Por qué detesto a Biden
Muchos creen que, con la derrota por la mínima de Trump, si así se confirma, se acaba una pesadilla. Mi opinión es que se refuerza otra insoportable: el dominio en el primer país del mundo de la dictadura progresista y la hegemonía de lo políticamente correcto, movimientos que han combatido con todas las malas artes al republicano, conculcando, por decirlo así, en el caso de instituciones emblemáticas, el ‘juramento hipocrático’, que es el de cumplir con el deber, ser neutrales y no faltar a la verdad. Todos los grandes medios periodísticos y las cadenas más importantes de televisión americanas lo han hecho. Hasta el punto de suspender la comparecencia de Donald Trump denunciando el sabotaje que eventualmente se habría producido en estados clave en los que repentinamente ganaba y luego parece que ha perdido.
Domingo Soriano ha escrito en Twitter que instituciones que considerábamos neutrales, porque se suponía que ayudaban a conformar una opinión, se han dedicado a la lucha partidista. El mundo de la Universidad, de la prensa, de la cultura han trabajado de forma denodada no ya para avanzar en una agenda ideológica sino para lograr un fin político: que escojas a sus candidatos pase lo que pase. La protección de la mayoría de los periodistas hacia Biden ha sido exagerada e indecente. Pero no crean que esta clase de manejos al margen de cualquier código deontológico les han creado problemas de conciencia. Se sienten impunes y están limpiando la profesión para sentirse más impunes.
Creen que hacen el bien y que su misión superior -que es educar al público que consideran que es muy inferior a ellos- es más relevante que los principios a los que en un momento se adhirieron, y no les importa mucho su reputación mientras piensen que están ganando. El drama es que estas instituciones -y me refiero a la prensa libre- son clave en una sociedad democrática. Que pierdan la confianza de la opinión pública causa un daño irreparable. Esta gentuza de los medios americanos, en otros tiempos al margen de cualquier clase de sospecha, hacen encuestas fraudulentas al estilo del señor Tezanos en España, que lisa y llanamente son campañas electorales que tratan de dirigir el voto con el dato que publican.
Si hubiera habido fraude electoral contra Trump, y hay evidencias de muchas irregularidades en algunos estados que tendrán que ser dirimidas por los tribunales, al 90% de los periodistas y de los medios les parecería bien. Su soberbia en el análisis, su desprecio acompañado del insulto por el adversario, no se ha producido jamás en la historia de América. Y esto no lo ha producido Trump. Parece ir en los genes de los izquierdistas y progresistas del planeta.
Pero a diferencia de lo que pronosticaba la mayoría de los periodistas perturbados de Estados Unidos –al igual que los españoles- la famosa ola azul, en referencia el color de los demócratas, no se ha producido. Trump ha obtenido tres millones de votos más que cuatro años antes. El ‘trumpismo’ continuará gracias a Dios. Hay que remontarse al siglo XIX para ver que un presidente americano gane una elección sin obtener la mayoría en las dos cámaras. En este caso, conviene aclarar que no sólo Biden ha visto reducida su mayoría en la Cámara de Representantes, sino que tendrá el Senado fuera de control. Y esto es una garantía de que, afortunadamente, tendrá las manos atadas desde el principio.
¿Y qué es lo que quiere hacer Biden? ¿Cuáles son las razones por las que lo detesto? Hay una de orden natural. Biden es un patricio presuntamente moderado rodeado de unas locas izquierdistas que debería estar ingresado en una residencia de ancianos como mis padres porque no aguanta un asalto, se expresa con dificultades evidentes y tiene la cabeza atormentada por la senectud. Trump es una persona sobrenatural que ha logrado superar el Covid en cuatro días y que se alimenta de hamburguesas, de pizzas y de coca colas. Cualquiera podría pensar que los bogavantes de Boston que acostumbra a tomar Biden proporcionan más energía y sentido común, pero los hechos demuestran lo contrario, para disgusto de los dietistas, de los ecologistas y de los preclaros investigadores del coronavirus.
Estoy hablando sin embargo de menudencias. Detesto a Biden por sus planes fiscales. Porque quiere subir los impuestos a los presuntamente más ricos, que son los que alimentan la prosperidad del país, porque quiere castigar a las empresas, que son el nervio de la nación, y porque quiere minar las ganancias del capital, que son la muestra más evidente de la eficacia de la inversión. En lo que respecta al medio ambiente, baste decir que Biden puso al frente del programa ecológico a Alexandra Ocasio-Cortez, una joven socialista radical que propugna acabar con la industria petrolera, regular drásticamente las emisiones en Estados Unidos y reincorporar al país al Acuerdo de París que con tanto acierto rechazó Trump.
En realidad, responder a la pregunta de por qué detesto a Biden es muy sencillo. Porque su victoria alegrará a China, a Rusia, a Irán, a Corea del Norte, a los antisemitas y a todos los enemigos de la civilización occidental que a partir de ahora podrán campar a sus anchas con un poder blando que no quiere líos en política internacional. Con esto estaría casi todo dicho, pero las cosas son un poco más complejas. Más grave todavía es que Biden y sus secuaces son los campeones del relativismo moral. El relativismo moral significa que todo el sistema de valores que hasta ahora ha impregnado la cultura occidental está en revisión y merece ser impugnado.
Que la razón y la ciencia han dejado de ser los puntos de referencia. Que el género es un acto de voluntad acompañado de los derechos correspondientes, que el aborto es libre, que nada de lo que la humanidad ha considerado hasta ahora como valores que preservar y proteger, entre otros asuntos la familia tradicional, está a resguardo. Y que, por supuesto, la historia que todos hemos estudiado hasta la fecha ha de reinventarse, previa quema de las estatuas de Colón o de Fray Junípero Serra, porque hay que hacer cualquier cosa para acomodarse al pensamiento contemporáneo, que es líquido, banal, repugnante.
La guerra cultural, que tiene una importancia muy superior a todas las vividas hasta la fecha, está en marcha, y la izquierda planetaria -en América de la mano de Biden- está completamente determinada a librarla, ahora empoderada y con más ventaja si Trump es desalojado del poder. Ahora con más fuerza si el republicano hortera y grosero, pero en el fondo genuino, es definitivamente derrotado. El pensamiento débil, liviano, líquido, todas las mierdas progresistas y de izquierdas ganarán un peso enorme frente a los sagrados valores defendidos por Trump con su manera tan desvergonzada como eficaz.
Trump perderá, pero lo suyo ha sido una epopeya. Habrá sido derrotado por la mínima, solo contra todos los elementos, a pesar del impacto venenoso del Covid, que auguraba un fracaso mayor. Pero lo más interesante es que la victoria de Biden es pírrica, por la sencilla razón de que las encuestas que pronosticaban su ascenso imparable y apoteósico han fallado una vez más. Esto demuestra de nuevo que el Partido Demócrata está muy lejos de representar al pueblo norteamericano, tan apegado a los valores tradicionales y desconfiado de los patricios de la coste Este, de las élites, de Wall Street, y de los grandes conglomerados industriales y tecnológicos a los que tanto ha defendido Trump pero finalmente desagradecidos, porque son y se sientes progres y no soportan a un grosero devorando hamburguesas en Washington, aunque sea un grosero sobrenatural dotado de enormes intuiciones políticas que ha cosechado el mejor registro conocido en política económica.
Biden habrá ganado, pero no tiene un mandato, no ha sabido interpretar el espíritu genuino del pueblo americano, se lo tiene que hacer mirar y, sobre todo, no está en condiciones políticas ni morales de imponer una agenda que rechaza la mitad del país: ni de aumentar el gasto público ni de subir drásticamente los impuestos ni de romper los lazos afectivos que han hecho de Estados Unidos la patria de la libertad y la nación más grande, próspera y ejemplar del planeta.
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