Opinión

La peli de Marlaska (con ribetes sado)

  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Una tras otra. Suma y sigue. De victoria en victoria hasta la derrota final. El esperpéntico capítulo, con ribetes sado, de una agresión homófoba que nunca existió, coloca al inexportable Marlaska (por ocultación y mentiras) ante una situación de no retorno y golpea a todo el Gobierno. Ya lo dijo Tarradellas: “En política se puede hacer todo, menos el rídículo…”.
Si sabía que la denuncia era falsa, mentiroso; si no lo sabía, incompetente.

Me parece que esta golondrina de Malasaña (Madrid) sí hace primavera. La mentira, la ocultación de la verdad, es el principal ingrediente utilizado por los totalitarismos -ponga el señor Marlaska si prefiere nazismo o stalinismo, en cualquier caso, ejercicio anti democrático del poder institucional-, y, en sus tres años al frente del ministerio de la Mentira (otros lo llaman Interior), ha ganado todas las oposiciones para ser mandado al cuarto oscuro del cese con deshonor.

La almendra del “affaire” sado malasañense, – no creo que ese ejercicio de libertad sexual esté prohibido por ley-, allá cada cuál con su body, no reside en lo propio; reside en lo ajeno. Nadie ha desprestigiado más a esos colectivos que el titular de Interior utilizando arteramente una denuncia falsa con más que evidentes fines políticos.

Naturalmente, que el nuevo “error Marlaska” -grave- no quita importancia a las agresiones homófobas. Que existen y, desgraciadamente, continuarán existiendo. No coadyuva precisamente a extinguirlas los procedimientos del ministro. Los ridículos exhibidos nunca pueden ser buenos para la causa.

No puedo entender cómo PP y Ciudadanos piden continuamente la dimisión de Marlaska. Es un chollo en la erosión del Gobierno. El más perjudicado por sus derivas es Pedro Sánchez que nadie en su sano juicio entiende cómo mantener a un miembro de su Gabinete más abrasado que las mascletás valencianas, máxime cuando se ha cepillado de un plumazo a Iván Redondo, Ábalos, Lastra, Celáa y cinco más.

Perorar a diario sobre el tapete del ministro del Interior con mentiras en un intento de criminalizar a la oposición -cuya razón fundamental de existir es como su nombre indica, controlar al poder establecido- deviene en tan poca cosa que sólo sirve para vivir gratis en Castellana 5 y hacer deporte por cuenta del contribuyente.

Marlaska, como el resto del Gobierno, está ahí para, en su caso, garantizar las libertades ciudadanas, los derechos básicos de los ciudadanos en un Estado de Derecho, utilizar los fantásticos recursos públicos que se ponen en sus manos en aras del interés general, aplicar la ley, y no mentir al Parlamento. A los sucesos de los atentados en sedes de Podemos, las cartas incluyendo balas, la navaja a la ministra Ribera, nunca sospechosamente aclarados, se une ahora el tema del joven, falsamente torturado en Malasaña. ¿Se imaginan algo semejante en Alemania, Francia, Holanda, Dinamarca, Roma o Washington?

Y, ¿que el responsable político de todo ello, continuara en su dicasterio…? Eso sucede en lugares como Venezuela o Cuba donde se persigue inmisericorde a los homosexuales o lesbianas.

Unas veces culpa de sus mayestáticos errores a la Guardia Civil; ahora ha sido a la Policía Nacional. Definitivamente, a Fernando Grande se le está quedando cara de Fernando Esteso y que me perdone este último que no hay intención de ofender. Un ministro del Interior en democracia está para transmitir verdad, serenidad, legalidad, moderación y tranquilidad. No miedo social.

Intentó, a través de su hermana Mercedes, que Rajoy fuera su primer descubridor político. Pero Mariano, con su pituitaria galaica, despreció sus carantoñas. En “Válgame Dios” pudo vender su mercancía averiada.

PD. Y a todo esto, lo que importa a los españoles realmente, el precio de la energía y la carestía de vida, entre otras cosas, sigue en la desenfilada. Ni saben, ni quieren y tampoco pueden.