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Leontxo García, periodista: «Hay más partidas distintas posibles de ajedrez que átomos en el universo»

«Kárpov y Kaspárov mantuvieron la mayor rivalidad en la historia de todos los deportes. Eran dos símbolos de dos formas totalmente diferentes de entender la vida», nos cuenta Leontxo García, uno de los periodistas europeos más influyentes en el mundo del ajedrez, quizá el más. Puede que lo conozca por sus columnas diarias desde hace casi cuarenta años o por sus vídeos semanales analizando partidas históricas en El País. Todo empezó por casualidad y, desde entonces, ha retransmitido campeonatos, impartido conferencias y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo, en treinta países.

A sus espaldas los mayores genios de este desafío intelectual, de esos que no caben en etiquetas establecidas –demasiado grandes para tan nimio marbete–. En su cabeza jugadas y jugadas. Brillantes, únicas, prodigiosas, como la de Bobby Fischer con trece años a Donal Byrne un 17 de octubre de 1956, en Marshall Chess Club de Nueva York, «la partida del siglo», «una obra de arte que será inmortal pasen los años que pasen». También recuerda la restallante jugada de Fischer con el español Arturo Pomar en la Olimpiada de Ajedrez de la Habana 1962 en la que el americano sacrificó un peón con C4 para luego ganar. Por ella le preguntó Fischer cuando lo conoció por primera vez en Frankfurt, en marzo de 1991. Odiaba a los periodistas, sacarle un pequeño tablero magnético fue la prueba a la que sometió a Leontxo para comprobar si realmente era jugador y sentía pasión. Jugadas magistrales, sempiternas; exuberantes ejemplos de lo que se ha hecho y de lo que se puede hacer porque el juego, los retos y la potestad demiúrgica continúan. Como él dice, «hay más partidas distintas posibles de ajedrez que átomos en el universo entero». Así que, si le gusta a usted el ajedrez, sepa que le queda mucho por hacer. Y por ver.

Ha conocido e intimado con los más grandes del s. XX y s. XXI. Con algunos incluso ha entablado amistad. Un gran haber de maestros, equipos, familias, jugadas, fortalezas, debilidades e incluso derrumbes, como el de Garri Kaspárov, tras perder la penúltima partida ante Kárpov en Sevilla en 1987. Kárpov lo había batido con un ariete espectacular en respuesta al suicidio posicional que había realizado Kaspárov. Lo encontró exánime, llorando, pero la tristeza duró poco. Nos cuenta que apenas horas. Las justas para reponerse y al día siguiente empatar 12-12 y mantener su título de campeón mundial. Una partida que iba mucho más allá de lo meramente deportivo. Trece millones de telespectadores vivieron el duelo en directo. La guerra fría en un tablero de ajedrez.

De Anatoli Kápov, héroe nacional en la entonces URSS, símbolo de la vieja guardia comunista, dice que «era capaz de sacar agua de una piedra»; de Kaspárov –hijo huérfano de padre judío y de una madre armenia que se dedicó con determinación a hacer de él un campeón mundial– que «fue educado desde muy niño para que en su vida sólo sean válidos los objetivos muy grandiosos»; de Bobby Fischer –bendito causante de que Leontxo se enganchara a este deporte en 1972– que «era un genio con mayor cociente que Einstein, pero con grandes traumas y problemas mentales», prueba de que el genio en el ajedrez ronda en ocasiones muy de cerca la locura.

Nada extraño de entender si tenemos en cuenta las horas que pasan enfrente de sus rivales, insondables, casi sin mirarse a los ojos. Sin verbo –a lo sumo un suspiro. O una mueca–. Inmóviles. Clavados en el tablero y en las piezas. Glaciales. Desabridos. Es la guerra. La guerra aterida. Blancas y negras; negras y blancas. Días, vidas. 43.800 horas pasaron Kárpov y Kaspárov entre 1984 y 1990. 144 partidas. Eternidad de contención. Mentes brillantes en cuerpos pétreos, impasibles a lo que el contrincante haga. Como ha dicho alguna vez Kaspárov, «la máxima habilidad en el ajedrez consiste en no mostrar al rival qué es lo que él puede hacer».

Parece un juego tranquilo, pero no lo es. Es una guerra psicológica y, en ella, cualquier mínima distracción puede suponer un mate. Incluso, jaque mate.

Por eso, son tan maniáticos con pequeños detalles que en condiciones normales no tendrían mayor significado. Como ejemplo, el color del frasco del yogur en el mundial de Filipinas en 1978. Anatoly Kárpov, el hijo predilecto del Kremlin, tótem del Estado Federal Socialista, contra Víktor Korchnói, el primer ajedrecista exiliado del régimen de la URSS, furibundo todo él. Su mote: Víktor el Terrible. Hubo espionaje, parasicología y otros «juegos sucios» como las gafas espejo de Korchnói. Leontxo nos cuenta que años después de desintegrarse la URSS se comprobó que «había una sección de la KGB con la única misión de hacerle la vida imposible a Korchnói».

Ese fervor soviético por garantizar el triunfo de Kárpov tuvo incluso intentos de complicar la vida a los periodistas que habían escrito algo no de su entera satisfacción. El propio Leontxo sufrió estando en la URSS tener que renovar su visado cada dos semanas y ver cómo se complicaba la tarea de hacer llegar sus artículos. «Tardaba menos en escribir las crónicas que en enviarlas».

Analizando a los maestros, cree que «hace falta tener instinto asesino para ser un gran jugador de ajedrez». Lo asegura pese a que haya habido egregios como Viswanathan Anand y que, hoy, la India se ha convertido en la nueva superpotencia del ajedrez. El indio Rameshbabu Praggnanandha puso contra las cuerdas al noruego Magnus Carlsen en 2023. Si analizamos los 100 mejores del momento de la lista FIDE, próceres del arte, la India dispone de nueve, Estados Unidos nueve, China otros nueve y Rusia ocho. El ajedrez ha vuelto a su origen, al lugar donde nació 1500 años atrás. Fue en el 568, por un consejero de la corte del rey regional, en el noroeste de la India. Su nombre, Chaturanga, que en sánscrito significa «cuatro miembros» –las ramas del ejército–.

Puede que usted se pregunte el porqué de esta hegemonía india de hoy. Le adelanto que no es casualidad. Para empezar, más de 1400 millones de habitantes y, de ellos, «muchos padres y madres cambian sus vidas por completo para explotar al máximo el talento de su hijo o de su hija». Asunto de proporcionalidad. Leontxo nos cuenta que acaba de llegar del Torneo de Candidatos de Toronto. El vencedor: uno de esos indios prodigiosos, Dommaraju Gukesh. Diecisiete años. El más joven en toda la historia del torneo.

Nuestro entrevistado sostiene que alguien educado en la religión hindú difícilmente puede tener ese «instinto asesino» que lo haga implacable. Anand, cinco veces campeón del mundo, le sirve de ejemplo. «Si tuviéramos un termómetro para medir la genialidad, es probable que nos dijera que en toda la historia universal del ajedrez, Anand sería uno de los dos o tres mayores talentos naturales. Tal vez podría haber llegado más lejos, haber derrotado a Kaspárov. ¿Cuál es la diferencia básica entre Anand y Kaspárov? La diferencia de instinto asesino».

El ajedrez enseña valores y actitudes como tolerancia, paciencia, capacidad de análisis y reflexión, creatividad y estrategia, asumiendo que las consecuencias de cada movimiento son irreversibles, que nada será en vano. La vida.

España lleva el ajedrez en las venas. El primer campeonato internacional fue aquí gracias a Felipe II. Defiende con orgullo que «a partir de 1988, España es cada año el país del mundo que organiza más torneos internacionales de ajedrez». Sólo Armenia (donde el ajedrez es más popular que el fútbol) supera a nuestro país en el uso del juego-ciencia en las aulas. «España está en la vanguardia mundial del ajedrez como herramienta educativa. Hay al menos cinco programas de ajedrez educativo en horario lectivo (Andalucía, Cataluña, Aragón, Canarias y Baleares) que están entre los modelos de buenas prácticas para el resto del mundo, y Extremadura es la primera referencia mundial en aplicaciones sociales y terapéuticas del ajedrez para retrasar el envejecimiento cerebral y el alzhéimer, cárceles, rehabilitación de drogadictos, autismo, TDH, síndrome de down, superdotados y altas capacidades, trastorno mental grave y un largo etc.».

Si tiene un niño, sepa que hay numerosos estudios que demuestran que jugar le ayudará a aumentar su coeficiente intelectual, la memoria, la comprensión lectora y la capacidad de resolución de problemas matemáticos. La clave está en que, al jugar una partida, se ponen en funcionamiento ambos hemisferios del cerebro, por lo que no sólo fomenta el aprendizaje racional, sino que también estimula el desarrollo creativo.

Hablar con Leontxo es hacer un apasionante viaje por la historia, los triunfos, derrotas y anécdotas de este gran deporte del intelecto. Disfrútelo.