Qué tiempos los de la foto de las Azores
Siempre tuve la convicción de que José Luis Rodríguez Zapatero era inempeorable. Destruyó 3,5 millones de empleos, nos metió en la mayor recesión de nuestra historia, se cargó el Pacto de la Transición, redujo la Constitución a la condición de papel mojado y sentó las bases de la balcanización de nuestros días. Mis dotes predictivas jamás han sido las mejores pero, indiscutiblemente, esta vez resultaron las peores: Pedro Sánchez le arrasa en incompetencia, maldad, sectarismo y destrozo institucional. El alumno ha superado al maestro. En listeza, no, porque ahí le anda el uno al otro.
Vaya si el hijo ha superado al padre. Si bien es cierto que Pedro Sánchez no tiene culpa alguna de la pandemia no lo es menos que su gestión empeoró exponencialmente las cosas. En la primera ola registramos porcentualmente más muertos y contagiados que nadie y, desgraciadamente, fuimos los primeros de la lista en sanitarios fallecidos. Por si fuera poco, nuestro PIB se desplomó más que el de ningún otro país europeo, al punto que dos años y cuatro meses después somos los únicos de los 27 que no hemos recuperado por completo la riqueza perdida. Por si fuera poco, se ha asociado con ETA y los golpistas catalanes implosionando tal vez para siempre la unidad de España, la moralidad, la ética y, si me apuran, hasta la estética.
Lo que nunca pude adivinar es que se cargaría para muchísimo tiempo nuestra diplomacia. Su primer canciller, Josep Borrell, se desempeñó en el cargo razonablemente bien, entre otras razones, porque no hizo ruido. El silencio y la ausencia de líos son sinónimo de política exterior seria. Y en eso, Borrell, que ha sido presidente del Parlamento Europeo y ahora todopoderoso ministro de Exteriores de la UE, resulta un consumado maestro. No nos liamos a palos con ninguno de los vecinos del sur porque empleamos nuestras energías en surfear, en resumidas cuentas, en hacer lo que toca ateniéndonos a nuestra realidad geoestratégica. Y eso que Sánchez fue el primer presidente en décadas que no se estrenó en el cargo realizando su primer viaje internacional a Rabat. Le pudo su proverbial chulería y al otro lado del Estrecho tomaron nota.
Ni en la peor de mis pesadillas sospechaba que Sánchez entraría cual elefante en cacharrería en materia de política exterior
Lo que ni en la peor de mis pesadillas podía sospechar es que Pedro Sánchez entraría cual elefante en cacharrería en materia internacional. Las relaciones con Argelia, que hasta hace bien poco nos remitía el 50% del gas que consumimos, y con Marruecos, que tiene en su mano el diabólico poder de inundar nuestras costas de inmigrantes ilegales, eran sagradas. Todos los presidentes anduvieron con pies de plomo por mucha repugnancia moral que les causaran Boumédiène, Buteflika, Hassan II o Mohamed VI. La realpolitik, la pasta y nuestra supervivencia energética mandaban. Purito sentido común.
Fue llegar Arancha González Laya e irse todo al carajo. La guipuzcoana es tan respetada en los grandes organismos internacionales como despreciada en un mundo, el de la política, en el que hay que ser poco menos que la reencarnación de Maquiavelo para triunfar o, al menos, salir indemne. El cristo que se montó con la presencia en territorio nacional de Brahim Ghali, cabecilla del Frente Polisario, organización que practicó el terrorismo durante décadas, fue de los que hacen época. El sátrapa marroquí, Mohamed VI, nos mandó en un pispás 10.000 inmigrantes ilegales a Ceuta, pinchó el teléfono de medio Gobierno español y parte del otro y rompió relaciones diplomáticas.
La presión de sus impresentables socios podemitas llevó al tan estólido como irresponsable presidente del Gobierno a acoger en España a un Ghali que es el enemigo público número 1 del régimen marroquí. Sin olvidar otro pequeño detalle: el Frente Polisario asesinó a decenas de pescadores canarios en los 70 y 80 por el criminal procedimiento de ametrallar sus barcos. La memoria es frágil pero conviene no olvidar jamás este nada insignificante detalle. El incendio se arregló con otro de idénticas proporciones al traicionar al Frente Polisario y poner los cuernos a Argelia, en eterna guerra con Marruecos.
El incendio diplomático causado por el pirómano Sánchez es aún mayor que el que intentaba apagar. Olvidó que para estas cuestiones hay que emplear agua, no más fuego. Argelia nos ha servido la venganza en plato caliente: ha suspendido las importaciones, las exportaciones y las transacciones financieras, nos ha disparado el precio del gas y ha inutilizado el tubo que, vía Marruecos (gasoducto Magreb-Europa), bombeaba el preciado elemento a territorio español. La prensa gubernamental española jura y perjura que Argel ha dado marcha atrás a consecuencia del contundente aviso a navegantes que le lanzó Bruselas. Lo quiero ver. No estamos hablando precisamente ni de un Estado de Derecho, ni de un país serio, ni tampoco de una nación que respeta las reglas del comercio internacional.
Lo peor de todo es que en cualquier momento, la autocracia argelina nos cortará totalmente el flujo de esa materia prima que calienta nuestras casas, nos ilumina y permite que se muevan los coches eléctricos. A nadie se le escapa el elemental hecho de que si se encabronan más de la cuenta, apretarán el botoncito con la leyenda off, una circunstancia de consecuencias devastadoras si se produce en pleno invierno. Lo mismo que los alemanes con Rusia, con el agravante de que carecemos del potencial económico y la potestas de la República Federal.
Pensaba que sería la economía la que acabaría con el más nefasto presidente, pero ya no descarto que sea la política exterior
Uno pensaba que sería la economía la que mataría políticamente al más nefasto presidente de la democracia. Y eso que el 80% de los medios le protege y le rinde pleitesía a partes iguales. Pero ya no descarto que sea nuestra política exterior la que le pegue el tiro de gracia. Un corte o una reducción drástica del suministro energético a hogares, comercios e industrias constituiría el final de un sujeto que ya acumulaba infinitos méritos en otros terrenos para que la ciudadanía lo bote del cargo con cajas destempladas.
Hasta hace un año sus actuaciones en materia exterior se limitaban a hacer el ridículo urbi et orbi y más específicamente en las cumbres. Su primer gatillazo se produjo en un G-20 al mandarle Donald Trump sentar como si fuera el mayordomo de la Casa Blanca. El segundo sobrevino por su obsesión por hacerse la foto con Biden, por desmentir con los torpes bulos habituales el innegable hecho de que es un don nadie en la escena mundial. El numerito del personaje corriendo cual vulgar cazautógrafos detrás del actual inquilino de la Casa Blanca resultó desolador, entre otros motivos, porque éste no tenía ni idea de quién era el pelmazo que le pisaba los talones. Su viaje oficial a los Estados Unidos degeneró en otro ejercicio de patetismo. Los medios afectos a la causa, es decir, casi todos, pusieron titulares de vergüenza ajena al dictado de Moncloa. “EEUU se rinde ante la ‘belleza’ de Pedro Sánchez: ‘Parece Superman [La Vanguardia]’” o “‘Se parece a Superman’: Pedro Sánchez impacta en Estados Unidos [Cadena Ser]” son dos de los vomitivos ejemplos. Con un par.
A José María Aznar le montaron una campañita tremenda tras situarnos en la Champions League internacional. Tal vez sería más ajustado poner “por situarnos en la Champions League”. La izquierda no podía soportar que volviéramos a ser alguien a nivel mundial por primera vez desde ese siglo XVI en el que conformábamos un imperio en el que nunca se ponía el sol. Los casi cinco siglos que transcurrieron entre Felipe II y el primer presidente popular se resumen en diez palabras: desempeñábamos el triste rol de figurantes en el teatro planetario. Ni estábamos ni se nos esperaba en los grandes pactos mundiales, no pintábamos nada en ninguna guerra y estuvimos al albur de lo que ordenaban los grandes actores. Franceses, ingleses y posteriormente estadounidenses hicieron lo que quisieron con nosotros.
A Aznar le montaron una campañita tremenda tras situarnos en la Champions League o, más ajustado, «por» situarnos allí
Todo cambió con un José María Aznar al que la historia todavía hará justicia algún día. Tan cierto es que apoyó una guerra dudosamente legal como que era el precio a pagar por convertirnos en socio de referencia de la gran superpotencia. Lo cual se tradujo en un aluvión de dinero estadounidense en España, amén de la concesión de vía libre para que nuestras grandes empresas se convirtieran en multinacionales al entrar como Pedro por su casa en ese patio trasero que es Iberoamérica para el Tío Sam. Se reían del marido de Ana Botella porque ponía los pies encima de la mesa del rancho de George Bush júnior en la localidad tejana de Crawford. ¡Bendita vulgaridad! Ahora a Sánchez ni lo conocen ni lo quieren conocer. De hecho, no ha pisado jamás el Despacho Oval. España no interesa.
Con el presidente del bigote y con su legado acabaron con mentiras: “España participó en una guerra ilegal”. Un embuste como otro cualquiera. Las tropas españolas se plantaron en Irak, sí, pero cuando se decretó el alto el fuego. Su rol fue el de fuerzas de estabilización bajo mandato de Naciones Unidas. Ésa es la realidad, lo demás, propaganda goebbelsiana. Luego llegó ese 11-M yihadista que provocó que los populares encabezados por Mariano Rajoy perdieran unas elecciones que ganaban por goleada en todas las encuestas. Ya nada sería igual. Zapatero se cargó el predicamento y el estatus de socio preferencial del que gozábamos en Washington por retirar las tropas de Irak y por no levantarse al paso de la bandera de las barras y las estrellas en el Desfile del Día de la Hispanidad. Yo, qué quieren que les diga, recuerdo con añoranza esa foto de las Azores. Pasarán años, décadas o siglos antes de que se repita algo semejante. Si es que se repite. Mientras tanto, nos tendremos que resignar a que dos dictaduras de tres al cuarto nos tomen por el pito del sereno.
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