Voladura del Estado: el cupo catalán
Mientras los más que presuntamente corruptos Ábalos, Cerdán, Koldo y los que vengan amenazan al jefe de todos ellos (Pedro Sánchez) con tirar de la manta y siempre se quedan a medias, están ocurriendo cosas muy serias y graves en España que amenazan la continuidad de la nación.
El acuerdo entre los republicanos independentistas catalanes y el Gobierno Sánchez para ceder la soberanía fiscal a Cataluña es uno de los puntos de no retorno. Como dijo un infumable charnego recientemente, «hay que sacar lo máximo posible antes de que todo se vaya al carajo». Y en eso están. La cesión a un territorio de 28.000 kilómetros cuadrados (frente al medio millón del conjunto de España) de la capacidad para recaudar los impuestos no puede significar otra cosa que el establecimiento de un miniestado y la quiebra de la unidad nacional sin pronunciamientos políticos. Es la consumación de un golpe de Estado en toda regla, se mire por donde se quiera.
Y todo ello se va a producir por aquellos golpistas de antaño, luego indultados y amnistiados, que han encontrado en el jefe del Gobierno de España al personaje traidorzuelo y loco que es capaz de poner al Estado en almoneda a cambio de continuar cuatro telediarios más en el Palacio de la Moncloa. Son tan falsos unos y otros que la Historia será hasta cruel con esos personajes de pacotilla que llegaron al poder de la nación gracias al pasotismo y desinterés de una sociedad que padece serias enfermedades de memoria.
El columnista es, al parecer, de los pocos que creen en la fortaleza del Estado y en la pervivencia de la nación española. Casi todos los territorios se han alzado en masa para denunciar la traición del maridito de Begoña, justamente, cuando hemos sabido que los inicios de su rutilante carrera política se financió con dinero proveniente de prostíbulos y saunas gays.
Del egoísmo del nacionalismo irredento vasco se ha dicho y escrito casi todo. Pradales e Illa andan haciendo el ridículo por Europa tratando que se reconozcan sus lenguas mientras esos dos lendakaris de medio pelo tienen que recurrir a la lengua común española para entenderse entre ellos.
El patetismo se suma al patetismo.
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