal de Palma. Se presentaba en el formato de gira conmemorativa del 50 aniversario del Ballet de Marsella, siendo el 2022 la fecha de referencia y también de parte destacada de estas seis coreografías que se han visto en Mallorca bajo el título Roommates, que podría traducirse como compañeros de piso y que en efecto lo son.

El asunto es que Emio Gregory y Peter Sholten invitaron el año 2019 al colectivo coreográfico (La) Horde a configurar un programa identificable con la evolución de la compañía en su momento presente y así es como llegó Roommates, que en realidad viene a ser la redefinición en tiempo presente del Ballet Nacional de Marsella y con una clara lectura política, porque a lo que hemos asistido es a escenificar a través de diversas firmas coreográficas el levantamiento popular, sea masivo o individual.

De las seis coreografías presentadas en Palma cabe destacar especialmente Les Indomptés (los indómitos) por el hecho de que Pietragalla en 1999 reescenificó esta coreografía de Claude Brumachon, que partiendo de la música del pianista belga Wim Mertens en un dúo fogoso, apasionado y enérgicamente ardiente (también homosexual), se alza como paradigma de la libertad. Venía a ser la conexión, incierta, con el pasado.

Sucedía abriendo la segunda parte concentrando la primera en diferentes formas de revuelta y era sintomático comprobar el profundo silencio del público acabado Grimet Ballet de la coreógrafa Cecilia Bengolea a partir de músicas de Label Butlerz, recreando una ambigua atmósfera sexual. Lo embriagador –formalmente- de esta primera parte llegó con Oiwa, suerte de inmersión abstracta entre la vida y la muerte en un frágil balance entre la atracción y la repulsión. Un conmovedor pas de deux entre tinieblas a partir de la ópera de Vincenzo Bellini, La Sonnanbula, considerada una de las cumbres del bell canto en el primer tercio del siglo XIX.

Es importante subrayar que mientras la primera parte se desarrollaba en la coloratura oscura, en cambio en la segunda llegaría cierto esplendor en los tonos sublimados con la preeminencia del blanco, culminando en Lazarus según la coreografía de Oona Doherty fechada en el 2015 que partiendo de Miserere Mei-Dei, del compositor del siglo XVII Gregorio d’Allegri se transforma en un denso teatro físico, los bailarines vestidos de blanco, que nos transmite un firme deseo de inclusión. Magnético baile de conjunto

En definitiva, asistimos a una transformación integral del Ballet Nacional de Marsella, tomando como principal referencia el teatro político, travestido en danza. Un teatro político, basado en las tensiones sociales del presente, convertida la transgresión en la forma de protesta vital. Y lo más relevante a partir de la fusión del ballet clásico y la danza contemporánea. Desde luego sí era una referencia que nos faltaba para entender el presente del Ballet Nacional de Marsella, tan alejado de aquel de 1998. Cabría decir que hemos vivido en vivo la transformación integral del Ballet de Marsella.