Opinión

El PP se despereza algo, España se doblega todo

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Matizo en cuanto al Partido Popular: parece desperezarse tras un verano
de siesta lo cual, en sí mismo, es una buena noticia tras una temporada en
la que el partido de Feijóo ha dormido el sueño de los resignados. Ha sido
una enfermedad, no tan corta en el tiempo, pongamos un par de meses,
que ha abatido a una formación política contagiada de la patología que
aqueja a una gran parte de España, toda la que no está intoxicada por la
Covid de Sánchez. Esa patología nos está carcomiendo a todos, aunque,
la verdad, en los últimos días ya está siendo diagnosticada por los
cronistas y analistas no comprados por el tiparraco de La Moncloa.

En estas fechas festejaba este cronista su coincidencia, por ejemplo, con la
homilía semanal del imparable Jesús Cacho que retrataba ajustadamente
el golpe de Estado por entregas del sanchismo. Otro periodista, igualmente
brillante, Juan Caño, denunciaba al tiempo la deconstrucción de España, la
voladura del Estado de las Autonomías que nació de la Constitución del
78. Ambos y algunos más -todavía pocos- aseguraban sin ambages que
«esto», o sea, lo nuestro de ahora mismo, ya no es una democracia o, por lo
menos, no se parece en absoluto a lo que entendemos por tal, que
tampoco es una cosa demasiado sofisticada.

Por paliar esta negra fotografía, debemos reconocer que hace unas fechas hemos coincidido con un dato esperanzador: la elección de la nueva presidenta del Consejo General del Poder Judicial y del Supremo, la magistrada señora Perelló. Claro es que en muy poco tiempo sabremos si
lo anunciado por ella en la apertura del Año Judicial va de veras, o es una
proclama tan falsa, tan cínica, tan miserable como la que en el mismo
acto proclamó el todavía fiscal general del Estado, el réprobo García Ortiz.
Perelló o puede garantizar la excelencia, por ejemplo, de los próximos
presidentes de Sala del Supremo o sumergirse en el lío eterno en el que
los dos partidos mayoritarios quieren pescar. Éste es un caso, el otro es
igual de delicado porque los miembros recién escogidos del Consejo
tienen ahora la obligación de redactar una nueva fórmula para,
precisamente, elegir a sus próximos reemplazos.

Si Perelló, en suma, consigue que este método regrese a sus orígenes o, como manda el Punto 3 del Artículo 122 de nuestra Norma Suprema, «doce integrantes serán elegidos entre jueces y magistrados de todas las categorías judiciales y cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados, y cuatro a propuesta del Senado». Es decir: el método que se cargó allá por año 86 del pasado siglo la llamada Enmienda Bandrés (Bandrés, diputado de Euskadiko Eskerra) gozosamente celebrada por su cómplice, también abogado, Gregorio Peces Barba, a la sazón presidente del Congreso de los
Diputados. Todas las correcciones que se han realizado posteriormente
han sido chapuzas para que los partidos en el poder pudieran meter sus
manos en la Justicia. Así que Perelló se la juega en este procedimiento
con vocación vintage.

Es decir, que por ahora la presidenta muy bien, pero hay que esperar a que se consagre defendiendo la democracia que Sánchez está destruyendo. Perelló, en realidad, es sólo una voz valiente dentro de un coro, el español, infectado -lo hemos escrito líneas arriba- de desestimiento, pereza, abatimiento y entrega. Por hallar alguna otra nota discordante en este tétrico panorama que dibuja nuestra sociedad española, podemos acogernos a las reacciones que han tenido el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Argüello, que le ha cantado las cuarenta al poder socialista, y sobre todo la respuesta del arzobispo de Oviedo, Jesús Sainz Montes, al desdén protagonizado por las inefables autoridades del Principado que no quisieron asistir a la tradicional Misa en Covadonga en el Día de Asturias. Al cobardón presidente del Principado, Barbón, y a la inefable delegada del Gobierno –¿se acuerdan ustedes de Adriana Lastra?–, monseñor les ha espetado: «Este púlpito no tiene detrás unas siglas políticas, sino un juicio moral que nace de la palabra de Dios y de la tradición cristiana». Y si estos conceptos no casan, como no casan, con las fechorías de Sánchez y sus allegados, allá se las pinten estos pobres sujetos y sujetas.

Traigo a colación la homilia del arzobispo, porque, vamos a ver: ¿cuántos cristianos españoles echan de menos ahora mismo instrucciones parecidas del global de los padres episcopales de la Nación? Pues todos. Lo que ocurre es que esta institución se está comportando generalmente en este trance clónicamente como lo hace la sociedad civil entera del país: en modo resignado, con la cuchara ya entregada a las garras de un desaprensivo que se solaza ante tamaño decaimiento, ante tantísima postración.

Este lunes pasado hemos leído la denuncia de uno de los mejores columnistas europeos, el liberal Guy Sorman, que se ha hecho lenguas de la incapacidad del mundo conservador y liberal para replicar a la «indignación» que muestra la izquierda cada vez que encuentra un motivo para enseñar los dientes. ¡Cuánta verdad encierra esta denuncia!

Reparen en este otro dato: esta semana se ha cumplido el cincuenta
aniversario de la segunda mayor matanza perpetrada por ETA en Madrid,
el multicrimen de la calle del Correo; pues bien, sólo un par, como mucho,
de referencias a la atrocidad inhumana que causó la muerte de trece de
personas y una cincuentena de heridos. Sin embargo, otro atentado,
igualmente sangriento, el de Atocha contra letrados del Partido Comunista,
está recibiendo toda serie de recuerdos emocionados. ¿El motivo?: que TVE estrena una serie, Las abogadas, que rememora aquel espantoso suceso. Uno tanto y otro tampoco. ¡Qué diferencia entre los indignados de uno y otro bando!

A esta desazón, sin embargo, se le puede añadir un corolario mínimamente tranquilizador, aún no ilusionante: parece -lo reconocía al comienzo esta crónica- que el PP ha empezado a desperezarse. Algunos síntomas: el primero su propuesta al Gobierno para inyectar a las regiones 18.000 millones de euros procedentes de los fondos Next Generation. Es una idea que coloca al individuo que okupa La Moncloa en situación o de negarse a su ejecución práctica o de suscribirla. En todo caso, una buena iniciativa popular. La otra, el documento que ha redactado Juan Bravo (muy hacia arriba en este momento), que pone fin a la voracidad fiscal de los separatistas catalanes y que ofrece un modo concreto de financiación para la región dentro del régimen común de la LOFCA. Veremos en qué queda. A estas propuestas hay que añadir el éxito parlamentario en el Congreso sobre Venezuela quebrando a la tropa de la investidura en dos partes, con el PNV, por fin portándose con decencia y, finalmente, la recusación de tres magistrados del Constitucional que el PP cree, y cree bien, que no pueden intervenir en el escándalo de las amnistías. Y desde luego, el acuerdo sobre Canarias con el presidente Clavijo.

Pero no nos engañemos, Feijóo tiene asumido, como todos nosotros, que lo de Sánchez va para largo, tres años más inevitables. En su fuero interno debe confiar en alguna ayuda de los jueces, pero externamente tampoco cree en la doblegada sociedad española de la que estúpidamente un colaborador de Feijóo, el Hombre Nivea, ha afirmado que «no se la puede estar movilizando todo el día».

Incorregibles.