La Navidad del obispo español Juanjo Aguirre en el corazón del yihadismo africano más violento
Cuenta a OKDIARIO que la región de Bangassou ha sido tomada por los mercenarios rusos del Grupo Wagner, la avanzadilla paramilitar de Putin en el mundo
Denuncia los intereses de las grandes potencias por hacerse con los recursos minerales para la tecnología y los coches eléctricos: "Son depredadores que vienen a robar todo"
"Los Emiratos financian a la guerrilla islamista. Es vergonzoso ver a equipos españoles de fútbol con el logo de Qatar"
Les propongo este ejercicio. Deténganse por un momento. Olviden la pandemia y abstráiganse del bullicio navideño que vivimos, igualmente, pese al covid. De las luces en las calles, los mercadillos y los centros comerciales… Traten de encontrar en el mapa Nagbaraka. Y traten de imaginar ese lugar. Una pista. Nagbaraka está en el ‘selecto’ club de los nueve países más violentos del mundo a los que la ONU aconseja no viajar bajo ningún concepto. Nagbaraka está en el segundo país más pobre del planeta, aunque sus riquezas naturales sean desbordantes. Busquen en Google. No encontrarán Nagbaraka. Un lugar perdido y remoto del África central que no existe para nosotros y, menos, si no existe para Google.
En ese lugar llamado Nagbaraka, en la República Centroafricana, ha pasado la Nochebuena y la Navidad («con los míos») monseñor Juan José Aguirre, misionero comboniano español. Aguirre tiene nombre de leyenda vasca de la Evangelización americana, pero en realidad es cordobés y lleva décadas entregado a África. Juanjo Aguirre es Obispo de Bangassou, ciudad asomada al Congo, orillando el corazón de las tinieblas que describió Joseph Conrad y que él vive, a diario, desde hace 25 años: “Soy feliz habiendo empleado mi vida así. Si volviera a nacer, volvería a ser misionero”.
La República Centroafricana repite el cóctel explosivo de otros lugares del África negra: luchas tribales primitivas mezcladas con las guerrillas más sanguinarias (políticas o religiosas) armadas por corporaciones y gobiernos de nuestro primer mundo que las azuzan desde la sombra para chupar a los africanos hasta la última gota de sus recursos naturales. Las minas son la clave. Los recursos que sirven para hacer desde el oro y los diamantes a los neumáticos; desde móviles u ordenadores a -ahora- el grandísimo negocio de los vehículos eléctricos para nuestra vida ecofriendly. Controlar esas minas es poseer el mundo. Esa es la gran guerra silenciosa que se libra en numerosos lugares del planeta. Especialmente, en África.
Hablamos con monseñor Aguirre recién llegado desde Nagbaraka a su diócesis de Bangassou: «Es una comunidad de apenas 50 personas en la selva. Se llevaron una gran alegría cuando les dije que iría allí a decir la misa de Nochebuena y Navidad». Tanta fue la alegría de aquella gente que «me prepararon un pollo para la cena aunque lo importante era la misa». Llegar a Nagbaraka supuso varias horas en coche por caminos sumamente peligrosos donde la vida y la muerte -a merced de grupos violentos y militares- tiene poco valor. Nadie se enteraría si muriéramos allí.
«Llegué pronto y confesé. A las 6 empezamos la misa y los cánticos en su lengua, el sango. Una capilla pequeña en plena selva, rodeada de verde, cantando Adeste Fideles… Imagina. Habían hecho un pesebre con unas figuras de barro porque a ellos les hace mella, les llama mucho la atención, que nadie diera posada en Belén a María y a José y tuvieran que irse a un pesebre. Para ellos eso es muy importante y dicen… Yo tengo que darles posada… Y se la dan en su corazón», cuenta Juanjo Aguirre. «Yo vivo aquí con ellos la esencia de la Navidad. Todo lo superficial desaparece. Solo queda el Misterio de la Navidad. Queda la mirada de ternura en un sitio como este donde tantas veces no la hay».
Monseñor Aguirre recuerda que «cuando pasaba los controles militares camino Nagbaraka pensaba en los soldados de Herodes buscando al Niño, matando niños, como ocurre aquí. Lo que hicimos fue olvidarnos de todo: de la violencia que sufrimos, de las preocupaciones… Hicimos una inserción, una especie de catarsis emocional y de ternura para poder profundizar y zambullirnos en el espíritu de la Navidad».
«Catarsis de ternura»
«Aquí hay una guerra larvada de baja intensidad, pero muy asesina» cuenta monseñor Aguirre. Ya dura 10 años. «Se usa el fuego, quemando aldeas; la violación para generar terror con violaciones colectivas en las plazas de las aldeas; y se usa el hambre cortando caminos para que no lleguen los aprovisionamientos a los pueblos y mueran de inanición. Quien la sufre es la gente sencilla, el pueblo».
La llegada -hace 10 años- de mercenarios islamistas de Chad, Libia y Sudán regó de sangre y huérfanos el país. Sangre cristiana, sobre todo. La guerrilla yihadista Seleka llegó a conquistar el poder y la ciudad de Bangassou, la ciudad del obispo Aguirre. A sus asesinatos, abusos, violaciones, emasculaciones y horribles mutilaciones de hombres, mujeres y niños respondió la llamada guerrilla Antibalaka con la misma moneda. Ojo por ojo. Cristianos a la caza de musulmanes. Y en medio de ese delirio violento, monseñor Aguirre, tratando de poner paz.
Cuando Bangassou fue liberada de los Seleka, monseñor Aguirre refugió en su misión católica a 2.000 musulmanes para evitar que fueran pasados a cuchillo. Rodeada su misión por los Antibalaka, les protegió durante cuatro años y medio hasta que la ONU (tan vaga, lenta e inútil como siempre) se decidió a sacarlos de ahí y realojarlos en una zona segura.
Escudo humano de musulmanes
Los refugiados musulmanes se lo pagaron a Aguirre saqueando la misión al irse: «Se llevaron todo. Fueron 4 años. Aquello trastocó toda nuestra vida y nuestros proyectos, pero ¡Bendito Sea Dios! -exclama- porque pudimos salvar sus vidas … ¡tantas vidas!… Cuando se fueron dejaron vacío el seminario donde los habíamos alojado. Nos robaron todo: hasta puertas y ventanas, mesas, interruptores de luz… Nos dejaron desnudos como Cristo en el Calvario». Aguirre ve a Cristo en cada paso de su vida: «Nos dejamos saquear porque pensamos que igual ellos tenían más necesidad que nosotros. Y dijimos: no los denunciaremos. Vamos a ofrecer el Perdón porque donde está el Perdón, está Dios. También, aquí, en África”.
Para Aguirre aquellos cuatro años con refugiados musulmanes haciéndoles la vida imposible dentro de su propia misión fue “una experiencia dura pero muy bonita». Nunca pensó en entregarlos pese a las barrabasadas constantes que les hacían: «Hemos sacado muchos valores de aquello, nos ha hecho felices y nos ha hecho mejores. En silencio agradecemos a Dios haber salido vivos de aquello. Dios ama el silencio. Dios es silencio. Y con el silencio le decimos que acogimos a esos 2.000 hermanos musulmanes en nombre Suyo”.
Los mercenarios Wagner de Putin
Monseñor Aguirre recuerda que la Navidad pasada fue “sangrienta y muy, muy dura” a merced de los señores de la guerra “que nos pisotearon”. Un año después, los famosos mercenarios rusos del Grupo Wagner, enviados por Putin, controlan la región: “Llegaron los paramilitares rusos de una agencia llamada Wagner y son los que nos han ayudado. Mucho más que la ONU y sus soldados marroquíes. Echaron a los señores de la guerra. Son los que nos han permitido vivir esta Navidad en paz. Ni la ONU ni los franceses ni nadie”. Los Wagner han impuesto su ley a sangre y fuego en los lugares del mundo por donde han pasado al servicio de los intereses estratégicos del Kremlin. Son, casi, un capricho personal de Vladimir Putin.
Juanjo Aguirre vive en primera persona y ve con sus ojos los inconfesables intereses geoestratégicos de las grandes potencias mundiales en busca de los recursos naturales del país. «Hay grupos muy violentos que impiden a nuestros curas ir a decir misa en la zona fronteriza de Camerún. Usan bombas lapas fabricadas en Bélgica. Es extraño, pero es así. De Bélgica”.
Geoestrategia en primer plano
Aguirre ha visto pasar por allí a rusos, chinos, saudíes, qataríes… Cada uno buscando su parte del pastel («depredadores que vienen a robar todo»): “Los rusos no son Hijos de la Caridad. Lo hacen por interés. El litio, el magnesio…”. Denuncia que la guerrilla islamista está armada y financiada por Arabia Saudí y Emiratos: “Es vergonzoso ver a clubs de fútbol españoles con esos logos en sus camisetas”.
Monseñor Juanjo Aguirre no necesita leer ninguna sesuda revista de análisis internacional para que le cuenten lo que pasa en Centroáfrica: “Vemos intereses políticos tan enormes ante nosotros… Millones y millones de dólares y de euros pasan ante mi nariz. Los olemos, pero nada llega al pueblo. Pasan a través de organismos internacionales, de las ONGs, de los dirigentes corruptos de estos países que se lo quedan. A la gente sencilla, a la gente pobre con la que estoy, no le llega nada”. Desde Córdoba, la Fundación Bangassou le ayuda con todo lo que puede reunir para su labor misionera no sólo contra la guerra. El hambre y el SIDA siguen diezmando África. Aguirre y la fundación han construido hospitales y escuelas. Y han creado proyectos de educación y convivencia para que las nuevas generaciones puedan vivir sin rencor, olvidando el sufrimiento.
Juanjo Aguirre sabe que, a la guerra del coltán para nuestros móviles, ordenadores, drones…, se suma ahora la guerra por los minerales necesarios para la fabricación masiva de las baterías de los coches eléctricos. Nuestro primer mundo “sostenible” en «transición energética» y «ecológica» en contra del «cambio climático» nace -también- con la sangre y la pobreza de África. Como siempre. “Así está el mundo. Así lo hemos hecho”, dice Juanjo Aguirre. Y su humildad le lleva a incluirse: “Y así lo he hecho yo también”.
Violaciones de cascos azules
Juanjo Aguirre tiene un hablar tranquilo, pero una enorme determinación ante la injusticia. En 2017, persiguió al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, cuando visitó el país, para contarle que los soldados marroquíes de Naciones Unidas violaban sistemáticamente a mujeres y niñas. Guterres -uno más en la lista de burócratas y vividores que ha ocupado ese cargo- le concedió apenas 5 minutos a pie de pista, en el aeropuerto, antes de marcharse y, eso sí, después de mucho hacerse de rogar. Monseñor aún recuerda la respuesta de Guterres cuando le contó aquello. Dijo: “¡No me diga!. Pues qué disgusto se va a llevar el Rey de Marruecos si se entera”. Y se subió al avión y se fue. Y nunca más se supo de él hasta que el asunto trascendió a la prensa internacional y tuvo que pedir perdón. A día de hoy, Guterres sigue viviendo de lujo a costa de la ONU y los soldados marroquíes siguen en Centroáfrica.
Morir en África
Muchos quisieran que la voz -incómoda- de Aguirre se apagara. “¿No tiene miedo a la muerte?”, le pregunté la última vez que lo vi en Madrid. Fue justo antes de la pandemia y al poco del asesinato en un check point de un sacerdote. Dos años después, le repito la pregunta y la respuesta es la misma: “¿Qué te dije entonces?. Miedo tengo, como todos, cuando te silban las balas detrás de las orejas. Pero Dios sabe cuándo llegará mi hora. Para qué preocuparme. Estoy tranquilo. Él ya lo sabe”.
Es Juanjo Aguirre, español en el corazón de las tinieblas: “Yo les traigo un mensaje de fe y esperanza. Les digo: no echéis más leña al fuego. Mañana todo será mejor”.
En su carta de Navidad a la Fundación Bangassou, monseñor Aguirre dice: «Huelo sabor de Navidad cuando veo a mi gente desesperada, rota por dentro por la falta de futuro, dispuestos a cruzar el agujero negro del Sáhara para llegar al azul cementerio del Mare Nostrum y pegar el salto a Europa. Como la familia de Nazaret que tuvo que salir huyendo hacia Egipto para evitar una muerte segura frente al poder político de aquellos días. Si África tuviera industrias y trabajo no tendrían por qué salir huyendo».
Y termina: «Huelo a Navidad en esta tierra del África negra en donde vivo, donde la esclavitud está a la orden del día. Como en Libia. Hombres y mujeres escapando de África central vendidos como bestias. Como en tiempos de Daniel Comboni [fundador de los combonianos en el siglo XIX]. Huelo a ella cuando voces blancas cantan la calurosa Navidad que coincide con la estación seca; sueños de paz y de pan, navidades cantadas a ritmo de tam-tam, catarsis colectiva de amor, sin logroñesas ni regalos. Tan solo llenos de Fe».
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