Los primeros presos del sanchismo
El ingreso en prisión provisional de José Luis Ábalos y de su mano derecha, Koldo García Izaguirre, marca un punto de no retorno para un Gobierno que lleva meses tambaleándose entre escándalos, explicaciones ridículas y un descrédito institucional sin precedentes. Lo que empezó como el caso Koldo ha terminado revelando una trama que ya no puede atribuirse a subordinados desleales ni a conspiraciones externas: es el corazón político del sanchismo el que está podrido.
La resolución judicial que envía a ambos a prisión es un acta de defunción moral para quienes durante la pandemia dirigieron uno de los ministerios con mayor capacidad de gasto y mayor margen de discrecionalidad. No estamos ante simples irregularidades: las acusaciones sostienen que se trata de un esquema sistemático de corrupción en el que confluyen organización criminal, cohecho, tráfico de influencias, malversación y uso de información privilegiada. Todo ello en un contexto -la crisis sanitaria- en el que la ciudadanía estaba encerrada en casa mientras algunos parecían dedicarse a negocios paralelos.
La prisión de Ábalos es especialmente demoledora. Durante meses se ha presentado como una víctima política; ahora, según los razonamientos judiciales, aparece como pieza central de unos hechos «inseparables» de los que han llevado a Koldo a la cárcel. La idea de que Koldo actuaba por libre es ya insostenible: el círculo judicial describe pagos, regalos, favores y flujos económicos vinculados directamente a la estructura política del ministerio.
El riesgo de fuga -uno de los elementos que motivan la prisión preventiva- no es un capricho del juez. Tanto Ábalos como Koldo habrían manejado dinero en metálico, contado con contactos internacionales y mantenido una red de relaciones que, en el momento en que se acerca la celebración del juicio, se convierte en un peligro real. Los dos están ya entre rejas porque la justicia considera que ninguna medida menos gravosa garantiza que no intenten desaparecer antes de enfrentarse a penas potencialmente superiores a diez años de cárcel.
Mientras tanto, el Gobierno vive instalado en un silencio que se confunde con pánico. Calla Sánchez, calla el PSOE y calla Francina Armengol, cuya etapa al frente del Congreso quedó marcada por su resistencia a dar explicaciones sobre los contratos de su propia comunidad autónoma y los mensajitos cariñosos con el amigo Koldo. Hoy, con el ex ministro y su mano derecha en prisión, ese silencio resuena en los pasillos del congreso.
El sanchismo intentará vender que se trata de un caso aislado, desviar la atención o retirarse a meditar, pero los hechos ya no admiten maquillaje: dos de sus figuras más cercanas, símbolos del poder político del partido en plena pandemia, han pasado de los despachos a las celdas. No hay relato posible para disimular la magnitud del desastre.
Pero tranquilos que habrá más, parafraseando a Koldo: «Cariño, te mantengo informada de todo».
- Eduardo Luna es abogado penalista.
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