Sociedad

Juan José Aguirre (misionero en África): «Sólo soy el lápiz en las manos de Dios con el que Él escribe»

Mons. Aguirre, obispo de Bangassou (R. Centroafricana), cumple 45 años llevando la Fe y haciendo el bien en uno de los 5 países más violentos y pobres del planeta

"Dios llora en todas las guerras y está con los más pobres. Yo le sentido a mi lado, dándome ánimos y llorando conmigo"

"¿Miedo a morir?, Él ya conoce el día de mi muerte, para qué preocuparme"

«Yo sólo soy el lápiz en las manos de Dios con el que Él escribe». Así se ve Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, República Centroafricana. Rememora a Santa Teresa de Calcuta. Monseñor Aguirre, misionero comboniano, lleva 45 años en Centroáfrica, uno de los cinco países más pobres y violentos del mundo. Su labor espiritual y material en aquel lugar perdido del planeta ha sido inconmensurable. Lo visto por sus ojos, inenarrable. El bien y el mal, tan cerca y tan lejos, en permanente lucha.

En OKDIARIO, monseñor Aguirre repasa estos años. No habría tiempo suficiente para todo lo vivido. Recuerda «perfectamente» su primer día en Centroáfrica: «Fue el 1 de diciembre de 1980. Juzgaban al antiguo dictador Bokassa. Todos escuchaban la radio a ver si lo condenaban. Y no lo condenaron. Le tenían mucho miedo». Así es África. Y no ha cambiado mucho. Corrupción política y terror siguen de la mano. Su primera misión fue en Obo, a 16 horas en coche de la capital, Bangui, cerca de la frontera con Sudán del Sur por donde, ahora, cientos de miles de sudaneses huyen de la extrema violencia de su país. En África todo es extremo. El hambre, la guerra, los desplazados… Pero también su belleza.

Monseñor Aguirre revive aquel primer día como si fuera hoy. Tenía 26 años. Estaba recién salido del seminario. Tuvo su «bautismo del espíritu» en África, como lo llama, cumpliendo una tradición de los azande, la etnia local: «Abrí las manos en cuenco para que pudieran espurrear su saliva en perlitas. Pasaron 400 personas ante mí una a una. Era su forma de bendecirme. El hermano que estaba allí me explicó que, para ellos, yo era el puente que unía la criatura con el Creador». Luego, los leprosos también quisieron darle la bienvenida: «Estaban bajo el mango grande que hay en cada misión, que es como el eje que une el Cielo con la tierra, donde se hace la Palabra. Allí estaban los leprosos. Jamás había visto la lepra. Tenían orejas, nariz, labios, dedos… las partes blandas del cuerpo caídas. Recuerdo el olor de la carne descompuesta. Yo me resistía. Pero el hermano me empujaba y me dijo: ‘Con el mismo cariño que has tocado la Forma en la Eucaristía, tócales también a ellos porque es el mismo Cristo a quien estás tocando’».

Desde aquel primer día, monseñor Aguirre ha sentido a Dios a su lado: «Dios llora en todas las guerras y está con los más pobres. Yo lo he sentido dándome ánimos y llorando conmigo». Como aquel Viernes Santo en el que, en plena misa, llegó a su iglesia un grupo de mujeres cruelmente violadas: «No paró de llover. No se escuchaba nada por el estruendo del agua golpeando el tejado de zinc. Escampó justo al acabar la misa y un hermano me dijo: ‘Ve’. Era Dios llorando por estas mujeres».

Violencia extrema

La muerte ha rondado a monseñor Aguirre mil veces: pistolas en la sien, kalashnikovs en el pecho en manos de jóvenes drogados, balas silbando su cabeza: «¿Miedo a morir? Dios ya conoce el día de mi muerte. Para qué preocuparme». Aguirre ha lidiado, estos años, con los grupos más despiadados del planeta: los señores de la guerra del Chad que entraron en Centroáfrica, la guerrilla islamista Seleka y los Anti-balaka que combatían a los yihadistas. Hasta que llegaron los Wagner de Putin hace poco, tomaron el control, los hicieron desaparecer, dieron seguridad y, por supuesto, a cambio, se han quedado con las riquezas naturales del país pactando con el presidente: él sigue siendo presidente y, a cambio, los rusos esquilman a su pueblo. Ríanse ustedes de las tierras raras de Ucrania.

Dios me ha recompensado con el 101%. Yo no elegí esta vida, el Señor me eligió para ser misionero y si volviera a nacer, le pediría volver a hacerlo

En la entrevista, monseñor Aguirre comparte las cosas que impactaron en su retina: mujeres embarazadas abiertas en canal de arriba a abajo para sacar a sus bebés y tirarlos a un río; mujeres violadas brutalmente delante de sus maridos a los que asesinaban si, además, no pagaban a los violadores; niños-soldado, abusados sexualmente, drogados, armados hasta arriba y «hambrientos de sangre»; soldados de la ONU descuartizados, a los que Aguirre tuvo que recoger en trozos para que pudieran tener una sepultura digna en su país.

El mundo supo de monseñor Aguirre, en esta guerra olvidada de Centroáfrica, cuando en 2017 salvó de una muerte segura y horrible a 2.000 musulmanes refugiados en la mezquita de Bangassou y rodeados por la guerrilla anti-balaka. Aguirre se plantó allí con su sotana blanca e hizo de parapeto con su cuerpo junto a un cura de su misión: «Nos pusimos delante de la mezquita en cruz, mirando a los tiradores. Yo les decía ‘¡no disparéis, no tenéis derecho a matar a mujeres y niños!’. Pero ellos me gritaban ‘¡quítate traidor!’. Los anti-balaka se declaran cristianos. Querían degollarlos. Así estuvimos tres días hasta que llegaron los soldados portugueses de la ONU. Dentro de la mezquita había 22 cadáveres, incluidos niños muertos descomponiéndose por el calor ante sus madres. Convencí al imán para que me dejara pasar a recogerlos y enterrarlos. Fue muy duro».

Los portugueses se fueron, pero los anti-balaka no y Aguirre refugió a los musulmanes en su misión católica recolocando a sus seminaristas y curas en otros sitios: «No tuvieron tiempo ni de recoger las cosas de sus habitaciones». Los musulmanes estuvieron allí cuatro años. Al irse, les robaron todo. La ONU les había hecho casas nuevas. El imán comentó a monseñor Aguirre: «Quedan las paredes y el techo». La Fe de Aguirre se impone. Sonríe y llama ‘hermanos’ a aquellos musulmanes: «Se llevaron hasta los marcos de las ventanas. Nos sirvió para hacer un gran ejercicio de Perdón».

Fe y vocaciones en África

Monseñor Aguirre ha llevado la Fe al «corazón de las tinieblas». A lugares donde los ancianos con demencia, los albinos o los niños con alguna discapacidad son rechazados por sus familias o lapidados porque los creen poseídos por la brujería. Como Aguirre, los 10.000 misioneros españoles en África han sembrado una semilla que brota imparable y contrasta con esta Europa de fe cristiana y vocaciones menguantes perdiendo su identidad. Aguirre cuenta que «están saliendo miles y miles de sacerdotes y misioneros africanos que están yendo a evangelizar a otros sitios del continente».

Como las vocaciones de Asia. El hospital de su misión se llama El Buen Samaritano y lo dirige una monja vietnamita. Ese hospital es sólo una muestra de la labor de monseñor Aguirre estos años. En su diócesis de Bangassou hay, además, un orfanato y 22 escuelas, 300 iglesias, 25 curas, 6 monjas y 60 seminaristas, que ya los quisieran aquí, en esta España de seminarios vacíos.

Aguirre destaca «la alegría» contagiosa de su Fe: «Es una iglesia muy viva. Las misas las preparan ellos mismos, los laicos, y las hacen a su manera africana. Duran lo que ellos quieren, hasta dos o tres horas de bailes, cánticos y oraciones. Son preciosas. Se pasan rápido. Viven intensamente el gozo de recibir los Sacramentos».

Es la Fe de los más pobres entre los pobres. En Centroáfrica, el hambre es el pan nuestro de cada día: «Es muy triste verles pasar hambre. Comen una vez al día, a las cuatro de la tarde, salvo los niños de la escuela a los que hacemos un potaje antes de ir a clase, a las cinco y media de la mañana, para que tengan fuerzas. Los garbanzos me los mandan unos amigos maragatos de León. La escuela empieza a las seis y media. No se la pierden. No se retrasan. Les encanta».

Hambre e hipocresía

Es el hambre extrema de los centroafricanos sobre una tierra, la suya, inmensamente rica en litio, rodio, platino, wolframio, tantalio, coltán… «Para los drones y misiles de las guerras -recuerda- móviles, ordenadores y baterías» y en donde -dice- «han hincado sus uñas las multinacionales para robarles». También, Rusia, China, Arabia o Qatar, que financiaron a la guerrilla islamista Seleka. A Aguirre le indigna ver el nombre de alguno de estos países en las camisetas de clubs de fútbol españoles.

Es la hipocresía del primer mundo. La población local desprecia a la MINUSCA, los cascos azules, inútiles y corruptos, de la ONU, dedicados al pillaje y las violaciones. Monseñor Aguirre recuerda el día en que se plantó ante Antonio Guterres, secretario general de la ONU, de visita en Bangassou, para contarle que los soldados marroquíes violaban sistemáticamente a mujeres y niñas menores de 18 años: «Se quedó pensativo. Su respuesta me dejó alucinado. ‘Qué disgusto se va a llevar el Rey de Marruecos cuando se entere’, me dijo. No pensó en las chicas violadas. Pensó en el Rey de Marruecos».

Con todo, monseñor Aguirre cree que «África es el continente del futuro y pronto será protagonista de su desarrollo”. En cuanto se libre de los tres males que, según él, la ahogan: «Las enfermedades endémicas, la corrupción y el Islam radical».

Dos mochilas

Monseñor Aguirre ha de ir cediendo el testigo. Ya tiene coadjutor en Bangassou que le sustituirá en unos años. Mientras, sigue al pie del cañón. No han podido con él tres infartos, cálculos renales, amebas en el hígado, una ciática y dolores insufribles de columna que atribuye a años de tumbos en su viejo Toyota por aquellos caminos de tierra roja y barro profundo, que son, más bien, arenas movedizas.

«Toca ya desasirse poco a poco, como decía San Juan de la Cruz», explica Aguirre. ¿Ha sido feliz?, le pregunto. «¡Buah!», exclama. «Yo no elegí esta vida, el Señor me eligió. Él me llamó. Y si volviera a nacer le pediría que me eligiera otra vez para ser misionero. Ha sido una forma estupenda de gastar la propia vida».

Son «las dos mochilas» del misionero, dice Aguirre: «En una está lo que damos. En la otra, lo que recibimos. Se llena antes una que la otra. El Señor nos da mucho más de los nosotros damos». Le cito a Jesús: «El que deje hermanos, hermanas, padre y madre para seguirme le recompensaré con el ciento por uno». ¿Lo ha hecho?, le pregunto. Responde sin dudarlo: «Sí. Él me ha dado el ciento por uno».

También la Biblia dice: «Caerán a tu lado 1.000 y 10.000 a tu diestra. Más a ti, no te llegará». Y así ha sido la vida de Juanjo Aguirre desde aquel día de 1980 en que acarició la lepra por primera vez. Sorteando balas y enfermedades para ser «sólamente» el «lápiz en las manos de Dios con el que Él escribe cosas bellas». También, entre el hambre y la guerra. También, en África.