Opinión

Islamismo radical en Cataluña

El atentado en las Ramblas fue el 17 de agosto del 2017. Pero seguramente empezó a gestarse mucho antes. Primero habría que retroceder hasta el atentado de las Torres Gemelas (2001). Tras la investigación trascendió que uno de sus autores, Mohamed Atta, pasó por Salou (Tarragona).

Atta, de nacionalidad egipcia, había estado en Berlín y antes de volar a Estados Unidos pasó por esta localidad turística de la Costa Dorada. Nadie sabe a qué vino. Pero, desde luego, no a ir de discotecas dada su ideología.

El segundo indicio fue con WikiLeaks (2010). La filtración reveló que el Departamento de Estado consideraba que Cataluña era un foco de radicalización no solo de España sino del sur del Mediterráneo.

Y, el tercero, fue la publicación por el diario El País (2016) de que una de cada tres mezquitas en Cataluña estaba bajo control salafista. El salafismo no es necesariamente yihadismo. Ellos simplemente se consideran buenos musulmanes. Pero es una visión radical del Islam.

Recuerdo que, tras la publicación de la noticia, pregunté sobre el tema en rueda de prensa al entonces portavoz del Govern, Francesc Homs. A su sucesora, Neus Munté. Y hasta al consejero de Interior, Jordi Jané. Todos apelaron a la libertad religiosa.

El resto de la historia es conocida: 16 víctimas mortales. Los terroristas habían planeado volar la Sagrada Familia. E incluso se fotografiaron ante la Torre Eiffel de París.

La explosión de la casa de Alcanar (Tarragona) dio al traste con sus planes. Optaron por bajar a toda velocidad por las Ramblas con una furgoneta alquilada. El mismo método que se había utilizado en los atentados de Niza o Berlín un año antes.

Desde luego hubo más excesos de confianza. El Ayuntamiento de Barcelona, con Ada Colau al frente, no colocó bolardos a pesar de las recomendaciones del Ministerio del Interior. La capital catalana era ciudad refugio, papeles para todos, refugees welcome. Aquí no podía pasar.

Y es conocida la frase que le dijo un mando de los Mossos cuando la juez le preguntó, la citada explosión, no sería terrorismo: «Señoría, no exagere». Con el tiempo, llegó a jefe de los Mossos. Aunque sólo por nueve meses.

El problema es que, en Cataluña, han mirado hacia otro lado. O aún peor: todo el mundo sabe que el nacionalismo catalán propició la inmigración magrebí frente a la hispanoamericana. Había el convencimiento de que los latinos no aprenderían catalán porque con el castellano tendrían suficiente. En cambio, los magrebíes; no.

La primera vez que se lo oí decir a alguien fue durante un mitin de la extinta Plataforma por Catalunya, que fui a cubrir como periodista. El orador era el doctor August Armengol que llegó a sacar cinco concejales en El Vendrell (Tarragona) en el 2007.

Recuerdo que culpó directamente a Jordi Pujol y pensé para mis adentros: «Cómo se pasa». Porque no me gustan las acusaciones sin pruebas.

Luego se lo leí, el 6 de marzo del 2010, a Gregorio Morán en un artículo en La Vanguardia. Esto ya era otro cantar porque, para mí, lo que decía el conocido periodista y escritor iba a misa.

«En Cataluña, en mayor medida que en el resto de España, se da la particularidad de que la emigración musulmana, magrebí en su mayor parte, fue promovida con mayor benevolencia que la latinoamericana, por razones políticas», afirmaba.

«Los cerebrinos del pujolismo juzgaban más útil la integración de quienes debían optar por una lengua nueva, que aquellos que traían su condición de castellanohablantes. Que yo sepa, no se llegó a formular de manera explícita, pero sí se llegó a practicar de manera implícita», añadió.

Una vez, para despejar dudas, se lo pregunté también a un alto cargo de Extranjería y me respondió con una pregunta:

– La Generalitat ¿dónde abrió la primera oficina en el extranjero?
– En Casablanca, respondí.
– Pues ya está.

En efecto, fue en el 2003. Pujol hasta puso de embajador a Àngel Colom, el extinto líder del Partit per la Independència, una escisión de ERC que protagonizó junto a Pilar Rahola.

Cuando el tripartito cerró la oficina unos meses después, Colom se quedó y abrió una champañería. Ya es curioso abrir un local de venta y consumo de alcohol en un país islámico.

Nadie sabe cuantos magrebíes hay ahora en Cataluña. Desde luego, conozco algunos, que son bellísimas personas. Dicen que más de 400.000. Sin embargo, los sin papeles no salen en las estadísticas y los nacionalizados dejan de salir. Si solo un 1% está dispuesto a acuchillar a una persona por la calle me salen 4.000. En las Ramblas, bastaron una decena y el imán. Crucemos los dedos.