Opinión

Roma y Bruselas, más cerca

1.479 kilómetros separan Roma de Bruselas. La distancia física, gracias a las voluntades de aproximación, se recorta. O Roma se acerca a Bruselas o es Bruselas la que se aproxima a Roma. Sea como fuere, Italia da un golpe magnífico en la Comisión Europea, o igual es que Ursula Von der Leyen, la flamante presidenta de la Comisión Europea, ha sabido actuar con maestría, colocando a un político moderado y con buenas credenciales, alejado de radicalismos, tocado con la sensatez, al frente de la cartera de economía.

La dupla económica formada por Paolo Gentiloni, en Bruselas, y Roberto Gualteiri, en Roma, es un giro de envergadura en el panorama europeo. Lo es porque Italia, durante los últimos meses ha sido una de las piedras en el zapato de Europa y cuando decimos de Europa de las dos Europas: la Unión Europea, aún de los 28, y la Zona Euro. Sus extremismos políticos se han convertido en serios quebraderos de cabeza para la cohesión europea. La velada amenaza de dejar el euro, de un lado, era esa intimidación de fondo que durante un tiempo arreciaba sobre el proyecto europeo, que no hay manera de que acabe de despegar con solvencia, y que tenía en el populismo italiano un altavoz.

La reiterada cantinela de incumplir los compromisos inherentes al Pacto de Estabilidad, constituían otro reto mayúsculo y una bofetada a Bruselas. Italia, en cuestiones de déficit, siempre pisa ese alambre cercano al 3% que marca el protocolo de déficit excesivo, y en asuntos de deuda, con una voluminosa deuda pública que año tras año se sitúa por encima del 130% de su producto interior bruto, sólo superada por la de Grecia, representa una bomba de relojería, agravada por la intrigante situación de la banca transalpina que permanentemente se halla en el punto de mira de las autoridades monetarias europeas por los temores a lo que pudiera ser una intoxicación financiera. Sin embargo, Italia, en sentido económico y financiero, es como impenetrable para Bruselas, hermética, como sus regiones del sur, apegada a sus tradiciones y europeísta hasta cierto punto, más de puertas afuera que de puertas adentro.

Europa vive un período convulso. Económicamente anémica, políticamente sin nervio y territorialmente en trance de descomposición. En Europa, a su vez, hay varias Europas: la del norte, territorio de halcones, austera y rigurosa; la del sur, más dada a la fiesta, al gasto y al carpe diem, terreno propicio para palomas; y otra, genuina y a su bola, algo consustancial a la idiosincrasia isleña: Reino Unido; ésa que se quiere salir, o no, porque ni ellos mismos saben exactamente adónde van ni qué quieren hacer, pero que en todo caso constituye un riesgo muy significativo para proseguir con la integridad de la anhelada construcción de la Europa unida sobre la que cada día que pasa van pesando más las dudas.

Del comisario Gentiloni, quien, como primer ministro italiano, no ha mucho, clamaba por la flexibilidad del gasto, dependerá el estricto control sobre las cuentas públicas de los estados miembros de la Unión Europea. Será el personaje del 3%, del 3% del tope de déficit público, llamando al orden a quien lo sobrepase. El papel de comisario económico es precisamente ése, el de ser y actuar de comisario, guardián del equilibrio de las cuentas públicas, actuando con rigurosidad ante desviaciones fiscales, leyendo la cartilla a los incumplidores y, a la postre, desempeñando un papel de malo de la película y siempre pensando en el bien de unas saneadas finanzas públicas. Empero, lo más relevante con la composición de las carteras de la incipiente Comisión Europea es que Italia deja de ser un problema para Europa…, un problema menos y de peso porque malhadadamente todavía quedan muchos interrogantes que resolver en la construcción de esa utópica Europa unida que no llega…, si es que llega algún día.