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Del pavor de los misiles en Ucrania al arrullo de las olas en España

Ayuda y Paz, una iniciativa capitaneada por dos mallorquines, ha recaudado donativos para transportar material de primera necesidad a Ucrania

También ha ayudado en el traslado de familias que huían de la guerra en las fronteras

Directo | Guerra de Ucrania, última hora: Putin, Zelenski y últimas noticias del conflicto ruso

Sirenas antiaéreas, edificios bombardeados, ciudades arrasadas… Parecía una película bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial, pero la televisión era una ventana a la realidad que empezaron a vivir los ucranianos el 24 de febrero cuando Rusia inició su invasión del país. Un escenario que se cobrado más de 3.000 vidas, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos.

En pleno apogeo y escalada militar, bastó solo un cruce de miradas cómplices para pasar a la acción. El 4 de marzo, mientras Guillermo Ruiz y Eva, su compañera de trabajo, estaban pendientes de las noticias, un impulso solidario les llevó a actuar de forma inmediata. Tomaron la decisión de ir en furgoneta hasta la frontera con Ucrania para ayudar ante esta «barbarie». No era la primera vez que lo hacían, puesto que también acudieron al campo de refugiados de Idomeni, en Grecia, cuando los sirios huían de su país en 2016.

La historia se repetía y no había tiempo que perder. Ruiz, informático del Servicio de Salud de las Islas Baleares, pidió autorizar sus diez días de vacaciones para este viaje humanitario. Llenaron la furgoneta con ropa y alimentos gracias a donaciones de particulares y a lo recabado en la Iglesia Ucraniana de Mallorca, la Asociación Per Ells y SOS Mamás Baleares. Además, un médico ucraniano facilitó el transporte de medicamentos con carácter urgente. Así nació la iniciativa Ayuda y Paz.

Material de primera necesidad recogido por Ayuda y Paz. AYUDA Y PAZ

A través de una carta publicada en las redes sociales, se pusieron en contacto con ucranianos que pedían ayuda para poder salir del país y también con familiares que viven en la isla, pero con seres queridos atrapados en la guerra y que necesitaban sacar de ahí. Guillermo y Eva llevarían las donaciones y, a la vuelta, traerían a dos familias.

Tras una semana de recaudación, cogieron un barco el 11 de marzo desde Palma hasta Barcelona con la furgoneta repleta. Al llegar al destino, los dos voluntarios se encontraron con varios mensajes y llamadas que cambiaron los planes iniciales. Habían fijado un viaje de 2.700 kilómetros repartido en tres jornadas de 15 horas de conducción y descansar entre medias, pero varios mensajes alertaban de que acababan de bombardear un hospital de la ciudad de Járkov. El tiempo corría en su contra. De nuevo, una mirada cómplice entre los amigos: «Nos turnamos 10 horas cada uno conduciendo y en 38 llegamos a la frontera con Eslovaquia», explica Ruiz.

Cuando se aproximaban, otra alerta: sus contactos les pidieron que no se detuviesen con nadie hasta llegar a la nave acordada porque podían ser prorrusos o «gente que querría hacer negocio» haciéndose pasar por militares o voluntarios para registrar la furgoneta y quedarse con el material. Por suerte, no fue el caso.

En la frontera con Ucrania

«Cuando llegas ahí sientes los nervios; hay órdenes, una hoja de ruta», detalla el informático de 50 años. El 14 de marzo, a primera hora de la mañana, pudieron hacer efectiva la entrega en la ciudad eslovaca de Vyšné Nemecké, fronteriza con Ucrania en el noroeste, donde había un almacén con diez jóvenes que descargaron los donativos. Desde allí, los jubilados son los únicos que pueden cruzar la frontera y los llevaron a la nave en Ucrania para transportarlos en un camión militar hasta Járkov, al noreste del país y cerca de Rusia.

Habían llegado un día antes de lo previsto y en esa ciudad tenían que recoger a una familia al día siguiente, pero otra se puso en contacto con ellos porque habían conseguido escapar y llegar a su destino antes de tiempo. Una mujer de 37 años y su hija, de 6, esperaban en Hungría, al sudoeste de Ucrania. «No sabían qué hacer, tenían mucho miedo, así que nos fuimos a esa frontera, Vylok, seis horas más de viaje, aún sin dormir», cuenta Ruiz. Cuando las recogieron, ellas no se creían que lo habían conseguido y sintieron alivio de estar más cerca de alejarse del terror. Esa noche descansaron en un hotel en Kisvárda, al noreste de Hungría, cerca de la frontera con Ucrania y Eslovaquia.

La pequeña Milana y su madre huyeron de Járkov y llegaron hasta Hungría. AYUDA Y PAZ

Anna, la madre, y su hija Milana llevaban cuatro días huyendo desde Járkov: ciudad de la que escapaban, ciudad que bombardeaban. La niña jugaba con su «nuevo amigo, Chopi», una rana verde de peluche casi de su mismo tamaño y era la alegría de aquellos momentos tan convulsos. Al día siguiente también se ofrecieron voluntarias para ayudar y la pequeña se encargaba de divertirse con otros niños y conseguir que, por unos instantes, pareciese que su vida no hubiera sido truncada por una guerra. Guillermo y Eva trasladaban a refugiados hacia la estación de tren de Kisvarsány, al noreste del país, para llegar hasta Budapest. Los traslados los coordinaban con los voluntarios de allí.

Mientras, la otra familia a la que iban a recoger aumentó en número y pasaron de ser cuatro a ser seis personas —cinco mujeres y un niño—, que lograron llegar hasta Viena en un convoy. Ayuda y Paz, gracias a las donaciones que estaban recibiendo, consiguió proporcionarles un vuelo directo hasta Mallorca al día siguiente para reunirse con sus familiares. Esto supuso que quedasen cuatro plazas más disponibles en la furgoneta y, recomendados por los voluntarios, pusieron rumbo a la siguiente frontera donde también hacía falta ayuda, a Zahony, en el noreste del país húngaro.

Labores de contacto y traslados

Allí, el 16 de marzo —quinto día de viaje—, ofrecían las cuatro plazas con destino a Mallorca. Habían conseguido dos casas de acogida en la localidad mallorquina de Porto Cristo. Todos los ucranianos se sorprendían al escuchar su oferta porque ellos buscaban un sitio para unas semanas cerca de la frontera de su país para luego volver a sus casas. Estuvieron con varias decenas de refugiados y todos rechazaban su propuesta para poder quedarse en Polonia, Hungría o Rumanía porque «Zelenski les está guiando», sus hombres «están aguantando» y van a «echar a los rusos en breve». Algunos ni se atreven a cruzar la frontera durante días, bloqueados por el miedo a salir a otro mundo que no conocen.

Guillermo y la hija de una familia de Kiev, que le ayudaron a trasladar a refugiados. AYUDA Y PAZ

En su búsqueda de nuevos acompañantes, Eva y Guillermo conocieron a una familia procedente de Kiev, que también se ofreció a colaborar: un matrimonio con su hija y su perro. Los mallorquines les comentaron que en las fronteras de Hungría necesitaban ayuda para coordinar y traducir. Ellos aceptaron trabajar juntos y, como tenían coche, era más fácil movilizarse. Ayuda y Paz había crecido: a la furgoneta se sumaba un coche y podían ir trece personas a la isla de acogida.

El padre, Nikolai, quiso ayudar en la frontera, Barabás, y no quedarse en el hotel descansando porque los mallorquines le habían ayudado a él y él debía ayudar a los suyos. En una mañana encontraron a seis personas en vez de a cuatro: tres mujeres jóvenes de 20 y 21 años, una de ellas con su bebé de un año, y una madre con su hijo adolescente de 15. También se fueron hacia el hotel con el resto del grupo para organizar la vuelta a España.

En esa larga jornada recibieron una petición de traslado a Budapest de ocho personas. Ayuda y Paz colaboró con Spanish for Ukraine, una iniciativa de estudiantes Erasmus españoles en la capital húngara que, sin pensarlo dos veces, alquilaron dos coches para recorrer las cuatro horas hasta la recogida de las personas y otras cuatro hasta su destino en Budapest.

La vuelta, caótica y nerviosa

En el coche cabían cuatro personas, el resto iba en la furgoneta. Un total de 13 personas y un perro. La vuelta sí que la organizaron: tres días de 14 horas de viaje cada uno porque las familias —prefieren llamarles así porque es más personalizado que el término refugiados— necesitaban descansar entre jornadas.

«El viaje de vuelta fue un caos», asegura el informático. Había muchos nervios y dudas, sobre todo para los últimos seis rescatados. «Nosotros les ofrecimos una casa en Mallorca, que no saben dónde está y encima es una isla», señala. Según recorrían kilómetros y cruzaban países, empezaron a preguntar a sus familiares y a los voluntarios qué sería de sus vidas una vez allí. Cuando llegaron a Italia, las veinteañeras se plantearon «echarse para atrás» por el miedo y pidieron que las dejasen en Turín porque una de ellas tenía a un familiar ahí. Al final, siguieron con ellos.

El mallorquín Guillermo Ruiz, impulsor de Ayuda y Paz, con refugiados ucranianos. AYUDA Y PAZ

«Se dan cuenta de cómo van a vivir y hay muchas dudas, inseguridades y dificultades y piensan que ni ellos ni nosotros vamos a ser capaces de conseguirlo», sentencia Guillermo. Estaban dejando atrás una vida devastada por la guerra. No podían olvidar el sonido de los misiles e iban a empezar otra nueva en un país con un idioma distinto y en una isla de la que no sabían de su existencia. Hay que saber acompañar, escuchar y empatizar con ellos en una situación de vértigo.

El primer día recorrieron Hungría de norte a sur; el segundo, Eslovenia e Italia, y el tercer día, Francia y atravesaron por Junquera hasta Barcelona para coger el barco hacia Mallorca, que solo hace el trayecto nocturno. En esas horas pudieron hablar mediante el traductor de Google y asimilar lo que estaban viviendo. «El viaje que han hecho, de corredor humanitario no tiene nada, son carreteras que intentan proteger ellos y las tropas van destruyendo las ciudades según van pasando», narra el mallorquín.

Llegada y acogida

Llegaron a Palma la mañana del 19 de marzo y fueron recibidos con una pancarta y regalos de bienvenida. No todo acababa aquí, sino que empezaba la segunda misión de ayuda: ubicarlos en sus casas de acogida, conseguir la documentación, escolarización de los menores, clases de español, ayudas de alimentación y tarjeta de transporte para poder moverse. «No fue solo traerlos, estamos intentando que tengan ayudas durante unas semanas para su autonomía y darles oportunidad de trabajo», incide Guillermo.

La primera semana de llegada, el informático acogió en su casa a una de las familias: Tania, de 37 años, y su hijo Igor, de 15. Ellos fueron los más afectados psicológicamente, no se despegaban de los mallorquines, ni siquiera se atrevían a salir solos a la calle. Cada día salían un poco más, enseñándoles el plano para que se ubicaran. «No sabían si habían hecho bien porque no sabían qué hacer ni hablaban español», lamenta Ruiz.

Llegada de los ucranianos a Mallorca. AYUDA Y PAZ

Alba Ruiz, su hija de 21 años, asegura que tiene un sentimiento agridulce: por un lado, alegres de haber podido ayudar y de que estén sanos y a salvo, pero, por otro lado, sienten angustia y empatía. Los ucranianos llegaron con una mochila como las que llevan los adolescentes al instituto: «Imagina dejar todo, ¿qué meterías en esa mochila?».

La joven explica que tiene un nudo en el pecho porque los ucranianos no tenían prácticamente nada, ellos les dejaron todo y la familia les daba las gracias. Lo único que saben decir, cuenta, es «you are good people». Una anécdota que destaca es que cuando les sirvieron un plato de comida caliente, Tania, la madre, lloraba y les daba las gracias mil veces.

Coordinación desde Mallorca

Eva y Guillermo fueron los encargados de hacer el viaje, pero no trabajaron solos. Desde Mallorca, Alba y su hermano Sergio, así como Esther, la madre de Guillermo, se encargaban de organizar la llegada de las familias y de coordinar la ayuda que recibían, además de contactar con voluntarios en las fronteras, como el grupo de Erasmus y la Cruz Roja.

También hablaron con conocidos para encontrar las casas donde poder alojarse, como Mateu y Denisse, de Porto Cristo, a casi una hora de la capital mallorquina, dos viviendas vacacionales en las que se quedarán hasta junio. También hay otra casa en Andratx, situada al oeste, y la de Rosa, en Palma. En la búsqueda de alojamiento también cuentan con la ayuda de sus abuelos maternos, Ramón y Pilar.

Alba, además de esa tarea, era la encargada de gestionar los mensajes y las donaciones, la página web de la iniciativa y sus redes sociales. Una labor “con mucho trabajo detrás”, ya que tenía que responder dudas, seleccionar imágenes y vídeos que le iba enviando su padre para los perfiles, informar sobre los pasos que iban dando y, además, redactar textos y diseñar carteles.

Cada día están pendientes de las familias, de que puedan conseguir la documentación y lograr autonomía para empezar una nueva vida. «No es fácil», aseguran los componentes de la iniciativa y reclaman que hace falta más ayuda y colaboración para que salgan adelante.

Tania, Igor, Nikolai, Lilia, Liza y su perro Jack, Anna, Milana y Vladimir son algunas de las caras visibles de las millones de familias ucranianas que han tenido que huir de su país de un día para otro con la esperanza de regresar algún día. Mientras tanto, cambian los sonidos de los misiles y de las bombas por el de las olas del mar al chocar con las rocas.