La Feria de San Fermín vive una tarde para el olvido por la nula bravura de los toros
La voluminosa y destartalada bueyada de los dos hierros de la ganadería de Puerto de San Lorenzo lidiada este domingo en Pamplona convirtió la ejecución del toreo, ni el bueno ni el malo, en una auténtica quimera por su absoluta falta de raza y su nula respuesta a los esfuerzos de la terna.
De hecho, se pudieron contar con los dedos de una mano las veces que, en su conjunto, los seis mostrencos salmantinos tomaron los engaños con una mínima entrega, pues el apabullante y desolador denominador común de la corrida fue un comportamiento totalmente descastado, de medias arrancadas sin celo, con los pitonazos por encima del palillo de las muletas y constantes ojeadas a las tablas o a los mismos chiqueros por los que salieron.
Si se mantuvieron en los medios más tiempo del que hubieran querido fue siempre gracias al empeño de los tres matadores, que sujetaron las ganas de rajarse y de huir de la mayoría e hicieron el esfuerzo de intentar torearlos como si hubiera algo de dónde sacar.
Pero en realidad había poco o nada, apenas un par de series de naturales que Ginés Marín le robó a un cuarto largo como un AVE de primeros de agosto y que tomó los vuelos de su muleta a regañadientes media docena de veces antes de ponerse, literalmente, a topar.
Con el sexto, el extremeño se alargó en un trabajo habilidoso, sin exigirle ni un mínimo a otro toraco que deambuló sin apenas emplearse cuando le llevó en línea recta y por las afueras, en muletazos aparentes pero de una hondura y una emoción imposibles.
También fue rescatable la firmeza que mostró Emilio de Justo ante el cuarto, el de menos peso de la corrida pero no por eso menos cornalón, que, aunque sin celo, se movió algo más tras los engaños, doblegado al empeño del diestro de Plasencia, quien antes había tenido que abreviar con un primero tan gigantesco como afligido.
En el marcador estadístico de la corrida contará, en cambio, una vuelta al ruedo que López Simón se pegó por su cuenta tras matar al quinto, pero tanto ese, que acabó echándose en la arena también por propia voluntad, como el anterior fueron dos auténticos borricones a los que el madrileño no hizo más que pasar «pacá y pallá» mientras los tendidos se daban a la particular fiesta del ruido y la jarana.
FICHA DEL FESTEJO.- Cuatro toros de Puerto de San Lorenzo y dos de La Ventana del Puerto (4º y 5º). Salvo el vareado cuarto, todos de exagerado, basto y descompensado volumen, con amplias y destartaladas cornamentas. Y, sin excepción, de juego prácticamente nulo y vacío de emoción por su absoluta falta de raza.
Emilio de Justo, de grana y oro: estocada delantera perpendicular (silencio); estocada delantera atravesada y seis descabellos (silencio).
López Simón, de gris perla y oro: estocada atravesada que asoma y descabello (silencio); estocada (vuelta al ruedo por su cuenta).
Ginés Marín, de caldero y plata: pinchazo y estocada desprendida (silencio); estocada corta tendida y tres descabellos (silencio).
Tercer festejo de abono de la feria de San Fermín, con lleno de «no hay billetes» (19.800 espectadores), en tarde calurosa.
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