Opinión

Todo lo que siempre quisiste saber de la flotilla

  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

¿Qué ganan los viajeros-activistas? No han roto el bloqueo, pero vuelven rebosantes de visibilidad: sus nombres rebotan por tertulias, titulares, podcasts e hilos de Twitter. De ser militantes desconocidos o influencers nicho, pasan a trending topic global, el gran jackpot del activismo contemporáneo: proyección y miles de nuevos seguidores sedientos de identidad. El viaje les sirve de trampolín para futuros curros remunerados: abren puertas en ONG y think-tanks afines y se revalorizan en la bolsa del Club de la bondad mundial; como tener un máster valoradísimo en causas nobles y en el arte de dar entrevistas indignadas, rédito que se traduce en campañas financiadas, más colaboraciones y monetización: testimonios exclusivos, documentales y directos que disparan likes, engagement y visitas. Las redes sociales echan humo, y los patrocinadores —y las donaciones, y las marcas de hummus— no son ajenos a semejante exposición.

Se llevan para casa el aura de mártires modernos, la mística del «yo estuve allí» y el pasaporte diplomático para la próxima. En el s. XXI el verdadero éxito y el objetivo de todas estas gentes es ser viral.

¿Y a cuánto sale el selfi con fondo de bloqueo? Precio medio por barco: entre 150.000 € y 285.000 €. Dicen que además cada activista paga unos 1.000. Las ONG y fundaciones pro-palestinas aportan el resto.

¿Hay categoría de #SolidaridadPremium? ¿Influencers primero en la fila para el wifi… O para ser deportados? Desde luego. Priman followers, no medallas. Las ONG despliegan la alfombra roja social: si traes más de cien mil “k”, tienes camarote twin y doble ración de kale. El algoritmo lo decide todo, como la vida misma.

¿Cómo se hace uno activista propalestina? ¿Quién decide quién sube a bordo y quién no? Las ONG, sus padrinos políticos y la relevancia digital. Aunque es más fácil conseguir plaza en la flotilla que una cita en la sanidad pública.

¿Hay yates de lujo o son embarcaciones inestables e incómodas? La variedad es exquisita: desde viejos pesqueros en busca de drama hasta el «Alma», narco-yate reciclado para Colau y Greta (y mejor amueblado que la casa de muchos diputados), con jacuzzi y cocina industrial. La épica y el lujo pueden ir de la mano si tienes buena agenda de contactos municipalistas.

¿Por qué Greta siempre pone cara de haber perdido el autobús? Al parecer a su alrededor había demasiada frivolidad, cantos, risas alegría, juventud, vitalidad, hedonismo, frescura… Ella es más decorosa.

¿Cuántos barcos de la flotilla han conseguido entregar ayuda en 15 años?
Cero. El historial de éxito es tan consistente como el bloqueo.

¿Quién se queda al cuidado de los seis niños de la influencer Ana Alcalde AKA «Barbie Gaza»? Su marido, Amin, por el que la activista abrazó el Islam (me extrañaría pero sería lo suyo), las abuelas y la logística extendida de toda buena familia sureña numerosa, supongo. La maternidad, coordinada por WhatsApp y TikTok, ya es un clásico contemporáneo.

¿Por qué no se invierte ese dineral que ha costado en hospitales o comida sobre el terreno, ayuda directa y efectiva? Porque eso no es chulísimo ni te da relevancia social, ni se convierte en dinero para los activistas. La épica necesita barcos, y reels, no facturas de harina para que coman los niños de Gaza.

¿Hubo negociación seria con Israel? Sí, pero solo sobre qué filtros usar en la foto de la deportación.

¿Se puede ser heroico y viral a la vez? La respuesta es Ana Alcalde, que se ha llevado la merecidísima medalla al ego revolucionario, la trending de la épica femenina con eyeliner y el récord de stories con morritos (es la mejor concursante, ahora a Supervivientes) por metro cúbico de cabina.

Se acabó ¿Qué pasa ahora? Deportación exprés, charter pagado por Israel, postureo narcisístico, llanto y más postureo en Barajas y Reels desde la cola de aduanas. Y la certeza de que Gaza seguirá igual.

¿Es útil para los demás esta loca flotilla que no termina de entregar ayuda nunca? En términos humanitarios, no: apenas un par de embarcaciones consiguieron llegar a puerto en 2008; desde entonces, todas han sido interceptadas y la ayuda confiscada. Gaza necesita centenares de camiones diarios para sobrevivir, y lo que se carga en un barco activista no pasa de lo simbólico. Sin embargo, el valor político y mediático existe: la flotilla internacionaliza, genera titulares, mantiene la cuestión palestina en la agenda pública y alimenta campañas diplomáticas. Para Israel es incómoda y eso es bueno; para Gaza, apenas supone un eco. Para el resto del mundo, humor involuntario.