Pedro Sánchez, el flautista de Hamelín
En el mundo de comportamientos políticos y de las tipologías de los personajes del poder, Pedro Sánchez no tiene precio. A sus indiscutibles dotes tácticas, su recurrente adecuación de criterio a la realidad que le interesa, se une su capacidad como mago. Creo que ningún analista de los muchos que estudian y estudiarán en los libros de la historia política al de Tetuán, incide en ese poder seductor que posee sobre todos los que se predican socialistas. El PSOE tiene 156.000 afiliados y sólo una pequeña parte, como resulta evidente, tiene cargo público. Existe una enorme cantidad de ciudadanos que, de manera desinteresada y por convicciones políticas, colaboran de la misma manera que ocurre en otras formaciones partidistas. Y todos estos se encuentra hoy, salvo algún malvado discrepante, al que hay que enseñar la puerta de salida o de la historia, felices con el líder Sánchez.
A diferencia, y es esto creo que yerran todos los comentaristas de la cosa, de otros lideres que trabajan con el miedo o con la purga estalinista, a Pedro Sánchez sus bases le adoran. Uno puede entender el miedo a perder el sueldo público porque todos somos humanos, en los casos que así se producen. Pero, como ya hemos señalado, hay un mínimo porcentaje de la familia socialista que tenga coche y cargo, y en especial tras haber perdido gran parte del poder territorial.
No valen esas opiniones que hablan de la servidumbre de la designación para miles y miles de afiliados que ni tienen ni tendrán despacho oficial. De hecho, los disidentes son una muestra infinitesimal, de esas de Zapatero. Así, si mañana, como parece predecible, se aprueba la amnistía y consultas de autodeterminación, la parroquia estará encantada. Salvo esas gloriosas excepciones de Felipe González o Alfonso Guerra, que ahora parecen marcianos, o ya directamente pasajeros del cohete de Yolanda Díaz, el común de la militancia esta entregada. Si pasado mañana hay un nuevo cambio de criterio, y ahora es la hora del patriotismo español y nada de aventuras secesionistas, pues todos alegres y sonrientes a celebrarlo y a secundarlo. Espere, espere, que puede haber otra tercera vía, mejor aún, eureka, esto es lo que conviene al país. Y tan pichis.
Hablar del cesarismo político con Pedro Sánchez se queda corto. Es un prestidigitador. Lo más parecido que existe al flautista de Hamelín. Ese cuento de los hermanos Grimm, que seguramente no conozcan los niños de los nuevos planes educativos, narraba la fábula del músico que libró a los habitantes de la ciudad alemana de tal nombre de una epidemia de ratas. Cuando no fue pagado, se vengó tocando su flauta, a la que siguieron hasta una cueva hipnotizados los niños de la localidad. Con esa misma actitud adormecida y con la sonrisa en el rostro, que en definitiva el progresismo político es sinónimo de buen rollo, parecen encontrarse todos los que conforman los huestes del PSOE.
La capacidad estupefaciente del presidente en funciones es innegable. Pero, al igual que en el cuento no conocemos el final, si los niños o militantes fueran finalmente liberados cuando se pagó la recompensa no atendida. Seguramente, no haga ni falta el encierro en cueva alguna porque lo bonito es el desfile del flautista y los que le siguen. Las interpretaciones de aquella leyenda sobre el incumplimiento del acuerdo del alcalde al cazarratones, y cómo reaccionó éste furibundo, tendrían que ver con eso del contrato electoral, pero es maldad que no contemplan las dichosas gentes con su jefe.
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