Opinión

Los padres punk del Montealto

He llorado leyendo acerca de la extraordinaria entereza de los padres del Colegio Montealto y su pacifismo radical, porque lo normal en caso de ver morir a un hijo atropellado es gritar, patalear, enfurecerse, arrancarse uno los pelos y después volcar toda esa rabia contra el responsable del accidente. Eso sería lo corriente, e incluso lo saludable, en una sociedad como la nuestra donde la moral es la estadística, y principios irrefutables como la entereza, la mansedumbre, la abnegación, la paciencia, la integridad o la compasión han sido denostados y han dado paso a nuevos preceptos, la mayoría insustanciales, donde el más sobrevalorado es, sin dudarlo, el sentimentalismo del tonto. ¡Sé tú misme, tonto! ¡Vamos, quiérete a ti misme! Primero tú y tus derechos, y luego tú, te, ti, contigue…

La palabra bíblica para mansedumbre no es fácil de traducir al español, por lo que muchas traducciones comunican cierta debilidad que no se encuentra en el original. La verdadera mansedumbre es una fuerza interior inmensa y muy difícil de adquirir, pero entrenable. El manso no se mueve por arrebatos ni pasiones desorganizadas porque sabe gestionar sus emociones y controlarlas. En la Biblia, ser manso no significa ser frágil, muy al contrario, el manso tiene un evidente control sobre sus pensamientos y sus sentimientos, lo que le permite poner sus reacciones, y más que eso, su voluntad bajo la total confianza. El manso acepta y descubre que siempre aprenderemos algo de nuestras experiencias vitales porque no hemos venido al mundo a estar cómodos sino a elevarnos, a transformarnos. Esta actitud, que además es infinitamente más divertida y estética que la ira, protege su corazón de toda amargura.  Al que espere comodidad de esta vida le auguro incontables y divertidísimos berrinches dignos del respetable público.

Pero volvamos al Colegio Montealto donde las madres no se arrancan las mechas, donde las mujeres, regias, abrazan compasivas a las otras mujeres, mirando, viviendo por encima de las circunstancias.

Viendo esto, y leyendo la carta que han escrito esos padres (María y Alex, como mis padres), donde exculpan al artífice desolada de la muerte de su pequeña Mariquilla (estoy segura de que ahora se encuentra en un lugar mejor) y van más allá, se ponen en manos del Señor, agradeciendo todo lo que pueda venir… Lloro de nuevo… He recordado el famosísimo libro del psiquiatra Viktor Frankl: El hombre en busca del sentido.

El relato cuenta cómo el propio Frankl consiguió sobrevivir en Auschwitz y habla también acerca del Hombre y su capacidad de sobreponerse o no a la adversidad y el absurdo.

¿Saben? Lo más punk, lo más anti-sistema y subversivo que he hecho en toda mi vida es creer en Dios. En mi ambiente, laico, científico decir que eres cristiano, que sigues a Jesucristo, es la antesala de la psicosis, queridos amigos, una especie de suicidio intelectual; sin embargo, es y sigue siendo la mejor decisión que he tomado nunca y la más importante.

Sinceramente, si yo no fuera creyente (y no tuviera dos hijes) me suicidaría, así, sin aspavientos ni dramatismos, con los labios pintados de rojo, con tacones de aguja, como Aretha Franklin, después de beberme dos botellas de champán y zamparme un bogavante con los dedos… Porque no acepto el sinsentido de la existencia, del mundo, de la creación, para mí el caos no es una tesis aceptable y no la acepto como tesis (porque “no tengo tanta fe” que diría Norman L. Geisler).

Por suerte, hace pocos años descubrí que el ateísmo tenía mucho de flaqueza, de pusilanimidad, de rigidez, de docilidad y de falsa modestia y busqué a Dios con la mayor humildad de la que fui capaz. Para llegar a Dios, no desde la costumbre, la tradición y la obediencia, sino desde la madurez, hay que estar libre de prejuicios y complejos intelectuales… y, hoy día, muy seguro de uno mismo. En una sociedad egoísta y psicopática como la nuestra, que se mueve exclusivamente por el principio del placer (los más ingenuos lo llaman ética), creer en Dios ha sido mi mayor acto de insubordinación.

Los que conocemos la gracia de la Fe sabemos que tiene mucho que ver con la verdadera liberación del hombre, que está en el Amor (que trasciende la persona física del ser amado _vivo o muerto_) y con cómo nosotros los hombres gestionamos el sufrimiento omnipresente, donde algunos pueden conservar el valor o la generosidad y otros olvidan la dignidad humana y se convierten en animales.

“¿Qué es el hombre? Dice Frankl, catedrático de psiquiatría en San Diego, Harvard, Stanford y Cambridge _ Es el ser que siempre decide lo que es. El que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo el que ha entrado en ellas, valiente y con paso firme, musitando una oración”.