Opinión

Sánchez asesina a las selecciones nacionales

Inmersos como estamos en estos Juegos Olímpicos de la deconstrucción moral de Europa, atónitos, pero parados, ante el inmenso agravio que un imbécil provocador perpetró contra toda la civilización cristiana, contritos, las más de las veces, por los parcos resultados y la mala suerte que están obteniendo nuestros atletas, ha pasado desapercibido para el común de los mortales españoles el regalo abyecto que el todavía presidente del Gobierno, el psicópata (así lo creen los especialistas) Pedro Sánchez ha realizado a los bárbaros destructores de España, los separatistas de esa Esquerra agonizante con la que el susodicho se ha asegurado una temporada más en la Moncloa. Nadie parece haber caído en que, probablemente, estos Juegos de París, tan pobres en récords y tan largos en horteras manipulaciones, por demás lógicas en un país que todavía rige el macarra Macron, puedan ser los últimos a los que nuestra nación, la más antigua de Europa, esté concurriendo bajo una sola bandera.

Al igual que sucedió con la difunta Yugoslavia que en los cuatro años que dura una Olimpiada se descuartizó en qué sé yo cuántas enseñas diferentes, España, según lo pactado por el felón Sánchez con sus cómplices barreneros independentistas, se va a quedar sin, al menos, dos territorios deportivos: el catalán y el vasco. Con ambos ha pactado Sánchez su presencia exclusiva en las competiciones internacionales, de manera que en 2028 y en los Juegos de Los Angeles, ambos puedan presentar, segregadas, sus respectivas opciones deportivas. Como siempre, ha colado esta iniciativa embozada en otra aparentemente superior: la soberanía fiscal para los golfos herederos de Jordi Pujol. Así no se ha enterado casi nadie. Desde luego no lo han hecho los diarios deportivos cantarines de nuestros éxitos en vela pero incapaces de denunciar el hurto de Sánchez y sus secuaces.

Y es curioso: mientras el citado atracador mutilaba abruptamente nuestra representación, se encaramaba de nuevo el Falcón y viajaba a París a retratarse con los waterpolistas, algunos de los cuales no saben ni siquiera de quién se trata pues llevan años nadando fuera de nuestras piscinas hispanas. Y claro, exhibidor otra vez de su falso sentimentalismo, se apresuró el pasado domingo a condolerse en su Tok con la fatídica lesión de Carolina Marín, la adalid de una especialidad que en España sigue siendo, a pesar de ella, sumamente desconocida. Sánchez en su ufanía portuaria, se montó en el sentir nacional y escribió a Carolina sobre el lamento que ha gemido toda España por su lesión. Sánchez, bien es cierto, ha acudido poco a estos Juegos, quizá por dos razones: la más importante que, a lo peor para él, alguien en la delegación patria, le pudiera reprochar el atentado que ha ejecutado contra la unidad deportiva del país. Otro motivo es éste; Sánchez sabe que nuestros chavales y chavalas le guardan un afecto y un respeto descriptibles, algo que ya le mostró heroicamente el defensa del Real Madrid, Daniel Carvajal. Por eso ha estado enviando a la capital francesa a la ministra de la cosa, una señora de apellido Alegría que bien está apareciendo en los Juegos como una recogepelotas de tenis a la que nadie ha hecho menor caso.

Quizá parezca anécdota menor que nuestras selecciones, todas, se desgajen porque Cataluña y el País Vasco han logrado de Sánchez esta ominosa entrega. No es cosa tonta ésta o si no, ¿cómo se entiende que las mayores manifestaciones de patriotismo se fotografíen con los triunfos por ejemplo de nuestros futbolistas? ¿O no sucede que estas concentraciones son mucho más numerosas que las protestas partidistas? Una vez cada cinco o diez años España se vuelve literalmente loca con las victorias del fútbol, del baloncesto o del tenis; nuestra bandera ondea por doquier y hasta, como ha sucedido recientemente, la ocasión la pintan calva para reivindicar la españolidad de Gibraltar, algo que no le ocurre, ni por asomo, al ministro Albares, ¡poco tipo él para enfrentarse a la pérfida Albión!

Para que todos entremos en la cuestión: dentro de cuatro años en los siguientes Juegos, o antes en cualquier competición oficial organizada por las corruptas UEFA o FIFA, nos podemos encontrar a Lamine vestido con la estellada entre pantalón y camiseta, y a Nico Williams, que encima es de Pamplona, tapizado con el blanqui-verde-negro de la ikurriña. Dicho esto habrá que seguir buscando jugadores en Andalucía, eso sí, si antes los catalanes no nos la juegan y convierten a Gavi y Fabián, sevillanos de Los Palacios, en ciudadanos de las Ramblas.

Todo resulta un pillaje que Sánchez ha ejecutado, de rondón y con otra falsilla, pero que puede hacerse realidad en muy poco tiempo. Desde luego que este delicado asunto no sólo pertenece al negociado de los periódicos y radios deportivos, sino al ser mismo nacional. O denunciamos esta tragedia o esta banda de depredadores nos comen una vez más la merienda como vienen haciendo desde que el traidor de la Moncloa habita en este palacio. Dirán, porque ya se ha dicho tímidamente, que otros estados, como el Reino Unido, tienen diversas selecciones, Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda y eso no ha roto la unidad patria. Es una media mentira: son propietarios de selecciones exclusivas porque en fútbol fueron fundadores del consorcio europeo, no por otra razón. Ni en otros deportes: ¿O es que alguien recuerda a la potente selección de Escocia batiéndose el cobre con el equipo de Sergio Scariolo? No, porque no existe. Claro está -aquí radica el drama- que de la UEFA y de la FIFA se puede esperar cualquier desatino porque su único argumento funcional en esas asociaciones es el deambular del dinero. Así ha sucedido que ahora mismo Gibraltar tenga representación propia sin que la Federación Española haya movido un dedo de protesta. Sánchez no es que se haya avenido a despedazar teóricamente nuestras selecciones, es que ya lo ha hecho en un ambiente de absoluta opacidad y con la nula respuesta nacional. ¿No vamos a defender nuestro derecho grande a festejar juntos nuestros campeonatos? Pues no; Sánchez está a punto de impedir que una aligerada, mermada y esquilmada selección no pueda obtenerlos. Es también un robaperas del deporte. Lo ha asesinado.