Los sanchos del sanchismo

Me refiero a los escuderos mediáticos del gobierno ahora que aplaudir ya no cotiza. La natación sincronizada se convirtió en chapoteo. El relato se hunde, ¿quién se lanza al agua?
Los llamaba Carlos Herrera —hace ya unos cuantos veranos de propaganda y favores cruzados— «el equipo de opinión sincronizada de Pedro Sánchez». Un escuadrón de tertulianos, columnistas, presentadores y opinadores profesionales que ejecutaban con gracia olímpica las coreografías dictadas desde Moncloa. Brazada a la derecha, giro a la izquierda, aguantar la respiración eventualmente. La SER, RTVE, El País, La Sexta, la intelectualidad institucionalizada.
No hacían periodismo, hacían coreografía. Fueron la verdadera estructura del poder: los que señalaban a los críticos como pseudomedios, los que convertían la propaganda en análisis, los que confundían convicción con contrato.
Hoy por hoy se convirtió en una vitrina del relato presidencial. El País marcaba la agenda como editorialista de cabecera. RTVE tejía silencios, no preguntas. Ferreras convertía cada escándalo en una oportunidad para repetir eslóganes de Moncloa, con dramatismo de prime time. Lo hacían bonito. Sin una salpicadura. Giraban en el agua cuando tocaba, cuando olía a Gürtel ajena. Sonreían bajo el agua, como si fuera una democracia saludable.
Pero el agua ha cambiado. Ya no es piscina olímpica: es charca. Y flotan ahora nóminas, cátedras, másteres exprés, esposas colocadas, amantes en plantilla, suegros de sauna. No hay música, ni luces, ni aplausos. Solo barro. Solo sumarios. Torpe chapoteo. Y es ahí, justo ahí, donde dejan de parecer nadadores… y empiezan a parecer escuderos. Porque cuando el poder deja de dar aplausos, solo quedan los que están por fe. Cuando se cae el Quijote, ¿Sancho duda?
¿Serán como Sancho Panza? Sancho se fue con Don Quijote por interés. Creía en las ínsulas, en los castillos, en los nombramientos. Pero a mitad de camino, se dio cuenta de que su señor estaba loco. Que no habría recompensas, solo manteos, palizas y polvo. Y aun así no lo abandonó. Le quiso. Le entendió. Y decidió seguirle hasta el final. No por lo que iba a recibir, sino por lo que eran juntos. Por ese vínculo raro entre la locura y la lealtad.
¿Harán lo mismo estos periodistas? ¿Los que nos llamaban pseudomedios? ¿O lo dejarán solo ahora que ya no puede elevarles, sino arrastrarles al fondo de la ciénaga?
Silvia Intxaurrondo es denunciada internamente, con un contrato de falso autónomo y más de medio millón de euros anuales. Àngels Barceló ya no modula el relato: lo acompaña en silencio. Una Sancho Panza de las ondas: sabe que el Quijote está desnortado, pero aún no se baja del burro. Antonio García Ferreras, antaño tambor de Moncloa, ahora redobla con cautela, como quien ensaya la crítica por si hay cambio de gobierno. Jordi Évole no se esconde: ha dicho que volvería a pedir una calle para Santos Cerdán. Literal. Inés Hernand gritó «¡presi, te queremos!», en los Goya.
Alan Barroso, influencer de línea editorial disciplinada, editorializaba para Moncloa desde TikTok con más fervor que los ministros.
Nos llamaron pseudomedios. Nos acusaron de bulos, de odio, de intoxicación. Mientras ellos cobraban por girar la cámara hacia donde convenía, por ignorar las nóminas, las saunas, las esposas sin mérito y las amantes con 14 pagas. Mientras repetían como oráculos el relato del poder, sin una sola pregunta incómoda.
Hoy el poder ya no les sirve. Y es el momento de saber si todo aquello era convicción o tarifa plana. Si estaban enamorados de la verdad o solo subidos al Falcon. Si eran Sanchos… o simples freelancers del relato.
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