El Papa y los flautistas de Hamelin (en España)
Estoy seguro que este post me garantiza unos cuantos coscorrones por parte de aquellos lectores que no pueden ver ni en pintura a la actual cabeza de la Iglesia Universal. Voy a tratar de explicarme.
En primer lugar, el Papa es el Papa independientemente de su procedencia, ideas políticas (si las tuviera) y formas concretas de ejercer su ministerio. Para los católicos el Sumo Pontífice representa a quien representa sea bueno o malo (criterios al respecto hay 1.300 millones, tanto como católicos en el mundo), nos caiga bien o mal, sepa teología o resulte un ignorante en filosofía. Francisco es argentino y ello no puede desconocerse. Sufrió la dictadura militar, intentó compadrear para salvar a los jesuitas a su mando y ello le provocó la ira de unos y otros. Hay una cosa que tengo que escribir y escribo: el actual Papa vive como predica, como un pobre, alejado del oropel vaticanesco y eso para el columnista es un hecho de primera magnitud. Punto. Lo fácil es estar con los ricos. Y resulta evidente que él nunca ha estado en ese surco.
El post viene a colación porque hace unos días subrayó, sin duda refiriéndose a las inminentes elecciones presidenciales en su país natal, el peligro que se cierne sobre las sociedades cuando la gente corre detrás de un «flautista de Hamelin» que encaramela a los ciudadanos para , finalmente, conducirles al averno. Puedo estar de acuerdo con Bergoglio al anunciar ese peligro y puedo describir a la hora de señalar a los flautistas. Porque flautistas hay muchos; es más, el mundo está plagado de ellos. Sin ir más lejos, aquí en España, aquellos que han ido a visitarle en Falcon y se han cobijado bajo su blanca sotana como una forma de hacerse una foto y acto seguido despreciar sus enseñanzas. Un flautista de Hamelin, querido Pontífice, es aquel que predice una cosa y hace la contrario. Otros flautistas son aquellos que utilizan la religión para tener un elevado nivel de vida aprovechando que ocupan altos cargos en las empresas de la Iglesia. España es un clarísimo ejemplo, incluso, en aquellas empresas de comunicación que llevan el marchamo de católicas.
El Papa que llegó de los confines del mundo, aupado a la cátedra de Pedro por su antecesor el alemán Ratzinger, cosa que pocos saben, ha puesto el dedo, una vez más, en la llaga de Cristo; le ha faltado poner nombres y apellidos.
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