Renta mínima mortal
«Hola, soy del Gobierno y vengo a ayudar», eran, según se atribuye a Ronald Reagan, las palabras más peligrosas de la lengua inglesa. Cada vez que un bienintencionado Gobierno quiere solucionar un problema, crea dos.
Un buen ejemplo es la renta mínima. No hace falta ser economista para hacerse tres preguntas que, si alguien me las contesta, hará cambiar mi opinión:
1 ¿Querrán madrugar los tres millones de españoles, muchos de ellos trabajadores a tiempo parcial, que ganan menos de 6.000€/año, para ganar un salario inferior a la renta, si quedándose en el sofá ganan más?
2 ¿Cómo evitarán que aquellos que perciban la renta y encuentren un trabajo no se hagan “un Echenique”? Si Echenique no pagaba la seguridad social, ¿por qué la voy a pagar yo y perder la renta?, se dirán muchos perceptores.
3 ¿Cómo evitar un efecto llamada al otro lado del Estrecho, tanto por la propia renta como por los puestos de trabajo ofrecidos y no ocupados por estar bajo el umbral de la renta?
Nuevamente el Gobierno habrá querido solucionar un problema y habrá creado, al menos, tres: más paro cronificado, más economía sumergida y más inmigración ilegal y dramas en el Estrecho.
Pero lo grave es que el problema que nuestros salvapatrias pretenden solucionar (el riesgo de pobreza) tampoco se conseguirá. A los partidos que sostienen al Gobierno quizá les sirva para ganar unos cuantos votos (quizá sea ello lo que se pretende); pero a medio plazo, con estas políticas, la pobreza siempre vuelve y con más fuerza.
Entonces, cuando nos demos cuenta de que Reagan tenía razón, cuando veamos que la renta mínima vital es también mortal para la economía ya será tarde. Los que la han inventado se sentarán en el Consejo de Estado, cobrarán sus pensiones ganadas en tiempo récord y seguirán en Galapagar azuzando manifestaciones contra la austeridad. Hasta entonces disfruten de lo votado.
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