Opinión

Sánchez puede dar un golpe de Estado

La RAE define el golpe de Estado como una «actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes». Pero claro, el diccionario de la Real Academia Española incluye desde hace siglos términos como sicofanta para definir a un impostor, o majagranzas para calificar al hombre pesado y necio; pero otros como conspiranoico o monodosis no se han aceptado hasta el año pasado. Todos conocemos ejemplos de golpes de Estado que en el siglo XX se dieron sin violencia ni fuerzas militares, como por ejemplo los de Hitler, tras las elecciones alemanas de 1932 y 1933; o Hugo Chávez, después de ganar las elecciones presidenciales de Venezuela de 1998, dejando luego como heredero de la dictadura venezolana a Nicolás Maduro, que también finge celebrar elecciones.

Hitler, Chávez y Maduro demostraron que los golpes de Estado pueden darse desde dentro de las instituciones y su ejemplo se siguió ya en el siglo XXI en otros países como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, etc. En los nuevos golpes de Estado, los dictadores llegan al gobierno tras ganar unas elecciones más o menos democráticas y, una vez que controlan los mecanismos del poder, comienzan a demoler las instituciones democráticas desde dentro, apoyados por un sector fanatizado y subvencionado de la sociedad civil y de unos medios de comunicación comprados con dinero público. Así, aparentando en todo momento cumplir la legalidad vigente, se controla el poder judicial anulando su independencia, y se van limitando uno tras otro todos los derechos fundamentales de la ciudadanía, empezando por la libertad de expresión y terminando por perpetuarse en el poder, impidiendo la alternancia y la pluralidad política, o sea, la democracia.

La excusa de Hitler para las leyes que pusieron fin a la separación de poderes y a todas las libertades públicas en la República de Weimar fue acusar a los comunistas de querer empezar una guerra civil en Alemania para ocupar el gobierno. Del mismo modo, Pedro Sánchez afirma que está obligado a amnistiar a los golpistas, como mañana dirá que no le queda más remedio que celebrar un referéndum de independencia, y al día siguiente querrá modificar la Constitución por la puerta de atrás, porque dice que tiene que frenar a la extrema derecha. Y llama extrema derecha a Vox igual que antes decía que lo era Ciudadanos y antes de eso acusaba al PP de lo mismo. Los que se niegan a aceptar que el PSOE va camino de dar un golpe de Estado son los mismos que afirman que en Venezuela y Cuba disfrutan de democracias ejemplares y rechazan que eso fue lo que hizo Puigdemont al declarar la independencia de Cataluña en 2017. Chusma fanatizada y opinadores comprados, unidos a tibios moderados que tienen miedo a enfrentarse a tan cruda realidad y, como hacen los niños, se tapan los ojos con las dos manos cuando tienen miedo.

Del mismo modo que nadie puede dudar que Sánchez consiguió en julio 122 diputados de forma legal y que también lo será que consiga superar su investidura apoyado en los votos de los etarras de Bildu y los golpistas de Junts y ERC, incumpliendo sus principales promesas electorales; podemos afirmar que será un presidente del Gobierno ilegítimo, porque lo que se ajusta a las leyes no es siempre lo justo, lo moral y lo razonable. Roza el fraude electoral conseguir el poder haciendo todo lo contrario de lo que se prometió antes de las elecciones, sobre todo cuando afecta a cuestiones trascendentales como la separación de poderes, la amnistía y la autodeterminación. Y es completamente inmoral pactar el Gobierno con el brazo político de la banda terrorista ETA y los separatistas que quieren romper España. De alguien que, por satisfacer su ambición de poder es capaz de caer tan bajo como ha hecho Sánchez es lógico pensar que, para perpetuarse en el cargo, será capaz de dar un golpe de Estado.