Opinión

¡Yo también soy australiano! Crónica de la pobreza en Río

La última vez que vine a Brasil faltaban todavía tres meses para la inauguración de los juegos de Río y la ciudad se encontraba en un estado lamentable. Las bonitas playas rodeadas de obras y de una sensación general de calamidad y pesimismo. La situación era tan tremenda que decían que se podría ocasionar “el colapso total de la seguridad pública, el sistema de salud, la gestión educativa, el manejo de la movilidad y del ambiente”. La población, rehén de un Gobierno que podía racionar los servicios públicos esenciales. El gobierno federal podría otorgarle fondos de emergencia al Estado. ¡Una situación lamentable nunca vista a la vigilia de unos Juegos Olímpicos!

Falta un día para el gran evento y la ciudad del Corcobado sigue estando en obras, con ladrillos y tuberías por todas partes, como si los Juegos se inauguraran en dos años. Lo más curioso es que los transeúntes, preocupados más de su día a día que de las gestas atléticas, miran el caos con serena resignación. Resulta difícil distinguir las obras para los Juegos y las que, en cambio, se están realizando para reestructurar una ciudad siempre imperfecta y que vive en un «working in progress» eterno.

A la amenaza del terrorismo yihadista se añaden los tradicionales problemas de seguridad. Según los informes locales, hay batallas territoriales constantes entre los cárteles de la droga en, por lo menos, 20 barrios de Río. Hace 8 años, el Gobierno estableció las Unidades de Policía Pacificadora, fuerzas armadas que pretendían quitarle el control de las favelas a los grupos criminales. Sin embargo, parece que las unidades empeoraron la guerra en lugar de terminarla. En lo que va del año han sido asesinados 43 policías en el estado y, por lo menos, 238 civiles han muerto en enfrentamientos con la Policía. ¡Historias de violencia en una ciudad que ya no hace caso a la sangre que mancha sus calles y playas!

Todos piensan que la violencia se puede incrementar en los Juegos y se han desplegado 85.000 efectivos, más del doble de los que se tuvieron en Londres 2012. Los turistas que llegarán a Río deberán estar preocupadas por lo fácil que es meterse accidentalmente en un área peligrosa por la falta de señalizaciones en las calles y el transporte. Meses después, el Estado comenzó a retrasar los salarios de funcionarios públicos y los cheques de pensiones. Los maestros están en huelga y los estudiantes ocupan decenas de escuelas en protesta. El estado debe 21 mil millones de dólares al gobierno federal de Brasil y 10 mil millones a instituciones de la banca pública y prestamistas internacionales.

Por no hablar del miedo al Zika. Algunos atletas han renunciado a los juegos por miedo al temido insecto y sus picaduras. El Gobierno quiere reducir el pánico al virus transmitido por los mosquitos y dice que ya están listas todas las medidas preventivas. En Brasil, la gente considera ridícula esta preocupación. En primer lugar, en agosto es pleno invierno; el clima es más seco y fresco, con menos mosquitos. Y, vamos a ser honesto, en Brasil conviven desde hace muchos años con esta lacra y nunca ha habido ningún tipo de clamor ciudadano hasta que la OMS no ha lanzado el grito de alarma mundial. En Río y en todo el país hay otros problemas de salud que preocupan mucho más. También la violencia. No hay sensación de pánico por tener obras inacabadas y, por lo menos, nadie ha pedido dinero al COI amenazando, como ocurrió en Grecia en 2004, con no celebrar los Juegos a un año vista. Quizá, como suele suceder en Brasil, todo saldrá bien y los juegos serán un éxito.

Instalaciones precarias

El otro día, mientras llegaban ya los equipos de muchos países a sus respectivas sedes olímpicas, los medios de comunicación se hacían eco de muchas quejas. Habitaciones sin agua calientes, casas sin luz, cables por todos los lados y una sensación general de chapuza inaceptable. Imágenes de atletas enfadados se sucedían en las pantallas acompañadas por otras más típicas de una ciudad siempre soleada y con ganas de fiesta, incluso en este invierno especialmente frío y seco. Sin embargo, la imagen que más me ha gustado, y que más refleja la idiosincrasia de un país que es promesa eterna de éxitos económicos y paridad social, es la de un enorme grupo de habitantes de una favela que con banderas de Australia han reivindicado una mejora en sus favelas al grito de: ¡Yo también soy australiano! Sí, porque el Gobierno ha solucionado de inmediato los problemas de luz y agua de la federación australiana. Sin embargo nadie se preocupa del día a día de muchos miles de habitantes que viven en la más absoluta pobreza.

Todos los proyectos que se han hecho para los Juegos tienen algo en común: los ciudadanos no han podido decidir nada. Ahora, el Gobierno usa los Juegos como pretexto para acelerar ciertos proyectos de desarrollo, la mayoría no prioritarios para la gente. El alcalde bromeó al respecto en una entrevista de 2012: “El pretexto de los Juegos Olímpicos es buenísimo, tengo que usarlo de excusa para todo”, dijo. “Ahora, todo lo que tenga que hacer será por los Juegos Olímpicos. Puede que algunas cosas tengan relación, pero otras no la tendrán en absoluto”. Se pronostica que las Olimpiadas costarán 12 mil millones de dólares; más del 40% de eso saldrá del erario; el resto, de prestamistas independientes. Dos de los triunfadores más grandes de Río 2016 serán los contratistas y los propietarios de tierras. Perdedores serán, como siempre, la personas. Las obras no están pensadas para ellos.

Éstos, como otros, serán los Juegos de la corrupción. La gente en Río no siente suyo el evento y no están emocionados por tener durante 15 días la llama olímpica en sus calles. Pero el COI no está preocupado, al final, en esta ocasión como en las demás, los intereses económicos y los lobbies de poder de Lausanne habrán hecho su agosto y a los ciudadanos que le den. Seguro que ninguno de los dirigentes del COI se paseará por las calles de las favelas para sentir los olores reales de esta ciudad, para cruzarse con los problemas del día a día. En su afán por colgar las medallas más prestigiosas no se acordarán que probablemente Lula acabe en la cárcel, víctima de sus chanchullos, y Dilma Roussef despedida de un Parlamento que no la quiere. Nadie se preocupará del dinero corrupto que ha hecho posible otra olimpiada de sangre y corrupción en un país donde más del 50% de los diputados están imputados. Pero que nadie se preocupe, la samba y el calor en Río será más protagonistas que nunca. Nosotros seguiremos viajando a este maravilloso país pensando que, algún día será de verdad, uno de los grandes países de la economía mundial lo será también para sus ciudadanos.