Opinión

Los ultras del colegio La Salle

Como dijo el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, «un radical es alguien con los pies firmemente plantados en el aire». Un ultra es alguien inamovible de sus planteamientos extremos y radicales, que es capaz de cualquier cosa para no tener que ceder ni lo más mínimo en aquello que considera vital para él. Habitualmente calificamos a alguien de ultra o de radical con una connotación negativa, cuando consideramos que sus planteamientos extremos están equivocados, lo cual resultará en la mayoría de los casos una valoración subjetiva. Un ultra defensor de la vida entiende que los proabortistas son asesinos ultra inhumanos y estos a vez verán a los primeros como peligrosos extremistas morales o religiosos. Pero en el caso del suceso ocurrido con la bandera de España en el colegio La Salle de Palma podemos hacer una aproximación objetiva de los hechos que se conocen, para así identificar a la parte que ha actuado de manera extrema en este conflicto.

Por un lado, tenemos a unos adultos investidos del poder que les concede su posición de autoridad, como son la profesora de catalán y el equipo directivo de un centro concertado de enseñanza. Por el otro, tenemos a un grupo de 30 alumnos menores de edad que, de forma unánime, se han enfrentado a esa autoridad y han sido castigados por ello. Tanto en el comunicado emitido por el centro, como en las declaraciones de los padres de esos niños comprobamos que los alumnos tenían autorización para poner la bandera de España en el tablón de corcho del aula, en apoyo a la selección nacional de fútbol. Esto nadie lo discute. Tampoco hay discrepancias acerca de que Margalida Cunill, profesora de catalán del colegio La Salle de Palma, así como otros profesores del claustro, habían expresado a los alumnos su malestar por tener que dar clase con una bandera de España en el aula.

Para intentar solventar este malestar, el tutor de ese grupo añadió a la bandera, un cartel en el que escribió la leyenda «Vamos, Selección», para dejar claro que su interés no era político sino estrictamente deportivo. De esta forma queda también claro que el malestar que la bandera de España provoca en la profesora de catalán no es de carácter deportivo, sino exclusivamente político. Pero ni siquiera este cartel de apoyo expreso a la selección de fútbol sirvió para calmar el malestar de esta profesora quien, sintiéndose incapaz de llevar a cabo su trabajo delante de la bandera, ordenó que se quitara, a lo que la clase entera «actuando como grupo» se negó, dado que tenían el permiso de una instancia superior a ella, cosa que ni siquiera la dirección del centro ha negado.

Se producen, por tanto, dos insubordinaciones, pero el centro sólo habla de una de ellas; la de los alumnos que se enfrentan a la profesora de catalán y son expulsados como consecuencia de su desobediencia. Nada se nos dice acerca de la insubordinación de Margalida Cunill, la profesora de catalán que se niega a cumplir la decisión del tutor de esa clase, de la jefatura de estudios y del claustro de profesores que habían autorizado a los niños para colocar ahí su bandera. Es la insubordinación de esa profesora la que provoca que los menores no tengan más remedio de enfrentarse a ella para hacer valer sus derechos. Derechos que, por otro lado, no deberían precisar de ninguna autorización para ejercerse, puesto que están recogidos en nuestra Constitución, norma suprema del ordenamiento jurídico español, a la que están sujetos todos los poderes públicos y ciudadanos de España, incluidos los profesores de catalán de Palma.

Tanto la profesora de catalán que echó del colegio a los niños, como la dirección del centro, que los acusó injustamente de alterar la convivencia, escondiendo y amparando la insubordinación llevada a cabo por la profesora, son ultras en el peor sentido del término. Margalida Cunill es una supremacista ultranacionalista a la que provocan malestar los símbolos de la soberanía nacional, que llama «trapo» a la bandera española y que no consiente que le hablen en español. Y la dirección del centro es, cuando menos, un grupo de profesores ultracorporativos, que defienden las injusticias cometidas por uno de los suyos de manera radical e injusta. Todos ellos deberían ser apartados de la docencia de forma inmediata.