Opinión

La puta de Arrimadas

Hasta el domingo pasado Rosa María Miras no era nadie. Nadie hasta que se lanzó a la fama como animal de lodazal por desearle una “violación colectiva” a la “perra de Arrimadas”: “Sé que lo que voy a decir es machista, pero escuchándola sólo puedo desearle que esta noche la violen en grupo”. ¿Quién era Rosa María? ¿Sus vecinos la querían? ¿Quién eran su profesora de flauta? ¡Oh, pero si era una chica extraordinaria…! ¿Era una feminista hiperhormonada o la típica conversa encoñada con la estelada? Inés, afortunada, recibió la solidaridad de la buena España. La extorsionadora ese día estaba ocupada: las ideólogas de género tumbadas al sol después de dos meses linchando a Francesco a cargo de los 1.000 millones de euros del pacto de Estado contra la violencia de género. Los genderqueens aún no habían vuelto de farra. La separata tenía a media plantilla escondiendo urnas bajo la cama y a la charnega volviendo oronda de Benalmádena. El oprobio a Arrimadas partió de esa industria de mujeres perversas y acomplejadas.

La diputada agradecía todas las muestras de apoyo recibidas: “El odio y la violencia de género son injustificables. Sigamos denunciando juntos estas actitudes”. Así reconocía Inés la agresión de una mujer a otra. Sin embargo, no reunió el valor político de denunciar aquello como violencia feminista e hizo referencia a la de género que únicamente contempla la de hombres heterosexuales que la hayan ejercido contra una mujer. La LIVG considera más culpable al marido y a un futuro hijo varón de Arrimadas que a la fanática que le deseó una violación en masa. De ser juzgada, Rosa María Miras sería obsequiada con la asimetría penal o con total impunidad gracias a todos los partidos políticos que secundan por pánico a los 106 tribunales de excepción para hombres construidos por la LO 1/2004 del expresidente Zapatero. También gracias al de la bella y valiente ciudadana naranja.

Asumir la ideología de género en nombre del progreso y la oportunidad femenina es tan nocivo, y tan inasumible para una sociedad, como tolerar la imposición de guetos islámicos en nombre de la fraternidad y el multiculturalismo. Si a día de hoy cualquier hombre del círculo privado de Arrimadas fuera juzgado por amenazas según la LIVG podría ir a la cárcel durante un año o trabajar hasta 80 días en beneficio de la comunidad —artículo 171.4—. En el caso de la agresora de Inés Arrimadas, el mismo delito sería juzgado mediante el artículo 171.7 del Código Penal que, como máximo, la condenaría con la localización permanente de 5 a 30 días, con trabajos en beneficio de la comunidad durante el mismo período por delito leve. Ese es el calibre de la aberración anticonstitucional.

Lo sucedido a Arrimadas es el resultado de la cobardía política que ha validado y patrocinado al marxismo cultural como prescriptor de la dignidad, la oportunidad y la libertad personal. Es también culpa nuestra porque somos mecenas de ese proyecto totalitario. Es el resultado del discurso de las diputadas de Podemos en la Asamblea de Madrid  señalando que, las mujeres que acatan el capitalismo y el patriarcado “fantasean con la violación, la humillación y el sexo con violencia”. Lo sucedido a Arrimadas es el resultado de las televisiones untadas para vetar el contradiscurso cinco minutos antes de confrontarlas en el set televisivo. Es el resultado del despotismo paternalista practicado desde las universidades públicas. El resultado de la expansión de la estupidez y el victimismo. De la entrega al odio y el ejercicio de la estigmatización violenta del discrepante. Mientras callamos y borramos la palabra mujer cuando una de nuestras criaturas llama “puta barata” a Arrimadas.