Sánchez y el cinco por ciento
¿Qué les había dicho? A Europa (abreviatura abusiva de la Unión Europea) le importa un rábano picante el latrocinio organizado en España por parte del Gobierno Sánchez.
«La responsabilidad principal de investigar las denuncias de corrupción recae en el Estado miembro en cuestión», señalaba Michael McGrath, comisario de Democracia, Justicia y Estado de derecho, añadiendo que consideraría «inapropiado» pronunciarse sobre investigaciones en marcha.
Ni que Sánchez fuera Viktor Orbán con su prohibición de que los chicos del Orgullo expongan sus partes pudendas ante los niños, que por ahí no pasan, y así nos distrae nuestra izquierda patria con su turismo solidario en Budapest.
Allí estaban todos ellos ampliando derechos como locos, y cuanto más amplios los derechos, más estrecha la bolsa del europeo. Nos lo anuncia, solemne, El País, lo más parecido al BOE con fotos: la Era de la Abundancia ha terminado. Más de uno y de dos en este país releerán perplejos el titular, preguntándose de qué abundancia habla este referente del periodismo inmaculado.
Y no es que el diario independiente de la mañana no lleve años preparándonos psicológicamente para la miseria, ya saben, todos esos positivos artículos sobre la alegría de compartir vivienda con extraños a los 50 años o renunciar al coche particular en favor de un transporte público que puede dejarnos horas bajo el sol inclemente de Castilla parados en un vagón de Renfe.
Que el fin de la abundancia decretado por El País coincida con la constatación pública de que nuestro gobierno, luego de colonizar todas las instituciones del Estado, lleva años rebañando lo poco que va quedado es, al parecer, irrelevante. Solo es significativo en un sentido, que el inefable Javier Cercas se encarga de señalar en el propio diario oficial: que tanto escándalo hace daño a la izquierda, vaya por Dios.
Pero las dos cosas -los escándalos de corrupción y el fin de la presunta abundancia- se unen en la última escenificación de Pedro Sánchez, su ridículo paripé en la última cumbre de la OTAN.
Nada que nos asombre desde España: al decir exactamente lo contrario de lo que hacía, Sánchez estaba siendo Sánchez, el pícaro que lleva tomándonos por idiotas -no sin alguna razón- desde hace años. Pero entre los socios europeos debió de asombrar ese presentarse como audaz David ante el Goliat americano, negándose a comprometer un 5% del presupuesto para gastos de Defensa, solo para firmar después el compromiso como un manso corderito.
Todos hemos visto el vídeo de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, aguantando apenas la risa floja mientras explicaba a los periodistas que Sánchez había firmado lo mismo que todos. Giorgia no podía entender lo que aquí ya hemos visto demasiadas veces: las declaraciones eran para consumo interno, tirar balones fueras y marear la perdiz, y la firma era de verdad.
Todo lo de verdad que va a ser ese bendito cinco por ciento, que no es mucho. El propio gobierno de la Meloni ya ha marcado como “gasto de Defensa” la construcción del faraónico puente que unirá Sicilia con la Italia continental.
En eso va a consistir el cinco por ciento, mayormente: en cambiar el etiquetado de los gastos en infraestructuras y clientelas varias y agruparlos bajo la categoría de inversión en Defensa. Pero eso es ya otra historia.
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