Opinión

Sánchez: el tiro por la culata

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Si para algo han servido los bochornosos episodios de Madrid, Murcia y Castilla y  León son para que el país enero haya comprobado que los artificieros de la Moncloa no son tan listos como han venido apareciendo. Hasta ahora, los glosadores de Pedro Sánchez venían asegurando algo al parecer incontrovertible: la enorme habilidad del individuo mencionado y de su equipo, al frente del cual naturalmente el gurucillo Redondo, para urdir maniobras con vocación de triunfo final. Desde aquella trapisonda doméstica en la Sánchez perdió pero terminó doblegando a sus propios conmilitones del partido, a su gloriosa moción de censura contra Rajoy que finalizó sorprendentemente con los huesos de éste fuera de La Moncloa, y terminando con su asociación abyecta con el comunismo radical, todo parecía salirle bien al ocupante de la Presidencia, y no importa que la ocupación se pueda escribir con “k”. Todo hasta ahora mismo.

Cronológicamente, todo empezó cuando con su asalto a Cataluña enviando allí como candidato al peor ministro de Sanidad del mundo mundial, se quedara en agua de borraja, de manera que es muy sencillo que este mismo viernes la peor piara separatista del antiguo Principado se haga con la Generalidad, y lo haga dejando al depauperado e inane Illa con la miel en los labios. Una gobernación que le atribuía, sin expresar la mínima duda, el Centro de Investigaciones Socialistas (antes Sociológicas) del simpar Tezanos. Tras el fiasco, Sánchez y Redondo dictaminaron balón a seguir, y en ese mismo momento planearon una operación para desalojar de los gobiernos regionales al Partido Popular. Necesitaban un cómplice para esa malsana operación y lo encontraron sin problema alguno, antes bien con entusiasmo, en la agónica líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, una política cuyas decisiones se cuentan por fracasos. Ésta no se sabe por qué (quizá tampoco lo sepa ella) se compinchó con La Moncloa porque allí en. reuniones secretas de las que se va sabiendo casi todo, le convencieron de que iba a conquistar el Edén. “Madrid, Murcia y Castilla y León van a ser nuestros”. Era un abrazo de oso que Arrimadas, en su torpe desenvolvimiento, se creyó a pies juntillas.

Ahora se ha quedado sin pan y sin tajadas. Han deshilachado los restos de Ciudadanos hasta postrarlos en la indigencia política, se han  jugado su práctica desaparición en la Comunidad de Madrid, y su aparatoso liderazgo de primeras nupcias está ya sumido en la inexistencia. ¡Vaya pan para estas tortas! Ahora sus presuntos cómplices de La Moncloa le están poniendo los cuernos y están filtrando que “lo que ha pasado es que Arrimadas no controla su partido”. Cínicos: a Sánchez y Redondo la señora Arrimadas les ha traído exactamente por una higa. Le utilizaron solamente para arrear un estacazo al PP, y sobre todo, a Isabel Díaz Ayuso quien, según dictan informadores muy cercanos al presidente del Gobierno: “Hace vomitar a Sánchez cada vez que le hablan de ella”.

Arrimadas se va y Sánchez se queda. Permanece pero al precio de comprobar que su sabiduría, trufada de embelecos electorales, se ha pegado un morrazo en las tres regiones citadas, un fracaso para contarlo en las crónicas. Ahora, cada vez que Redondo, un mercenario detestable, salga a prever lo que va a ocurrir en el país porque él y su gente ya lo han pergeñado así, la mayoría de los españoles les van a hacer un pedorreta sonora que se va a escuchar hasta en el más recóndito pueblo de nuestra España. Nunca fueron creíbles: ahora son unos trileros de la profecía a los que ya casi nadie (menos aún en el PSOE donde se les odia) les tiene el mínimo aprecio profesional.

Lo malo es que, según se dice popularmente: “Cuando se comete un error, se comete hasta el final”. ¿Qué significa ello? Pues que los perdedores de este envite seguirán, erre que erre, imaginando ardides para acabar con los enemigos, que así consideran ellos a a sus rivales políticos. Ya escribimos en una anterior crónica que son capaces de todo, porque no son gente de aceptar una derrota, como en el himno del Real Madrid y “dar la mano”. Es tal su capacidad para inventar una maléfica respuesta, que las mentes más dignas de este país no aciertan a adivinar por dónde van a tirar éstos perdularios. Desde luego van a plantear una campaña guerracivilista en Madrid  donde el portavoz y promotor no va a ser este Gabilondo, cogido por los pelos, que se presenta como “serio” y formal”. No; ellos van a dejar que su todavía vicepresidente, Pablo Iglesias, rearme a toda la ralea que tiene por objetivo convertir a España en una sucursal de Maduro. Van contar con la diarrea retórica de Iglesias para intentar la provocación a Ayuso. Esta es la estrategia. Ya hay anunciados dos debates donde se ha programado un duelo en el barro con Ayuso para que ésta pierda los nervios y vaya más allá aún del “comunismo o libertad”. Así están las cosas.

Y regreso al principio. De la maraña barriobajera que ha sido visible en España y, tras los rifirrafes regionales, solo ha quedado una buena noticia: la de que los truhanes que hasta ayer perpetraban sus iniciativas y las pregonaban como triunfos memorables y que se han quedado en las raspas. El baño recibido ha sido de época. Ya no son invencibles, ya sus maldades han quedado para el libreto de una opereta bufa. Solo por esto hay que dar las gracias a este par de pícaros por haber demostrado que son perfectamente prescindibles, que son aves de un agüero pésimo quizá ya con los días contados fuera de los jardines de La Moncloa que vienen ocupando. “Okupando” más propiamente.