La emotiva carta de esta escritora enferma terminal de cáncer buscando esposa para su marido antes de morir
El amor lo puede todo. El amor puede, incluso, ser el propulsor de la búsqueda de esposa para el propio marido. Ese es el caso de Amy Krouse Rosenthal, la escritora enferma de cáncer que este mes publicó un artículo en el The New York Times buscando mujer para su marido al saber que fallecería próximamente. Algo que, por desgracia, sucedió este pasado lunes.
El pasado 3 de marzo, Rosenthal publicó un artículo en el conocido medio norteamericano que se convirtió en un gran fenómeno viral. En él, describía sus últimos días de enfermedad y afirmaba buscar nueva esposa para su marido. Sobre el que añadía una larga lista de cualidades y con el que llevaba más de 25 años felizmente casada.
Bajo el título ‘You may want to marry my husband’ (‘Quizá quieras casarte con mi marido’), Rosenthal escribió una auténtica declaración de amor pública a su pareja, Jason, y fue uno de los artículos más leídos del periódico durante días, que acumula más de 1.400 comentarios y ha sido recogido por medios de comunicación de todo el mundo.
«Quiero más tiempo con Jason. Quiero más tiempo con mis hijos. (…) Pero eso no va a suceder. Probablemente sólo me queden unos pocos días como persona en este planeta. ¿Así que por qué estoy haciendo esto?», indicaba Rosenthal en su texto.
Después de salir a la luz el artículo, el marido de Rosenthal afirmó que había estado con ella mientras escribía el texto, pero que no sabía de qué se trataba. «Cuando leí las palabras por primera vez, me impactó su belleza, me sorprendió levemente su increíble prosa dadas sus condiciones y, por supuesto, me desgarró emocionalmente», aseguró en un comunicado a la revista People la semana pasada.
Rosenthal, a la que se le diagnosticó cáncer de ovarios en 2015, escribió más de 30 libros infantiles y es la única autora en haber publicado tres obras en un mismo año que se incluyeron en la lista ‘Mejores Libros para Niños y Alfabetización Familiar’. La autora, natural de Chicago y madre de tres hijos, escribió además cuatro libros para adultos, entre ellos ‘Enciclopedia de una vida ordinaria’.
La carta publicada por Rosenthal
Llevo un tiempo intentando escribir esto, pero la morfina y la falta de hamburguesas jugosas (creo que ya van cinco semanas sin comida de verdad) me han dejado sin energía y han interferido con lo que me queda de capacidad de prosa. Además, las siestas que me pegan a la mitad de escribir alguna oración claramente no han permitido que trabaje tan rápido como me gustaría hacerlo. Aunque, hay que admitirlo, también me dan algo de diversión psicodélica.
Pero tengo que terminarlo ya porque tengo una fecha límite, una muy cercana. Necesito decirlo, y hacerlo bien, mientras tengo tu atención y todavía tengo un pulso.
He estado casada con el hombre más maravilloso durante 26 años. Planeaba que fueran al menos 26 años más.
¿Quieren oír un chiste morboso? Una pareja casada llega a la sala de emergencias el 5 de septiembre de 2015. Unas horas y varios estudios después, el doctor les indica que el dolor inusual que siente la esposa en su costado derecho no es apendicitis, como pensaban, sino cáncer de ovario.
La pareja regresa a casa el 6 de septiembre, y descubre en medio de la conmoción que ese día que supieron lo que se avecina también es el día en el que empiezan su vida como aves de un nido vacío. La menor de sus hijos acaba de irse a la universidad.
Y tantos planes se desvanecen.
Ya no habría viaje con mi esposo y mis padres a Sudáfrica. Ya no hay razón para buscar la beca de Harvard Loeb, ni para hacer ese viaje soñado por Asia con mi madre. Para qué pensar en intercambios laborales en India, Vancouver o Yakarta.
No es coincidencia que las palabras cáncer y cancelar son tan similares.
Adoptamos entonces el plan alterno, que apodamos “ser”, para vivir el presente. Para el futuro, quiero presentarles al protagonista de este artículo, Jason Brian Rosenthal.
Es fácil enamorarse de él. A mí me tomó un día.
Déjenme explicar: el mejor amigo de la infancia mi padre, el “tío” John, me conocía tanto a mí como a Jason desde que somos pequeños, aunque por separado, por lo que nunca nos habíamos encontrado. Fui a la universidad en la Costa Este estadounidense y luego me mudé a California. Cuando regresé a Chicago, John –quien pensaba que Jason y yo éramos perfectos el uno para el otro– organizó una cita a ciegas.
Era 1989 y solo teníamos 24 años. Tenía exactamente cero expectativas de que la cita sería provechosa. Pero cuando tocó a la puerta de mi pequeña casa, pensé: “Oh, no, esta persona es muy simpática”.
Para cuando acabamos de cenar, me quería casar con él. Jason llegó a la misma conclusión, un año después.
Nunca he estado en Tinder, eHarmony ni nada así, pero voy a crear un perfil general de Jason, hecho a partir de mi experiencia con él tras 9490 días de vivir en la misma casa.
Empecemos por lo básico: mide 1,78 metros, pesa 72 kilos, tiene ojos color avellana y cabello entrecano.
Ahora va una lista de sus atributos, en ningún orden en particular, porque todos me parecen importantes:
Se viste bien. Nuestros hijos —que son adultos jóvenes—, Justin y Miles, a veces le piden prestada su ropa. Los que lo conocen o quienes llegan a avistar el espacio entre sus pantalones de vestir y sus zapatos saben que tiene un don para usar calcetas fabulosas. Está en forma y disfruta de ejercitarse.
Si nuestro hogar hablara, agregaría que Jason es asombrosamente habilidoso. Cuando se trata de comida… ¡wow, este hombre sabe cocinar! Después de un largo día no hay mayor regocijo que verlo cruzar la puerta con una bolsa del supermercado en las manos y me vuelve a conquistar con un aperitivo de aceitunas y algún queso que consiguió, en lo que cocina una cena.
A Jason le encanta escuchar música en vivo: es lo que más nos gusta hacer juntos. También debería de añadir que nuestra hija de 19 años, Paris, prefiere ir a un concierto con él que con cualquier otra persona.
Cuando escribía mi primer libro de memorias, mi editora dibujaba círculos en varias secciones sobre las cuales quería que elaborara. Decía: “Quiero saber más sobre este personaje”.
Estoy de acuerdo, claro, era un personaje cautivador. Pero podría haber dicho solamente: “Jason. Escribe más sobre Jason”.
Es un gran padre. Pregúntenle a quien sea. ¿Ven a esa persona en la esquina? Pregúntenle a ella, sabrá responder. Jason es compasivo… y puede voltear los panqueques en el aire.
Jason pinta. Amo sus obras. Lo llamaría un artista excepto que tiene una maestría en Derecho, lo que significa que está en su oficina de 9:00 a 17:00 la mayoría de los días. O, al menos, ahí estaba antes de que me enfermara.
Si buscas a un acompañante de viajes de ensueño y con un espíritu entusiasta, Jason es ideal. También le gustan las baratijas pequeñas: cucharas para degustación, frasquitos o una escultura miniatura de una pareja sentada en una banca, que me regaló como un recordatorio de cómo empezó nuestra familia.
Ese es el tipo de hombre que es Jason: llegó al ultrasonido de nuestro primer embarazo con flores. Es el tipo de hombre que, ya que siempre se despierta temprano, me sorprende los domingos en la mañana al hacer caritas felices con algo que se encuentre cerca de la cafetera: una cuchara, una taza, un plátano.
Es el tipo de hombre que sale de alguna tienda de autoservicio o gasolinera y dice: “Dame la palma de tu mano” y, voilà, aparece una bola de chicle colorida. (Ya sabe que me encantan todos los sabores excepto el blanco).
Supongo que ya saben suficiente sobre él como para darle “sí” a su perfil.
Esperen. ¿Ya mencioné que es increíblemente guapo? Voy a extrañar ver su cara.
Si todo les suena a que es un príncipe y nuestra relación es salida de un cuento de hadas, no están muy equivocados, con excepción de todas las posibles peleas pequeñas que surgen cuando vives con alguien durante dos décadas y media. Ah, y excepto esa parte de la historia en la que me dio cáncer. ¡Puaj!
En mi libro de memorias más reciente (que escribí antes de que me diagnosticaran), invité a los lectores a enviar sugerencias para que nos hiciéramos el mismo tatuaje, con la idea de que el autor y el lector estarían así unidos por medio de la tinta.
Lo dije muy en serio y pedí que los lectores se lo tomaran en serio también. Llegaron cientos de propuestas. Unas semanas después de haber publicado el libro, en agosto, una bibliotecaria de 62 años de Milwaukee llamada Paulette envió su sugerencia:
La palabra “más”. En uno de los ensayos del libro mencionaba que esa fue la primera palabra que dije (lo cual es verdad). Y, ahora, puede que sea la última (solo el tiempo lo dirá).
En septiembre, invité a Paulette a que se reuniera conmigo en un estudio de tatuajes de Chicago. Ella se lo hizo (era su primero) en la muñeca izquierda y yo me hice el mío en el antebrazo izquierdo, con la caligrafía de mi hija. Es mi segundo tatuaje; el primero es una “J” que he tenido en el tobillo desde hace 25 años. Probablemente pueden adivinar a qué se refiere. Jason también tiene uno, pero con más letras: “AKR”.
Quiero tener más tiempo con Jason. Quiero tener más tiempo con mis hijos. Quiero tener más tiempo para disfrutar de unos martinis los jueves en la noche en el Green Mill Jazz Club. Pero eso no va a suceder. Probablemente, solo me quedan algunos días como persona en este planeta. Entonces ¿por qué hago esto?
Terminé de escribir esto en el Día de San Valentín, y el regalo más genuino (que no sea un jarrón miniatura) que puedo esperar darle es que la persona apropiada lea esto, busque a Jason y empiece otra historia de amor.
Así que dejaré este espacio en blanco a propósito, para que tú y él podáis tener el nuevo comienzo que merecen.
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