Marta Moriarty y Jesús Huarte, el uno para el otro
Su casa pollencina, Can Dionís, una antigua posada para que pernoctaran en ella los que peregrinaban a Lluc, es una declaración de principios. Ni lujo ostentoso ni minimalismo nórdico. La casa inadvertida al primer vistazo es un laberinto con techos bajos que obliga a inclinar la cabeza donde Marta y su esposo recrearon espacios que ya habían visitado o leído en los libros imaginarios o muy reales que marcaron sus vidas.
Hay una Marta madrileña, otra que sigue perteneciendo al Marruecos donde pasó una infancia que la marcó para siempre y la de Pollença que supo convertir en su casa, a la que ha regalado multitud de momentos únicos atrayendo hacia ella a personalidades tan dispares como el actual ministro del Interior, Marlaska, al que tuve el privilegio de conocer junto a su marido. Entonces también conocí a otro juez que se escondía tras esa aura de hombre cuasi perfecto porque lo era. En extremo educado, Marlaska hacía gala de un encanto que a día de hoy la televisión y el poder de verdad parecen haber cambiado.
José María Cano, el de Mecano, se relajaba bajo la pérgola que sirve de entrada al soberbio jardín escalonado viendo uno de sus documentales artísticos. Los condes de Siruela, Jacobo Alba e Inka Martí, sentían que pertenecían a ese lugar desde hacía siglos y se les notaba, incluso Ana Rosa Quintana, su marido y sus gemelos jugaban a ser una familia sin responsabilidades. La lista de grandes que pasaron o pasan por ese trozo de tierra a la que sólo se accede cruzando un puente que sobrevuela un torrente es interminable, y como tal se lo voy a contar, hoy que es lunes, que la Navidad sé que tanto le gusta a nuestra protagonista que convierte su hogar en la segunda parte de Orgullo y pasión.
Marta Moriarty no llegó a Pollença, descendió, como descienden los personajes que intuyen que el mundo -el verdadero- está escondido detrás de una cortina de luz mediterránea. Que no engañe su discreción estudiada: cuando Marta camina por la Serra de Tramuntana parece una mujer que está leyendo la realidad en un idioma que el resto olvidó aprender. Y ella lo hace a grandes pasos, con las manos manchadas de tierra roja y las faldas desgarradas por las rosas que cultiva en su otro jardín mallorquín, llamado La Maritja, su otro paraíso en el que la casa sigue sigue siendo la de unos payeses, pero lo que la envuelve es arte nacido para ese paisaje rodeado de montañas grrises que la protegen.
Allí, sin saberlo, nos enseñó que las rosas son multitud, que trepan por donde les da la gana hasta conquistar la más bella de las buganvillas o el árbol de higos o almendras. Junto a ellos bajo los árboles centenarios o presidiendo una huerta, hay esculturas de los más renombrados artistas y una espiral que sirve para meditar entre plantas aromáticas hasta llegar al centro de la piedra seca convertida en templo. Justo en el centro, un banco nos dice que el amor es para tallarlo.
Marta ha sido galerista, librera, curadora y es también «artista integral». A lo largo de su vida ha dirigido espacios culturales, organizado exposiciones, intervenido en iglesias, hecho instalaciones con vídeo, sombras y sonido. Cursó un doctorado en Religiones Comparadas en SOAS (Londres). Tiene una profunda relación con la literatura. Ha comisariado exposiciones, donado parte de su biblioteca (especialmente libros escritos por mujeres) y escribe sobre sus lecturas. Además, es una gran articulista, una líder y la única capaz de pelearse a gritos durante una cena deliciosa con Vicente Aranda, el director de cine ya fallecido, y hacerlo desde la diversión y la tozudez. Verlos discutir ha sido uno de mis grandes regalos de vida. Querido Vicente, cuanto nos diste siendo rojo, de los de verdad.
Su sensibilidad artística también se percibe en proyectos íntimos: por ejemplo, un proyecto llamado Tat Tvam Asi. Intervino en la iglesia de Santo Domingo con música, barro, textos y velas, para hablar de trascendencia y espiritualidad real. Fue muy criticada por esa osadía, la de su intromisión real donde solo los consagrados, o no, pueden manifestarse.
Por supuesto, fue y es icono de la Movida madrileña desde una galería-librería con Lola y Borja Casani (abierta desde 1981) que fue un punto clave en la cultura alternativa de la época: era librería de género policíaco, salón de tertulias y espacio de exposiciones. En esos años conectó con otros grandes de la Movida: artistas, músicos, escritores como Pedro Almodóvar, García-Álix, Ceesepe, etc. La ayudó vivir con intensidad su parte «cine, literatura y cultura» y que su papel en la Movida no fue sólo «fiesta», sino también mucho trabajo y creación cultural.
Más tarde se involucró en otros proyectos, una galería llamada Vacío 9 y un Art Window llamado Marta Moriarty para mostrar obras más personales de su colección. Marta es elegante pero maliciosa, urbana, afilada, con un ojo puesto en lo íntimo y otro en lo que nadie quiere decir en voz alta. Salvo que la señora de Huarte lo dice, aunque esté equivocada.
Hablemos del hombre que ha estado a su lado durante muchos años, un navarro de fortuna que la enamoró por su hombría y por su cultura del buen vivir. Jesús Huarte había enviudado y conoció, creo recordar que en la librería Moriarty, a una joven inquieta que supo conquistar. No importó la diferencia de edad y sí la misma lengua vital que los uniría para siempre. A pesar del temperamento de ambos. Juntos tuvieron un hijo, al que su padre no acababa de comprender. Se entiende porque el navarro de buena cuna lo había hecho desde que era un niño.
«Nada es importante hasta que lo escribo»
Marta Moriaty camina siempre como si llegara tarde a una fiesta que ya empezó sin ella, aunque lo cierto es que a las fiestas de verdad suele llegar la primera. En sus barrios cambiantes la conocen por los abrigos -demasiado largos para la temporada- y por una costumbre imprudente: detenerse a mitad de la calle para anotar algo en una libreta que parece sobrevivirle a los bolsos, a las infinitas mudanzas y hasta a las épocas. En la contraportada lleva escrito, con tinta desgastada, un lema que podría ser suyo o de cualquiera que se crea invencible un martes por la mañana: «Nada es importante hasta que lo escribo».
Jesús Huarte, en cambio, caminaba como quien calcula el mundo a cada paso. Lo suyo era silencio que pesa, no el que acompaña. Hay quienes dicen -los mismos que exageran por deporte- que es capaz de desmontar una discusión sin pronunciar una frase completa. Basta ese gesto suyo, leve y resignado, que deja al interlocutor con la sensación de haber perdido algo que no sabe nombrar. La inteligencia supina.
Juntos funcionaban como esas parejas que uno ve y piensa: qué milagro raro, cómo dos personas que no deberían coincidir ni en la cola del supermercado pero que, sin embargo, llevan eternidades sincronizando cafés, derrotas y pequeñas extravagancias domésticas. Marta habla; Jesús escucha. Aunque sería más preciso decir que Marta incendia y Jesús administraba los restos para que aquello no se convierta en tragedia urbana.
Marta, un torbellino de ideas; Jesús, una paciencia de relojero
Por las tardes, se les veía tomar la mano del otro mutuamente para recordarse que están del mismo lado del campo de batalla. Porque la vida, para ellos, siempre parece estar a punto de lanzar un balón inesperado, uno que sólo pueden atajar si se mantienen alineados: Marta, con su torbellino de ideas, Jesús con su paciencia de relojero, aparentemente a su servicio. Jesús amaba los toros, con pasión verdadera. ¿Qué es una pareja si no la suma persistente de rituales que nadie más entiende? Sobreviven al caos, al aburrimiento y al exceso de luz. Y se parecen, aunque no lo quieran admitir.
Han sido valientes y espero que mi amiga Marta, a la que conocí hace muchos años e inmediatamente quise incorporar a mi vida, y tú, Jesús, al que recuerdo en su estudio admirando la vida y la fantasía en la que habías decidido envejecer, y lo hizo, cuídanos, que sabes bien que somos pocos. Jesús Huarte Beaumont fue cofundador de Alfaguara. Murió el 10 de noviembre de 2024, en Madrid, a los 100 años. Un cierre perfecto para una vida extraordinaria de amor diferente. Los quiero mucho.
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